—¿Estás segura de que es por aquí? —preguntó Andrea algo
nerviosa.
—Sí, pesada —contestó Lucy, su amiga de la infancia—.
Tranquila, que sólo vamos a ser unas seis personas.
Andrea asintió. No le gustaba salir la noche de Halloween; prefería quedarse en casa y ver una buena película de terror, o mejor aún,
sumergirse en sus libros de espiritismo. Pero Lucy había insistido. Caminaban
por el paseo marítimo de una playa alejada de la ciudad. Habían varios grupos
de personas repartidas por la arena disfrazada: zombis, brujas, demonios...
—¿Y por qué hacen una fiesta perdida en la playa y no en un
local, cómo todo el mundo?
—Pues porque es Halloween, la noche de las brujas, es un día
ideal para salir y ver las estrellas. Además,
quieren hacer una hoguera —Lucy la miró con una sonrisa en sus labios.
Andrea suspiró y siguió a Lucy. Empezaron a caminar por la
arena.
—Es por aquí —afirmó Lucy y la adelantó.
Andrea la vio contoneándose con sus shorts tejanos cortos,
una chaqueta fina rosa palo y unas chanclas. «Se estará congelando el culo, seguro» pensó Andrea y sonrió. Su pelo castaño estaba al viento. Andrea había
optado por una sudadera con capucha y unos pantalones largos, todo negros y
el pelo rubio recogido en una trenza; sus botas empezaban a estar llenas
de arena.
—¿Falta mucho? —Andrea alcanzó a su amiga.
—¿Ves esa luz? Es allí.
Andrea agudizó la vista y vio una hoguera a unos metros de
distancia. A medida que se acercaban comprobó que Lucy tenía razón, sólo habían
dos chicas y dos chicos más, todos de su instituto, sentados alrededor del
fuego.
—¡Feliz Halloween! —saludó David, un chico delgaducho
moreno, y se levantó al verlas.
—¡Feliz Halloween! —contestó Lucy con entusiasmo.
El resto les saludaron también. Estaban Stacy, una chica con
el pelo corto rojo con la que había hablado un par de veces, Tamara, una de las
más populares del instituto y Christian, uno de los matones un curso más mayor
que ellos. Un grupo muy variopinto, quizá demasiado. Andrea les miró, era extraño que
se juntaran.
—Bien, ahora que estáis aquí, podremos empezar.
Todos se levantaron y cogieron unas mochilas que tenían al
lado de la hoguera. «La bebida, seguro» pensó Andrea, pero en vez de eso,
sacaron unas largas telas negras.
—¿Pero qué? Lucy, ¿qué se supone que es eso? —preguntó
perpleja Andrea.
—¡Sorpresa! —dijo mientras les entregan la tela negra.
Andrea la desdobló, eran túnicas—. Sabemos que te gustan mucho las películas de
terror y esas cosas. Que lees sobres espíritus y brujas, y hemos pensado que,
bueno, podríamos jugar con lo oculto ésta noche —añadió con voz misteriosa.
—¿Pero? ¿Por eso has insistido tanto en que venga? Y
vosotros, ¿qué hacéis aquí? —Andrea estaba perpleja «Pero que se creen estos».
—Es que a nosotros también nos gustan esos temas. Tamara y
yo estábamos buscando gente para montar una especie de aquelarre, y encontramos
a Stacy y a David. Después se nos unió Lucy, y nos dijo que tú sabías cosas,
pero que no te unirías a nosotros ya que eres… ya sabes, antisocial. Y pensamos
en esta encerrona —dijo Christian con normalidad.
Andrea no podría creérselo. Estaba enfadada con Lucy por
haberle mentido, y por la trampa que le habían hecho. No le caían bien esos
chicos, nunca hablaban con ella e incluso Tamara la había llamado ‘bicho raro’
más de una vez. Pero en el fondo se sentía alagada. Habían hecho todo eso por
ella, porque ella era clave, y al fin tenía a alguien con quien compartir su
pasión por lo oculto.
—Podría irme ahora, ¿sabéis? Por haberme engañado, pero —Se
puso la túnica—, por una vez haremos algo que me gusta —sonrió.
—¡Genial! —dijo Tamara—. Pero esto que haremos hoy debe
quedar en secreto, así que bueno, seguiré llamándote bicho raro y cosas así en
el instituto.
—Lo suponía, pero aquí señores —Les miró a todos—, mando yo
—Todos asintieron, Andrea sonrió con satisfacción—. Bien, ¿y qué queréis hacer?
¿Un hechizo, tal vez? ¿Una invocación?
—Habíamos pensado en esto —Stacy le pasó un viejo libro.
No tenía título y estaba muy gastado. Sus hojas se encontraban amarillentas por el paso de los años, y al abrirlo Andrea notó el inconfundible
olor a moho. Ojeó sus páginas atentamente. No eran un libro de hechizos, era
uno libro de invocaciones a demonios de otro tiempo.
—¿Estáis seguros de esto? —preguntó preocupada.
—Claro, será divertido —contestó Lucy—. Intentaremos invocar
a un demonio, nos asustaremos y beberemos.
El resto asintió y rió, todos menos Andrea. Ahora lo
entendía mejor, eran unos aficionados, unos críos que querían jugar a ser
brujos, pero que no creían en ello.
—Puede ser peligroso —dijo Andrea con preocupación.
—Sí, puede que nos cortemos con una de las hojas de ese
mugriento libro —Christian le quitó el libro de las manos—. Vamos, ¿no me digas
que crees en estas cosas?
Andrea se quedó en silencio. Había leído mucho sobre el
tema, y había hecho algún hechizo, pero nunca daban resultado. Pero aquél libro
tenía algo que le inquietaba.
—¿De dónde lo habéis sacado? —quiso saber.
—Lo encontré en un mercadillo de antigüedades. Fui con mis
padres, que les encantan esas chorradas. Lo vi y tuve que comprarlo, pensé que
sería perfecto para pasar un buen rato —dijo David.
—No me gusta —Andrea estaba nerviosa.
—Joder, tía, no me digas que tienes miedo —dijo Christian
con tono burlón—. Pero si es sólo un estúpido libro viejo —Se lo acercó a la
cara.
—No, yo —empezó a decir entrecortadamente. Se sentía incómoda ante ellos—. Está bien —accedió.
—Perfecto, entonces todos a rodear la hoguera.
Los seis se pusieron en torno a la hoguera. Christian seguía
con el libro y lo empezó a leer.
—A ver, ¿cuál os
gusta más: Mictian, el dios de la muerte azteca o Damballa, dios del voodoo del
mal? —dijo Christian con voz siniestra.
—Damballa, ése es nuestro demonio —contestó Tamara.
—Me parece bien —añadió David.
—A mi también —dijo Stacy.
—Damballa entonces —sentenció Christian y empezó a repetir
en voz baja la invocación para poder memorizarla.
Al oír una y otra vez ese nombre, Andrea sintió un
escalofrío en todo el cuerpo. «Esto no es buena idea, no señor, es una pésima
idea —pensó, inquieta—, podría irme y dejarle. Que les den, no son mis amigos
—Intentaba auto convencerse Andrea—. Pero Lucy sí lo es, y si le ocurriera
algo… Debo quedarme» decidió al din.
—Bien, daos la mano —dijo Andrea y todos le hicieron caso
sin rechistar—. Ahora, debemos concentrarnos mientras Christian recita la
invocación.
—Está bien, estoy preparado —Dejó el libro en el suelo y empezó
a dar saltos cómo si se estuviera preparando para un partido de fútbol. «Pero
qué estúpido es», pensó Andrea—. Bien.
Christian recitó unas palabras en francés que Andrea no podía
comprender. Sólo alcanzó a entender el nombre del demonio que intentaban
invocar: Damballa.
El fuego de la hoguera era hipnótico, y daba un aura
espectral en la oscura noche de luna llena de Samhain.
De repente, el fuego se apagó en un soplo de aire helado.
—¡Que buen efecto! —dijo entusiasmado David.
—Sí, que oportuno el viento —añadió Andrea con ironía.
Christian siguió repitiendo las palabras que había
memorizado del viejo libro una y otra vez.
El fuego volvió de pronto, pero sus llamas eran verdes. De
él, surgió un hombre alto, calvo y de piel negra como el carbón. Tenía una
calavera blanca pintada en la cara, y sus ojos eran de un verde brillante,
sobrenatural. Llevaba un trozo de tela atada a la cintura y un bastón con una
cabeza de serpiente en lo más alto.
Todos gritaron y se separaron.
—¡No! ¡No os soltéis! ¡Si os soltáis podrá salir del
círculo! —gritó Andrea con desesperación.
Vio como Damballa les arrancaba el corazón a sus compañeros
de instituto uno por uno en cuestión de segundos.
Andrea se quedó paralizada. Estaba en shock ante todo lo que
estaba presenciando. «No puede ser real, no puede ser real», repetía en su
cabeza.
Damballa, el dios voodoo del mal se acercó a ella
lentamente. Sonrió y dejó a la vista una hilera de colmillos y una lengua
viperina. Se detuvo frente a ella y le lamió el rostro.
—¿Qué quieres? —preguntó Andrea entre sollozos.
—Lo mismo que querías vosotros de mí, pasar un buen rato
—contestó con acento francés y se abalanzó sobre ella.
La poseyó y expulsó el alma de Andrea al inframundo. Cuando
abrió los ojos, estaba en una pequeña jaula colgada del techo. Vio a sus
compañeros siendo torturados por seres demoníacos entre gritos de dolor. Su
amiga Lucy, la razón por la que se había quedado aquella noche, estaba
desmembrada sobre una gran mesa de madera aún con vida. Andrea cerró los ojos
deseando que todo fuera un sueño. Deseando jamás haber jugado con fuerzas
ocultas en esa noche de Halloween.
6 comentarios:
Buen relato, con un final bastante cruel. Perfecto para entrar en ambiente en este Halloween. Saludos
Ya lo había leído :-P
Mola
Argh, me he colado, no era este !!!!!!!!!!!!!!
Hale, voy a enmendar el entuerto. El título del relato y el arranque me recordaban a otro texto (que ni siquiera era de Rain), y como ayer mi aparición por redes sociales y demás fue bastante estresante, me limité a leerlo por encima, y por la parte final encontré otro pasaje que me sonaba, que me sonaba de verdad (bueno, esto a veces pasa, yo tengo una novela inédita y casi idéntica a la de un amigo, también inédita, y cuando las intercambiamos nos dio hasta repelús y todo).
En cuanto al relato en sí, enhorabuena, es excelente para Halloween, tiene todos los elementos. Juegas muy bien con los lugares comúnes y tópicos; es decir, esto le resta originalidad, pero sin embargo aprovechas esas herramientas para acelerar la narración, acomodarte al lector ávido de estas historias, y tu máximo logro es hacer que la historia apetezca ser leída, y que en los momentos culminantes con una frase lapidaria no pierdas la fuerza narrativa (ese demonio arrancando corazones, y ya está).
Erratas aparte (deformación profesional), lo que menos me ha gustado ha sido el papel de Lucy, que ha desaparecido casi por completo en la escena de la playa, aunque eso potencia quizá el que luego la encuentre con tanta pupita al final...
Me ha gustado :-)
un gustazo de relato
Muchas gracias a todos :D
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