domingo, 9 de septiembre de 2018

Paciente 222, por Ada de Goln



Noviembre de 1921.
Castle Rock Asylum

❧❧❧❧

Inmerso en un bosque profundo, donde los caminos se pierden entre senderos empedrados y escondidos, se halla el Castle Rock Asylum, un psiquiátrico de aspecto siniestro que pondría los pelos de punta a cualquiera. Por uno de los caminos menos dificultosos en atravesar, un furgón recorre la senda a trompicones, y dentro del vehículo, fumando un cigarrillo, el conductor habla con el copiloto de quien llevan atrás. Desde el otro lado de la falsa pared que separa el furgón del paciente, unos golpes se oyen sin remisión, y un gruñido como el de un animal les pone a los dos la piel de gallina.
-¿Has oído? – Le dice el conductor a su acompañante – Dicen que es muy peligrosa. Tendremos que tener mucho cuidado cuando la saquemos de aquí.
- Lo tendremos - Dice el acompañante – Ya hemos llegado.
La mansión psiquiátrica se muestra magistral entre los árboles perennes, y las veinte ventanas de la fachada ahora tienen las luces encendidas. Ha anochecido, y el canto de los búhos y los lobos eriza el vello de los trabajadores del Castle Rock Asylum, que aparcan el furgón junto al porche. En la puerta, el doctor Thomas y un enfermero esperan impacientes.
-Buenas noches, Mathew. Buenas noches, John –Dice el doctor, y bajando las escaleras del porche se dirige junto al enfermero a la cabina trasera del furgón - ¿Qué tal se ha portado?
-Oh, bueno, doctor Thomas, ha estado un poco revoltosa dando golpes a la cabina durante todo el trayecto, pero nada importante – Contesta Mathew, el conductor.
-Perfecto, abre la puerta de la cabina y ponedle la inyección – El doctor se coloca en un lateral del furgón mientras Mathew abre con mucha cautela la puerta de la cabina, mostrando una oscuridad innata allí dentro.
-¿Frida? –Pregunta el médico, pero el silencio más absoluto invade la noche. Tan sólo el canto de los búhos y algún lobo lejano se presta a escucharse. Una lluvia repentina acude a sus cabezas, entonces el doctor Thomas adopta una relevante decisión.
-Sacadla de ahí –Dice, y los dos hombres que iban en el furgón, vestidos de blanco, se aventuran a entrar en la oscura cabina.
De repente, un gruñido persistente se oye desde dentro, y asustando a los dos hombres, una mujer de largas melenas, ojos enrojecidos y dientes puntiagudos salta sobre ellos. Va encadenada, por eso no hay qué temer.
-¡Santo Dios! –Dicen los hombres.
-¡Ponedle la inyección, rápido! –Exclama el doctor, y ante sus ojos uno de los hombres le inyecta un líquido amarillento en las venas.

La paciente tiene espuma en la boca, suelta mordiscos al aire y una letanía de insultos a los hombres que la apresan, pero en ponerle la inyección cae rendida al frío suelo de la cabina del furgón.  
-Soltadle las cadenas y llevadla adentro – Dice el médico, y Mathew le suelta las cadenas con una de las mil llaves que lleva atadas a su cinturón.
Entre el enfermero y John, el copiloto, llevan a la paciente hacia la mansión. Los sigue lento el doctor Thomas, quien después de mirar a los cielos, iluminados por un relámpago, cierra tras de sí la puerta. Y allí dentro, envueltos en el calor de la chimenea del vestíbulo, los tres hombres respiran más tranquilos.
-Subidla a la habitación 222 – Dice el doctor, y acercándose a la chimenea, donde dos mujeres vestidas de blanco le esperan, increpa: - ¿Qué hacéis ahí paradas? Id con ellos y preparadle la habitación.
-Sí, doctor Thomas – Añaden las enfermeras, y con las manos entrelazadas en su regazo se dirigen escaleras arriba a la habitación 222. Tras ellas, enérgico, el doctor sigue el camino de la escalinata magistral hacia el pasillo de las habitaciones.  
La habitación es amplia, limpia y tiene una gran ventana junto a la cama. En las paredes fotografías familiares y cuadros de paisajes adornan la estancia, y de lo alto del techo una gran lámpara de araña cuelga con sus gotas de cristal. El enfermero y John colocan a la paciente en el camastro, la tapan, pues va vestida con una bata atada por detrás y tiene los brazos, piernas y pies helados; se remueve, pero está inconsciente. Las enfermeras curan sus heridas en las muñecas, luego la atan a la cama.
-John, puedes retirarte – Dice el doctor – Gracias – Y John asiente esperanzado con la cabeza mientras castañea de miedo al oír los gemidos y gritos de las habitaciones contiguas. El hombre desaparece por la puerta y baja corriendo la escalinata magistral. Desde la habitación 222 se puede oír un gran portazo en la entrada principal, y un trueno descomunal antecede a una tormenta sonora que ahora azota los tejados del Casle Rock Asylum. El ruido del motor del furgón también se pierde en la inmensidad de la tormenta.

- Cathy, quédese usted esta noche con ella – Dice el doctor a una de las enfermeras – Mañana lo hará usted, Margaret. Esta noche vaya junto a la paciente 223.
-Así lo haremos, doctor – Dicen las dos a un tiempo, y el enfermero, la enfermera más mayor y el doctor dejan a la paciente junto a Cathy, la enfermera más joven, a su recaudo.
La puerta se cierra y la luz de la lamparita, encendida, parece querer apagarse en reiteradas ocasiones. La tormenta, ahora muy sonora, retumba sobre los tejados del psiquiátrico y los cristales, y Cathy, la enfermera, sentada junto a Frida, se ha puesto a leer un libro. Pero el cansancio es superior a sus fuerzas y pronto se abandona al sueño, dejando caer el libro sobre su regazo. Sin embargo, al cabo de un rato un ruido la despierta, descubriendo que la habitación está en penumbra, y el sonido de la lluvia repiqueteando la ventana es lo único que se oye. Cathy se levanta, trata de encender la lamparita sin éxito, y presa de cierto nerviosismo se acerca a la paciente.
-No me vas a asustar, mocosa – Le dice – Tu hermana también duerme en la habitación de al lado. Si me haces algo la mato.

Entonces la habitación recobra la luz de la lamparita, Cathy sonríe maliciosamente y vuelve a sentarse en su balancín para seguir con su libro, tranquilamente.

Amanece, y en la habitación 222 un hilo de luz entra a través de los cortinajes. Cathy se ha vuelto a quedar dormida, pero acaba de despertarse. Se levanta del balancín, se acerca a la ventana y descorre las cortinas.
-Vamos, Frida. Hora de despertarse – Dice, pero Frida no responde. Está rígida, con las manos atadas y engarrotadas a la cama.

Cathy la observa desde varios ángulos de la habitación, la rodea lentamente, hasta que de pronto ve que la paciente abre los ojos y abre su boca llena de dientes puntiagudos.
-Vas a morir – Dice Frida con voz de aparecida, y la enfermera vuela hacia la puerta, asustada, para llamar alarmada al doctor Thomas. El doctor sale de su despacho, cercano a las habitaciones, y corre rápido hacia la habitación 222.  A lo lejos se oyen gritos femeninos y masculinos, incluso rezos religiosos.
-¿Cómo está? – Pregunta el doctor.
-Ha dormido toda la noche, doctor, pero vuelve a estar activa.
-No podemos darle más dosis – Insiste el doctor –La mataríamos. Que traigan a Brenda.
-Pero doctor…
-¡Es una orden!

Cathy sale de la habitación 222 y se dirige a la 223, donde abre con una de las veinte llaves que lleva consigo. Dentro Margaret, su compañera, está abriendo las cortinas de la ventana. En la cama, sentada y con la espalda apoyada en el cabezal, una muchacha la mira exhausta. Lleva la melena suelta y un poco enmarañada de dormir.
-Buenos días, Brenda –Dice Cathy– Levántate y ven conmigo. Alguien ha venido a verte.
-¿Quién? No espero visitas – Dice la muchacha.
-El doctor Thomas te espera en la habitación de al lado.

Margaret le ayuda a levantarse, dulcemente y con mucho cuidado.
-Vamos, Brenda. El doctor te espera.

Brenda se levanta, va descalza, y en su rostro se refleja un aura de asombro previsible. Las dos enfermeras la acompañan, la llevan como si fuera de cristal, y por fin entran con ella a la habitación 222, donde el doctor espera junto a la cama. Ahora, Frida está sentada con la espalda apoyada en el cabezal. Sorprendentemente las dos muchachas son iguales, como un fiel reflejo mostrado en un espejo. Brenda sonríe en ver a su gemela, y Frida, con los ojos en blanco, sonríe también con su boca de dientes afilados.

-Hermana, cuánto tiempo – Dice Brenda, y se sienta junto a ella mientras el doctor las observa, minucioso.
-Frida ha tenido un ataque importante y ha atacado a tu padre. Hemos creído conveniente que volviera al Castle Rock Asylum por una temporada.

Brenda la mira con cariño, incluso le acaricia los cabellos. Frida parece más un espectro fantasmal que una muchacha de quince años. En cambio, Brenda es el canon de la belleza angelical.
-Te he echado de menos – Le dice, y es en ese preciso momento cuando el doctor y las enfermeras se miran cómplices y poco a poco van acercándose a la puerta de salida, con intención de salir y dejarlas solas. Pero la puerta de la habitación 222 se cierra de golpe, dejando a las dos enfermeras y al doctor encerrados en ella. Entonces Brenda se levanta, se gira, y tras ella su hermana levita sobre su cabeza, al fin desatada. Ambas hermanas los miran con odio, se elevan del suelo con las melenas alborotadas y fijan sus miradas en el doctor.

-No seáis malas, chicas –Dice el doctor Thomas- Sed buenas y abridnos la puerta. Os hemos unido otra vez para que estéis juntas, no queremos que hagáis más daño.  

Las enfermeras comienzan a gritar y el doctor Thomas aporrea la puerta. Del otro lado las voces de los enfermeros se oyen claras.
-¡Abrimos ahora mismo! –Exclaman, y hasta pasados unos minutos la puerta no se abre.

Médico y enfermeras al fin pueden abandonar la habitación 222, y desde el quicio de la puerta el doctor les dice a las gemelas:

-Quedaros juntas cuanto deseéis. En seguida os traemos el desayuno.
-¿No más medicación? – Dice Brenda desde su posición etérea.
-No más medicación. Lo prometo.
-Quiero unas tijeras. Pídele unas tijeras – Dice Frida.
- ¿La ha oído, doctor Thomas? Mi hermana quiere unas tijeras.

El doctor asiente con la cabeza y cierra la puerta tras de sí. Al cabo de unos minutos un enfermero acude a la habitación con una bandeja con comida y unas tijeras, que deja en el suelo. El doctor regresa junto a las enfermeras y descubren asombrados que ambas hermanas se han cortado el pelo y han esparcido los mechones por toda la habitación. La bandeja está vacía, y las gemelas están de pie junto a la puerta. Brenda, se acerca al doctor.
-No más medicación. Vuelvo a mi cuarto -, y rodea al doctor para acudir de nuevo a su habitación.
Dentro de la 222 Frida permanece de pie también junto al doctor.

-No más medicación – Dice con su voz ronca, y de un zarpazo le desgarra el cuello al doctor Thomas, que se desploma en el suelo a la vista de las enfermeras. La puerta se cierra de golpe, y las enfermeras se quedan inmóviles junto al quicio, sin poder moverse. Cathy y Margaret también se han quedado mudas y no pueden gritar, mientas la muchacha se relame viendo brotar la sangre del médico, ya sin vida, y se da un verdadero festín a costa de él.  
En la habitación contigua Brenda ríe mientras oye abrirse todas las puertas de las habitaciones del Castle Rock Asylum. Se oyen gritos y rezos religiosos, y muy pronto se pueden escuchar los alaridos del resto del personal.
Por fin es de día.

4 comentarios:

Gran relato, Ada! Me ha encantado, y menudo final! De 10 🙂

Gracias, preciosa!!!!! Un honor que lo hayas leído y que te haya gustado.

Muy buen relato manteniendo la tensión hasta el final.

Publicar un comentario