viernes, 5 de junio de 2015

Novela: Las matemáticas del caos de Javier Vivancos



Siempre mostró una singular pasión por las letras. De hecho, Javier Vivancos aprendió a escribir antes que la mayoría de niños de su edad. El problema era que se empeñaba en grabar su esmerada caligrafía en su propia piel. Sin duda, su color de tinta preferido era el rojo.

No tuvo una infancia ni una adolescencia especialmente turbulentas. Le encantaba leer novelas de Stephen King, y jamás descubrieron las pequeñas fosas excavadas en la parte posterior de su jardín.

Su paso por la universidad también fue anodino. Se licenció pronto, y las amenazas de muerte a los profesores no llegaron a figurar en su expediente académico. Tampoco se hizo la foto de la orla. Y eso que muchos lo consideraban un joven atractivo.

Su primer gran empleo fue como redactor, un puesto de trabajo bastante cómodo que compaginó con su afición por la escritura. En todo este tiempo publicó tres novelas y participó en varias antologías. Asimismo, resultó ganador en diversos certámenes literarios. Al parecer, fueron buenos tiempos.

Vivancos permaneció en aquella oficina durante cinco años, hasta que sus compañeros decidieron organizar un «amigo invisible». De algún modo, logró que le saliera su propia papeleta, y se regaló a sí mismo un hacha. Se rumorea que después de aquello sus jefes tuvieron que contratar a varias empresas de limpieza. Y renovar la plantilla al completo.

Muchos de sus trabajos los escribió a mano (solía pagar a un tal Daniel Lonces para que se los pasara a máquina), pero en el psiquiátrico no consintieron que sacase más ojos con el bolígrafo. Así que Javier se vio obligado mecanografiar sus escritos. Y a utilizar ratones inalámbricos.

Sus detractores opinan que esta última etapa de su obra es sin duda la más floja de su carrera. Sin embargo, sus más acérrimos defensores aseguran que su dedicación a la novela rosa es solo algo temporal, que forma parte de su recuperación…

… Y que en cuanto le den el alta regresará con fuerza al género del terror.

Las matemáticas del caos: 


Los niños juegan con carne. Los edificios supuran dolor. El silencio devora las calles, salvo por ese cántico, esa letanía incomprensible que recorre las hileras de vehículos abandonados y se cuela en las entrañas abiertas del subsuelo. La ciudad ha cambiado.

Él también lo ha hecho. Su raída bufanda oculta las llagas de su expresión descompuesta. Su corazón ha dejado de latir. Pero en su pecho, aún hay algo que emite un zumbido acompasado, estremecedor. Piensa en su hermana, en su madre, en aquella secta...

... Y en la venganza.

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