jueves, 7 de febrero de 2019

El Escondite (Juego, ¿Juegas?) por Román Sanz Mouta



—Noventa y seis, noventa y siete, noventa y ocho, noventa y nueve, yyyyyy… cien. Quien no se haya escondido, tiempo ha tenido. Listos o no, allá voy.
Las nueve personas, entre las que tú te encuentras, habéis tenido margen suficiente para ocultaros durante la cuenta, en este juego demencial y no elegido.
Por supuesto, algunos intentaron huir, pese al aviso previo, post secuestro, pre-inicio de partida.
“No hay salida, no hay escapatoria. A menos que ganéis”. Así lo pronunció el psicópata mientras todos permanecíais atentos y atados a vuestras sillas. Amordazados. Desconocidos. Impotentes.
Tras la charla: libertad mentirosa. 
Puertas y ventanas cerradas. Gritos aparentemente inútiles. Ayuda improbable. Comunicación con el exterior inexistente. Vuestras pertenencias fueron sustraídas. De la peor manera.
Y, vista la imposibilidad de fuga, a esconderse toca, antes que empiece a buscar. Antes que empiece a encontrar.
¡Ya!
Tú lo haces en el interior de un viejo y enorme reloj de cuco. No es lo más habilidoso. Pero está lejos del cazador, y te has sumergido dentro lo bastante rápido como para que oiga a los demás seguir corriendo por la casa.
La cuenta ya ha terminado. Empieza el miedo. El verdadero protagonista.
—Voy a ir desgranando de viva voz mi recorrido. Para que me sintáis. Para que sepáis si estoy cerca o lejos. Para que incluso podáis modificar vuestro agujero oculto. No se puede ser más justo.
La voz del Ser retumba con eco por la mansión. Sus pasos crepitan.
—Salgo de la habitación y voy al pasillo. Para entrar en el aseo. Ya os echo de menos. En vuestros tronos o rincones. Inocentes. Retransmisión en directo.
Una puerta se abre, las cerradas son pistas; indican que alguien las clausuró tras de sí. Que pasó por ahí. Es un juego de lógica ilógica.
—¿Hay alguien aquí? ¿En la bañera quizá? ¿Tras la cortina?
Un órgano dentro de esa bañera late demasiado alto, demasiado asustado. La escasa tela que protegía el cuerpo dueño de ese corazón se descubre. La Criatura sonríe. Ella está paralizada.
—No quisiste irte muy lejos, ¿verdad? Me estabas esperando.
Un solo grito después de esas palabras rompe la atmósfera. No hace falta imaginación. Sabes que la ha matado. Todos sabéis.
El ser limpia el acero, y sigue hablando.
—Una menos. Ocho restan. ¿Dónde dónde estáis? Vuelvo al pasillo, iré puerta por puerta. Actualizaciones constantes. Ahora otra habitación. Vacía. Una más, ¿nadie debajo de la cama? No me lo creo. Seguro que alguien habrá, pero no en esta. Lo estáis haciendo muy bien. Me gusta. Habrá premio para el vencedor.
Se le escucha con claridad, no sabes cómo. Da igual la distancia que haya por medio, lo suave que penetre su filo. El estertor convertido en susurro. Cada palabra y gesto. Las paredes, alturas, techos o suelos. Parece cerca, hasta que parece más cerca. Te pasó cuando te capturó.
—Creo que voy a subir a la buhardilla. ¿Me tenéis una sorpresa preparada allí? No puedo esperar. Qué buen grupo. ¡Vaya que sí!
El chirrido de una escalera plegable bajando, que no se había escuchado al ser recogida. No debiera haber nadie allí. No debería.
Sus pies suben. Llegan. Son pasos largos y ligeros. Sonoros. Inconfundibles. Intencionados.
—¡Qué oscuro! ¿Importará si enciendo una luz? Ya tengo una edad. Mucho mejor ahora. ¿Qué veo? Algo parece haberse movido tras el espejo. ¿Quién está ahí?
La persona tras el reflejo no puede contenerse más. ¿Cómo le ha encontrado? No hizo ruido. Era perfecto. Tiemblas. Tiemblan todos. Se percibe y huele. La caída de la esperanza. Agazapados. Mudos. Horrorizados.
Desde el resto de guaridas son conscientes que un espejo cae quebrado en la parte más alta. Y que, a continuación, un cuerpo cae muerto junto a los cristales quebrados. También roto.
—Niños y niñas, quedan siete. Hermoso número. No durará.
Y ríe. Como el mejor villano de película.
—Vuelvo a bajar, queridos y queridas mías. Voy a entrar en la biblioteca. Quizá algún ratoncillo de campo este agazapado en el interior de un libro… ¿Quién sabe? Sois muy listos, ¿verdad?
El caminar espeso de nuevo. Con cadencia concreta. Rudo.
—¿No hay nadie aquí? Qué profunda decepción. Os tomaba por verdaderos intelectuales.
Ahora se burla de todos ellos. Vosotros. No los conoces. ¿Por qué tú? ¿Por qué esto? Te haces más pequeño e inmóvil en tu caja de horas. Apenas respiras, apenas palpitas.
—Veamos qué nos depara el comedor. Estamos juntos en esto, ¿cierto? Luego, descenderé a la planta baja, a por el resto. ¿Estáis bien escondidos? ¿Seguro? ¿No queréis cambiar? Hay tiempo. Siempre existe tiempo y oportunidad.
Oyes como un o una imprudente responde a la provocación. Sale desde donde quiera que estuviere y corre, con segura desesperación, buscando un lugar mejor. Descubriéndose. No te muevas. ¡Tú no te muevas!
—No puede ser que no haya nadie en el comedor. Es pura estadística. Mitad arriba, mitad abajo. Al menos uno más. ¿Me lo ponéis difícil? Mejor. Así es más divertido.
Ruido. Más. Sillas arrastrarse. Muebles moverse. Escándalo premeditado.
—No me lo puedo creer. ¿Acaso es Santa Claus uno de los participantes? ¿Qué aguarda en la chimenea? Veamos…
El joven, sujeto a cuatro extremidades por la estrecha cavidad, no da crédito. Menos aún cuando una mano aparece y sujeta su tobillo, sacándole de forma violenta. Golpeándose al paso que abandona su refugio de tan forzosa manera.
—Muy bien jugado. Mereces un premio. Puedes ver mi verdadera cara antes de morir.
Y otro grito. De puro terror, no de apuñalamiento ni de muerte inminente. Pánico extremo. Luego, el fino sonido de penetración, de piel rasgada por instrumento filoso. Durante segundos que son horas.
“¿Cómo puedo oírlo todo?” Te sigues preguntando. “¿Cómo me llegan estás imágenes? “¿¡¿Cómo?!?”
—He terminado aquí. Voy a bajar. Seis pajaritos por cazar. ¿Recordáis las reglas para sobrevivir?
Las normas. Las malditas reglas. Eso que explicó la criatura, ese monstruo disfrazado de humanidad. “Hay dos maneras de salvarse” contó. “Si paso dos veces por la misma sala o recinto, ya no puedo entrar una tercera. Y, si no os he encontrado para el amanecer, también podréis marcharos.”
“Hijo de puta.”
La escalera siente su peso, y lo transmite a los seis restantes. Supervivientes. ¿Por cuánto? Se acerca.
—Me decepcionaría que no hubiese nadie en el cuarto bajo los escalones, ese pequeño reducto para fantasía de niños y mayores. La casa de los castigos. Siempre en las películas de magia y fantasía. El lugar seguro. No me falléis.
No lo hacen. Esa puerta sólo para personas diminutas. Sin cerrar, simulando dejadez, abandono. La cosa la abre del todo, de par en par. Mucha oscuridad.
—Sé que estás aquí. ¿Acaso eres contorsionista, muchacha? ¿Cómo puedes estar dentro si no te veo…?
“¿Lo han engañado?”
Una pizca de ilusión te recorre el cuerpo. Casi una descarga de adrenalina. No te confíes. Sigue quieto.
—¿Me obligarás a entrar?
Esa pregunta contiene todas las amenazas.
—Muy bien. A su deseo. Allá voy, pequeña.
La Cosa se desliza, parece que reduciendo su tamaño, para entrar en el cuarto, donde no hay espacio para uno, menos para dos. Lo ves. ¡Lo estás viendo!
—No no no no no. ¡POR FAVOR! ¡NOOOOOOOO…..!
Así acaba otra vida. El Ser sale del cuartucho, del espacio mínimo.
—Os estáis esforzando mucho esta noche. Habéis sido una gran elección. Me hacéis muy feliz. Gracias por ello. Pero quedan cinco. Muy cerca. Que sea la cocina ahora. Sé que algo me espera, que vais a tomar la iniciativa. Os leo…
Y sigue su recorrido. Su búsqueda. Por lo que has entendido, ahora la sorpresa se la llevará él. Aunque no confías en ello, es difícil no aferrase a la esperanza.
—De verdad quiero que os salvéis, que me ganéis. De verdad. En mis muchos fondos soy buena gente. Os tomo cariño noche tras noche.
“Entra cabrón. Entra en la cocina.”
—Tengo un poco de hambre…
Y, por primera vez, le cortan las palabras. Dos chicos y una mujer le atacan, emboscados tras la puerta. Con cuchillos, con objeto contundente. Con lo más peligroso que han encontrado.
Se suceden los golpes. Los gritos de euforia, de furor. De triunfo. Pero a él no se le escucha. Ni quejarse, ni rendirse, ni defenderse.
Los tres, poseídos por la furia, siguen ensañándose, con sarna, sin desenfreno. Otro corte. Otra patada al Ser caído.
—Darle en la cabeza, joder. ¡En la cabeza!¡NOPARÉIS!
Sigues los sonidos de combate unidireccional. Hasta que vuelve la calma. Pero tú no te muevas. Aún no.
—¿Está muerto?
Eso pregunta una segunda voz, respondida por la primera.
—Es imposible que esté vivo. ¿Quieres rematarlo más?
Y carcajean. Desahogados. Euforia desatada tras salvar la vida. Han ganado. Habéis ganado. Pero tú no te fíes. Sigue escondido. Un poco más. Hasta que todo termine. Hasta que se abra la puerta de salida.
Los tres héroes, caballeros y dama, continúan celebrando sobre el enemigo derrotado.
—Vaya, esto no me lo esperaba ―parece que haya hablado el mismo suelo. Una caverna con voz.
La silueta, deforme por los golpes, cortada, troceada incluso, se incorpora. Se recompone. Fragmento a pieza, cobrando volumen, creciendo. Se vuelve sombra y después luz. Recupera su apariencia. Se borra todo rastro de contusión o mutilación. Puedes verlo. ¿Por qué puedes verlo?
—¿De verdad pensabais que eso bastaría para acabar conmigo?
Te pones en su piel. El horror les domina. Estaba muerto. Le han matado. Estaba muerto. Ese es el mantra que se repiten mientras Eso se acerca. Lento. Decidido. Sin armas.
—Esto va a ser muy especial. Lo habéis merecido.
Reconoces un cuello roto en la distancia. Puedes fácilmente imaginar la escena. Le ha cogido en vilo y le ha quebrado.
—Cinco. Y sigo.
No hay tanta sorna, tanta diversión, tanta piedad, tanta condescendencia ahora.
Algo se rasga entonces. No algo cualquiera. Es la carne cuando una mano se introduce dentro. Es el torso y el pecho, para horadar y albergar una nueva cavidad corporal. Por donde sale un órgano, sin importancia. Está muerto casi antes de caer.
—Cuatro. Y a ti, bonita, que tanto daño has intentado hacerme, ¿cómo te ajusticio?
Ella intenta darse la vuelta, correr. Lo escuchas, vibra el suelo y la casa entera. Eres todo ojos y oídos. Él la coge por los hombros. La retiene. Sujeta sus sienes. Aprieta. Los huesos pierden su forma original, crujen, empiezan a juntarse, conforman una estructura craneal nueva. La masa informe que albergaba su interior se derrama por donde puede. La aplana. Estruja. No emite sonido de queja. La tiende en el suelo; suave, dulce, amoroso. Sin cara.
—Tres. Amigos míos. Tres sois. Queda poco. Muy poco. Tened paciencia. Ya llego.
Sabías que no era humano. No podía serlo. Pero, confirmarlo, es mucho peor. No te muevas. ¡No te muevas!
—Voy al salón. Ya casi terminamos.
Se sigue moviendo, cada vez más próximo a tu posición. Cada vez más cerca del final.
—¿Quién hay aq………
“¿Qué ha pasado? ¿Por qué no ha terminado la frase…?”
   ¡Trampa! —exclama en voz viva, furibunda—. Esto es trampa. Va contra las reglas. Nadie puede suicidarse. Nadie puede quitarse la vida. Atenta contra el espíritu del juego. ¡Tramposo de mierda!
Es la primera vez que parece perder el control.
Supurando ira. Babeando rabia.
—Bien. Si vosotros no seguís las reglas, yo tampoco lo haré. Quedáis dos.
Y tú eres uno de esos dos.
De repente, la voz suena al otro extremo de la planta baja. ¿Cómo ha llegado tan rápido?
—Despacho vacío. Voy al sótano.
Parece que corre. Que vuela. Que atraviesa paredes. Antinatural. ¿Por qué tú? No dejas de preguntarte: “¿por qué tú?”
—Sótano desocupado.
Llegó. Y volvió a marchar. A ritmo imposible.
—La habitación. Aquí. Bajo la cama. Siempre hay uno bajo la cama.
Un hombre, ya entrado en años, se resigna. Sale de su escondite de forma voluntaria para recibir su penitencia. Con la mirada baja. Para terminar la agonía. Lo ves en directo. El reloj tiene vistas a cada cuarto. Sentidos.
—Esto es valor. Afrontar el destino. Me quitas el mal sabor de boca anterior. Agradecido quedo. No dolerá.
Si acaba con él, y lo hace, ninguna huella sonora lo registra. Es Criatura de palabra.
— Queda uno. Travieso. ¿Dónde dónde? —la emoción domina su entonación musical.
Sólo tú.
“¿Cuándo amanece? ¿Cuándo va a pasar por aquí dos veces? ¿A fallar en su búsqueda?”
¿Tienes alguna oportunidad? Quieres pensar que sí. Sabes que no.
—Voy al comedor. Luego, si no estás aquí, que estarás, vendrá la segunda ronda. La diversión nunca se acaba.
Se acerca. Ha recuperado la velocidad normal. Parece más calmado, relajado. Por la voz. Por los movimientos. Lo notas entrando en la estancia. Su sombra. Su figura retorcida.
Quieres cerrar los ojos y no puedes. Quieres dejar de respirar, y casi lo haces. Ni un movimiento. No Falles. ¡NO FALLES!
Eso se desplaza lento, admirando la habitación y cada detalle. Cuadros, tapices, artesanía, ebanistería. Todo antiguo para tu edad. Todo moderno para él. Enreda una telaraña en su uña y la dueña escapa. Ella que puede. Que la dejan.
Acaricia con los dedos por incontable polvo. Si no lo ves, lo escuchas. Lo intuyes. Cruza una vez delante del reloj, se detiene. Mira arriba, a la hora.
Pasa de largo.
Suspiras de forma muda. Deja de temblar. ¡Deja de temblar!
Cuando todo arranca.
¡CU-CU! ¡CU-CU! ¡CU-CU!
¡CU-CU! ¡CU-CU! ¡CU-CU!
El mecanismo. La estridencia. Todo tu mundo, ese mundo rectangular donde te agazapas, estalla en actividad. Los engranajes se mueven. El cuco sale a cantar sus tiempos. El habitáculo trepida. El Ser sonríe. Tú, con la impresión, con la sorpresa, crees que has contenido una exclamación, que sólo ha sido interna. Que no te ha oído… Quieres creer…
—Increíble. No dejo de sorprenderme esta noche. Es la primera vez. Esta ha sido una partida realmente estimulante.
Desanda sus pasos para situarse frente a ti. Se agacha. Mira entre la madera. Te haces más y más pequeño. Invisible. Intangible. Quieres y debes. Lo intentas de verdad. Rezas ateo y mudo. Una oportunidad.
No.
Ves unos ojos que no deberías ver, que no debieran existir. Que no son posibles.
El pequeño cierre que saltó solo cuando entraste se descorre. La puertita se abre. Te mira y le miras.
Lloras, una lágrima. Luego otra. Sin escándalos. Sin “por favores”. Estas agotado. Al menos, la tensión acabará.
—¿Sabes? –no sólo le escuchas. Ves su boca, el interior, los dientes. El abismo profundo de su interior. Hueles su aliento pútrido— Al último superviviente siempre le guardo un premio. Lo prometí. 
“No hay esperanza” te dices. “No le creas”. Te gustaría tener el valor para correr, atacar, defenderte. No serviría. “Qué sea rápido, por favor, qué sea rápido” te suplicas a ti mismo.
—Pero tú… amigo, tú, eres especial. ¿Sabes por qué?
No sabes. No quieres saber. No necesitas saber.
“Mátame hijo de puta. Mátame de una vez y cierra la boca…”.
—Porque te has escondido en mi verdadera casa. Y ahora, vendrás, a verla por dentro. A vivir conmigo.
Entra. Os apretáis. Cierra tras de sí. Te abraza. Ya no hay fondo. Hay camino. Descenso. Oscuridades y terrores.
Te lleva con Él Eso Ello Ser Criatura Monstruo…
“¿Por qué no me mata?”
— Y, allí dónde vamos, hay muchos… muchos… muchos… juegos…




2 comentarios:

Gran y perturbador relato. Excelente trabajo :)

Gracias.
Le tengo mucho cariño y miedo.

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