
El dolor era insoportable. Sentada en un charco de sangre, con el cadáver destrozado de mi marido a un lado, las fuertes contracciones me advertían de que nuestro bebé estaba a punto de nacer. Un trozo de carne asomaba aún por mi boca. La carne del hombre al que tanto amaba.
El ansia había empezado unos días atrás, acompañada de un penetrante pinchazo en el bajo vientre cada vez que sentía su olor; un instinto primario que no me dejaba...