martes, 15 de mayo de 2018

El Trance, por Ada de Goln


Imagen Google


Dicen que el juicio es algo que se pierde a veces cuando un problema azota la vida de alguien de manera amenazante. Ese es el caso de Júlia Dosrius, a quien un buen día el juicio se le fue para no volverle jamás. Pero si la ven sentada en la escalera como la estoy viendo yo, sólo verán a un alma atormentada por un vacío inmenso en su corazón, y dirán que sus ojos son un fiel reflejo de algún tipo de tristeza ocasional, quizás por un mal de amores. Pero no se engañen, inocentes lectores, Júlia está cantando una canción melancólica desde el peldaño de la escalinata de su distinguida casa sabiendo lo que ha pasado. Algo muy fuerte acaece al otro lado de la puerta de roble entreabierta. Hay luz tenue en su interior, pero desde dentro nada se escucha. Salvo el canto ahogado de Júlia nada quiebra el molesto silencio de la estancia. 

La primavera llegará cuando tú vuelvas a mí, y las flores secas dejarán de estarlo porque tu aliento les dará perpetua vida…”.

Se oye casi en un gemido, lloriqueando las notas de una canción que antaño fue preciosa y llena de gracia. Sus manos entrelazadas aprietan su pecho, y su mirada lánguida e irritada por las lágrimas mira hacia un punto concreto, que en realidad es la nada, el vacío más inmenso. 

No suspires, mi amor, porque no haya venido a tiempo. Recuerda que la dicha es grande porque estamos juntos para toda la eternidad…”.

Y las gotas de su llanto caen sobre sus mejillas, demasiado pálidas y hundidas, aunque su espléndida belleza le hace honor incluso allí arrinconada, encogida en posición fetal como si hubiera hecho algo muy malo. Entonces, cansada de cantar y de su llanto amargo, Júlia se seca las lágrimas con la manga de su vestido, se levanta poco a poco, y se agarra fuertemente a la baranda de la escalera. Está mareada y a pique está de caer, pero alguna fuerza le queda para sujetarse bien y subir los tres escalones que la separan de la habitación entreabierta. Un paso, dos, tres, cuatro, cinco y seis y ya está prácticamente junto a la puerta. Dos pasos más y … sí, ya está dispuesta en el umbral, a punto de cruzar la frontera de algo que se oculta allí dentro con un secretismo tan hermético que hiere al pensar. Ahora coge el pomo, empuja hacia dentro y allí lo vemos. Un hombre de unos cuarenta años yace en la cama conyugal, parece muerto. Lleva media melena y sus manos están cruzadas en su pecho junto a una cruz de plata. Júlia se acerca al lecho y se sienta junto a él, y un padrenuestro quiere aflorar de sus labios. Sin embargo, curiosamente Júlia no recuerda esa oración, ni ninguna otra, y se desespera mesándose los cabellos porque ha perdido de su memoria lo que a diario oraba cada noche. “Mi amor, ¿qué está pasando?”, pregunta a quien yace sin vida en el lecho, pero obviamente el silencio más sepulcral es la respuesta obtenida. Júlia abraza al hombre en un llanto indescriptible, no se puede definir el dolor por la muerte de un ser tan querido, y lo acaricia, lo acurruca, lo tapa con las mantas por si tiene frío, y del desconsuelo se queda dormida sobre él. 

Ha anochecido pues de las ventanas tan solo entra oscuridad, pero extrañamente las velas de los candelabros siguen alumbrando el corredor de las habitaciones. No parece sino demencial creer que un difunto pueda volver a la vida con tanta facilidad, así, sin más, como quien despierta de una siesta. Pero el hombre yaciente en el lecho de antes, quien hace un momento cruzaba sus manos junto a un crucifijo de plata en su pecho, camina con dificultad arrastrándose por la pared del corredor tras aparecer por la puerta y gritar como un animal. Su mirada está vacía, su boca abierta como queriendo recibir el aliento de la vida a grandes vaha-radas, hasta que se desploma sin fuerzas y comienza a llorar, las piernas le flaquean. Mientras tanto en el lecho Júlia se revuelve; abre los ojos, se levanta horrorizada al ver que su amado no está junto a ella, y huye de la habitación hasta que lo ve allí afuera, serpenteando como un reptil hacia las escaleras. “¡Pol!”, grita, y aun paralizada por una extraña fuerza, con los ojos desencajados y una expresión de horror capaz de erizar el vello a cualquiera, Júlia puede articular una frase: “¡No lo hagas!”. El hombre la mira con una mezcla de terror y tristeza, y como puede, pues le cuesta mucho hablar, dice:

-¿Qué me ha pasado? 

Júlia lo mira, enterneciendo su mirada y llorando en silencio. Desde fuera un sonido como de buque perdido llega a sus oídos, y ambos se estremecen al oírlo. A ella le llega el aliento para explicar unos hechos, algo que ambos saben, pero de lo que no se atreven a hablar. A él le tiembla todo el cuerpo mientras la mira fijamente. Tiene los ojos llenos de lágrimas.

-Me ha costado mucho asimilar lo que ha sucedido, mi amado Pol – dice – Parece que haya pasado una eternidad desde que perdí la razón, en realidad he debido volverme loca durante el trance, pues me falla la memoria y no pienso con cordura. Estoy confundida, no sé bien qué es lo que ha pasado, pero me alcanza el juicio para saber que algo no ha ido bien… 

-¿Estoy muerto? – pregunta él, y ella permanece un buen rato en silencio, mirándolo fijamente, para después decir: 

-Sí … 

El hombre entonces traga saliva, se estremece y vuelve a preguntar:

-¿Y tú? –, pero Júlia niega con la cabeza como si le acabara de contar un chiste. Sonríe sarcástica y aletea los brazos como si estuviera actuando en una obra teatral.

-¿Estás de broma? Era yo la que estaba velándote.

Pol mira a las escaleras. Júlia se acerca como impidiendo una caída intencionada.

-No lo hagas, Pol. El dolor será insoportable y empeorarás las cosas. Anda, vuelve a la cama. Yo cuidaré de ti. 

Pol intercala miradas entre las escaleras y Júlia. 

-Intenta levantarte – dice ella.

-No puedo… me duele – dice él.

-Inténtalo.

Pol y Júlia están de pie, abrazados junto a una de las dos ventanas grandes del corredor de las habitaciones. Se besan, pero en su beso amargo ambos saben que algo muy fuerte está por pasar.  Júlia tiembla al acercar su mano a la cortina que esconde el exterior de la ventana, y Pol se aferra a su cruz de plata. 

-Perdóname, Pol, por abandonarte así. Yo… yo no quería enloquecer, pero tú te fuiste y a mí se me fue la razón. Maldita enfermedad la que te llevó, mi corazón, mi amor. Aférrate a tu cruz y ve hacia la luz. Yo… yo no sé lo que me espera ni a dónde voy a ir sin ti…

Pol la abraza fuertemente y sin decir palabra asiente con la cabeza. Le está diciendo con un gesto que abra la cortina. 

-No me olvides, mi amor – dice ella.

-Nunca, amor mío – dice él.

Tras correr la cortina un exterior de nubes grises les da la bienvenida. No hay cristal, y las nubes, en forma de oscura niebla, entran en la casa invadiendo cada rincón. Júlia y Pol caminan como pueden hacia la habitación, y a tientas dan con el lecho, donde Pol se tumba y donde Júlia se coloca junto a él, abrazándolo, esperando el fin. Si afinamos un poco la vista, entre la espesa niebla podemos ver las dulces y delicadas muñecas de Júlia, ensangrentadas por unos cortes certeros que significaron una muerte segura. Ambos lloran su desgracia mirándose a los ojos, conocedores de su desenlace. Uno espera la voz de ida, la otra aguarda la eterna espera y el castigo. 

Desde fuera una majestuosa casa se yergue entre solemnes árboles perennes, junto a la iglesia de Campoamor, y las más bellas yedras se mezclan entre las ventanas de la hermosa fachada. En la calle la gente va y viene con sus propias historias marcadas en sus vidas: mujeres que pasean a sus hijos, criadas que van cargadas con la compra de sus amos, enamorados que se hacen arrumacos mientras caminan calle arriba calle abajo. Sin embargo, allá en una de las ventanas del segundo piso del palacete, la triste figura de un alma en pena mira sin ver al exterior. Va vestida de riguroso luto, su cara es pálida como la muerte, y sus ojos están hundidos por la desesperación. En la entrada un cartel reza: “SE VENDE”, pero a pesar de que la gente se interesa por la casa, nadie parece apreciar a esa mujer que espía la vida desde la ventana, cumpliendo su eterno castigo por quitarse la vida diez años atrás. 




3 comentarios:

¡Wow, vaya historia! ¡Me ha encantado! Deseando leer más cosillas tuyas 😊

Gracias, guapa! Me alegra que te haya gustado. Os iré enviando cositas ;)

Publicar un comentario