Noviembre de
1921.
Castle Rock
Asylum
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Inmerso en un bosque
profundo, donde los caminos se pierden entre senderos empedrados y escondidos,
se halla el Castle Rock Asylum, un psiquiátrico de aspecto siniestro que
pondría los pelos de punta a cualquiera. Por uno de los caminos menos
dificultosos en atravesar, un furgón recorre la senda a trompicones, y dentro
del vehículo, fumando un cigarrillo, el conductor habla con el copiloto de
quien llevan atrás. Desde el otro lado de la falsa pared que separa el furgón
del paciente, unos golpes se oyen sin remisión, y un gruñido como el de un animal
les pone a los dos la piel de gallina.
-¿Has oído? – Le dice el
conductor a su acompañante – Dicen que es muy peligrosa. Tendremos que tener
mucho cuidado cuando la saquemos de aquí.
- Lo tendremos - Dice el
acompañante – Ya hemos llegado.
La mansión psiquiátrica se
muestra magistral entre los árboles perennes, y las veinte ventanas de la
fachada ahora tienen las luces encendidas. Ha anochecido, y el canto de los
búhos y los lobos eriza el vello de los trabajadores del Castle Rock Asylum,
que aparcan el furgón junto al porche. En la puerta, el doctor Thomas y un
enfermero esperan impacientes.
-Buenas noches, Mathew.
Buenas noches, John –Dice el doctor, y bajando las escaleras del porche se
dirige junto al enfermero a la cabina trasera del furgón - ¿Qué tal se ha
portado?
-Oh, bueno, doctor Thomas, ha
estado un poco revoltosa dando golpes a la cabina durante todo el trayecto,
pero nada importante – Contesta Mathew, el conductor.
-Perfecto, abre la puerta de
la cabina y ponedle la inyección – El doctor se coloca en un lateral del furgón
mientras Mathew abre con mucha cautela la puerta de la cabina, mostrando una
oscuridad innata allí dentro.
-¿Frida? –Pregunta el médico,
pero el silencio más absoluto invade la noche. Tan sólo el canto de los búhos y
algún lobo lejano se presta a escucharse. Una lluvia repentina acude a sus
cabezas, entonces el doctor Thomas adopta una relevante decisión.
-Sacadla de ahí –Dice, y los
dos hombres que iban en el furgón, vestidos de blanco, se aventuran a entrar en
la oscura cabina.
De repente, un gruñido
persistente se oye desde dentro, y asustando a los dos hombres, una mujer de
largas melenas, ojos enrojecidos y dientes puntiagudos salta sobre ellos. Va
encadenada, por eso no hay qué temer.
-¡Santo Dios! –Dicen los hombres.
-¡Ponedle la inyección,
rápido! –Exclama el doctor, y ante sus ojos uno de los hombres le inyecta un
líquido amarillento en las venas.
La paciente tiene espuma en
la boca, suelta mordiscos al aire y una letanía de insultos a los hombres que
la apresan, pero en ponerle la inyección cae rendida al frío suelo de la cabina
del furgón.
-Soltadle las cadenas y
llevadla adentro – Dice el médico, y Mathew le suelta las cadenas con una de
las mil llaves que lleva atadas a su cinturón.
Entre el enfermero y John, el
copiloto, llevan a la paciente hacia la mansión. Los sigue lento el doctor
Thomas, quien después de mirar a los cielos, iluminados por un relámpago,
cierra tras de sí la puerta. Y allí dentro, envueltos en el calor de la
chimenea del vestíbulo, los tres hombres respiran más tranquilos.
-Subidla a la habitación 222
– Dice el doctor, y acercándose a la chimenea, donde dos mujeres vestidas de
blanco le esperan, increpa: - ¿Qué hacéis ahí paradas? Id con ellos y
preparadle la habitación.
-Sí, doctor Thomas – Añaden
las enfermeras, y con las manos entrelazadas en su regazo se dirigen escaleras
arriba a la habitación 222. Tras ellas, enérgico, el doctor sigue el camino de
la escalinata magistral hacia el pasillo de las habitaciones.
La habitación es amplia,
limpia y tiene una gran ventana junto a la cama. En las paredes fotografías
familiares y cuadros de paisajes adornan la estancia, y de lo alto del techo
una gran lámpara de araña cuelga con sus gotas de cristal. El enfermero y John
colocan a la paciente en el camastro, la tapan, pues va vestida con una bata
atada por detrás y tiene los brazos, piernas y pies helados; se remueve, pero
está inconsciente. Las enfermeras curan sus heridas en las muñecas, luego la
atan a la cama.
-John, puedes retirarte –
Dice el doctor – Gracias – Y John asiente esperanzado con la cabeza mientras
castañea de miedo al oír los gemidos y gritos de las habitaciones contiguas. El
hombre desaparece por la puerta y baja corriendo la escalinata magistral. Desde
la habitación 222 se puede oír un gran portazo en la entrada principal, y un
trueno descomunal antecede a una tormenta sonora que ahora azota los tejados
del Casle Rock Asylum. El ruido del motor del furgón también se pierde en la
inmensidad de la tormenta.
- Cathy, quédese usted esta
noche con ella – Dice el doctor a una de las enfermeras – Mañana lo hará usted,
Margaret. Esta noche vaya junto a la paciente 223.
-Así lo haremos, doctor –
Dicen las dos a un tiempo, y el enfermero, la enfermera más mayor y el doctor
dejan a la paciente junto a Cathy, la enfermera más joven, a su recaudo.
La puerta se cierra y la luz
de la lamparita, encendida, parece querer apagarse en reiteradas ocasiones. La
tormenta, ahora muy sonora, retumba sobre los tejados del psiquiátrico y los
cristales, y Cathy, la enfermera, sentada junto a Frida, se ha puesto a leer un
libro. Pero el cansancio es superior a sus fuerzas y pronto se abandona al
sueño, dejando caer el libro sobre su regazo. Sin embargo, al cabo de un rato
un ruido la despierta, descubriendo que la habitación está en penumbra, y el
sonido de la lluvia repiqueteando la ventana es lo único que se oye. Cathy se
levanta, trata de encender la lamparita sin éxito, y presa de cierto
nerviosismo se acerca a la paciente.
-No me vas a asustar, mocosa
– Le dice – Tu hermana también duerme en la habitación de al lado. Si me haces
algo la mato.
Entonces la habitación
recobra la luz de la lamparita, Cathy sonríe maliciosamente y vuelve a sentarse
en su balancín para seguir con su libro, tranquilamente.
Amanece, y en la habitación
222 un hilo de luz entra a través de los cortinajes. Cathy se ha vuelto a
quedar dormida, pero acaba de despertarse. Se levanta del balancín, se acerca a
la ventana y descorre las cortinas.
-Vamos, Frida. Hora de despertarse
– Dice, pero Frida no responde. Está rígida, con las manos atadas y
engarrotadas a la cama.
Cathy la observa desde varios
ángulos de la habitación, la rodea lentamente, hasta que de pronto ve que la
paciente abre los ojos y abre su boca llena de dientes puntiagudos.
-Vas a morir – Dice Frida con
voz de aparecida, y la enfermera vuela hacia la puerta, asustada, para llamar
alarmada al doctor Thomas. El doctor sale de su despacho, cercano a las
habitaciones, y corre rápido hacia la habitación 222. A lo lejos se oyen
gritos femeninos y masculinos, incluso rezos religiosos.
-¿Cómo está? – Pregunta el
doctor.
-Ha dormido toda la noche,
doctor, pero vuelve a estar activa.
-No podemos darle más dosis –
Insiste el doctor –La mataríamos. Que traigan a Brenda.
-Pero doctor…
-¡Es una orden!
Cathy sale de la habitación
222 y se dirige a la 223, donde abre con una de las veinte llaves que lleva
consigo. Dentro Margaret, su compañera, está abriendo las cortinas de la
ventana. En la cama, sentada y con la espalda apoyada en el cabezal, una
muchacha la mira exhausta. Lleva la melena suelta y un poco enmarañada de
dormir.
-Buenos días, Brenda –Dice
Cathy– Levántate y ven conmigo. Alguien ha venido a verte.
-¿Quién? No espero visitas –
Dice la muchacha.
-El doctor Thomas te espera
en la habitación de al lado.
Margaret le ayuda a
levantarse, dulcemente y con mucho cuidado.
-Vamos, Brenda. El doctor te
espera.
Brenda se levanta, va
descalza, y en su rostro se refleja un aura de asombro previsible. Las dos
enfermeras la acompañan, la llevan como si fuera de cristal, y por fin entran
con ella a la habitación 222, donde el doctor espera junto a la cama. Ahora,
Frida está sentada con la espalda apoyada en el cabezal. Sorprendentemente las
dos muchachas son iguales, como un fiel reflejo mostrado en un espejo. Brenda
sonríe en ver a su gemela, y Frida, con los ojos en blanco, sonríe también con
su boca de dientes afilados.
-Hermana, cuánto tiempo –
Dice Brenda, y se sienta junto a ella mientras el doctor las observa, minucioso.
-Frida ha tenido un ataque
importante y ha atacado a tu padre. Hemos creído conveniente que volviera al
Castle Rock Asylum por una temporada.
Brenda la mira con cariño,
incluso le acaricia los cabellos. Frida parece más un espectro fantasmal que
una muchacha de quince años. En cambio, Brenda es el canon de la belleza
angelical.
-Te he echado de menos – Le
dice, y es en ese preciso momento cuando el doctor y las enfermeras se miran
cómplices y poco a poco van acercándose a la puerta de salida, con intención de
salir y dejarlas solas. Pero la puerta de la habitación 222 se cierra de golpe,
dejando a las dos enfermeras y al doctor encerrados en ella. Entonces Brenda se
levanta, se gira, y tras ella su hermana levita sobre su cabeza, al fin desatada.
Ambas hermanas los miran con odio, se elevan del suelo con las melenas
alborotadas y fijan sus miradas en el doctor.
-No seáis malas, chicas –Dice
el doctor Thomas- Sed buenas y abridnos la puerta. Os hemos unido otra vez para
que estéis juntas, no queremos que hagáis más daño.
Las enfermeras comienzan a
gritar y el doctor Thomas aporrea la puerta. Del otro lado las voces de los
enfermeros se oyen claras.
-¡Abrimos ahora mismo!
–Exclaman, y hasta pasados unos minutos la puerta no se abre.
Médico y enfermeras al fin
pueden abandonar la habitación 222, y desde el quicio de la puerta el doctor
les dice a las gemelas:
-Quedaros juntas cuanto
deseéis. En seguida os traemos el desayuno.
-¿No más medicación? – Dice
Brenda desde su posición etérea.
-No más medicación. Lo
prometo.
-Quiero unas tijeras. Pídele
unas tijeras – Dice Frida.
- ¿La ha oído, doctor Thomas?
Mi hermana quiere unas tijeras.
El doctor asiente con la
cabeza y cierra la puerta tras de sí. Al cabo de unos minutos un enfermero
acude a la habitación con una bandeja con comida y unas tijeras, que deja en el
suelo. El doctor regresa junto a las enfermeras y descubren asombrados que
ambas hermanas se han cortado el pelo y han esparcido los mechones por toda la
habitación. La bandeja está vacía, y las gemelas están de pie junto a la
puerta. Brenda, se acerca al doctor.
-No más medicación. Vuelvo a
mi cuarto -, y rodea al doctor para acudir de nuevo a su habitación.
Dentro de la 222 Frida
permanece de pie también junto al doctor.
-No más medicación – Dice con
su voz ronca, y de un zarpazo le desgarra el cuello al doctor Thomas, que se
desploma en el suelo a la vista de las enfermeras. La puerta se cierra de
golpe, y las enfermeras se quedan inmóviles junto al quicio, sin poder moverse.
Cathy y Margaret también se han quedado mudas y no pueden gritar, mientas la
muchacha se relame viendo brotar la sangre del médico, ya sin vida, y se da un
verdadero festín a costa de él.
En la habitación contigua
Brenda ríe mientras oye abrirse todas las puertas de las habitaciones del
Castle Rock Asylum. Se oyen gritos y rezos religiosos, y muy pronto se pueden
escuchar los alaridos del resto del personal.
Por fin es de día.
4 comentarios:
Gran relato, Ada! Me ha encantado, y menudo final! De 10 🙂
Gracias, preciosa!!!!! Un honor que lo hayas leído y que te haya gustado.
Muy buen relato manteniendo la tensión hasta el final.
Graciasss
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