—Noventa
y seis, noventa y siete, noventa y ocho, noventa y nueve, yyyyyy… cien. Quien
no se haya escondido, tiempo ha tenido. Listos o no, allá voy.
Las
nueve personas, entre las que tú te encuentras, habéis tenido margen suficiente
para ocultaros durante la cuenta, en este juego demencial y no elegido.
Por
supuesto, algunos intentaron huir, pese al aviso previo, post secuestro, pre-inicio
de partida.
“No hay salida, no hay
escapatoria. A menos que ganéis”. Así lo pronunció el
psicópata mientras todos permanecíais atentos y atados a vuestras sillas.
Amordazados. Desconocidos. Impotentes.
Tras
la charla: libertad mentirosa.
Puertas
y ventanas cerradas. Gritos aparentemente inútiles. Ayuda improbable.
Comunicación con el exterior inexistente. Vuestras pertenencias fueron
sustraídas. De la peor manera.
Y,
vista la imposibilidad de fuga, a esconderse toca, antes que empiece a buscar.
Antes que empiece a encontrar.
¡Ya!
Tú
lo haces en el interior de un viejo y enorme reloj de cuco. No es lo más
habilidoso. Pero está lejos del cazador, y te has sumergido dentro lo bastante
rápido como para que oiga a los demás seguir corriendo por la casa.
La
cuenta ya ha terminado. Empieza el miedo. El verdadero protagonista.
—Voy
a ir desgranando de viva voz mi recorrido. Para que me sintáis. Para que sepáis
si estoy cerca o lejos. Para que incluso podáis modificar vuestro agujero
oculto. No se puede ser más justo.
La
voz del Ser retumba con eco por la mansión. Sus pasos crepitan.
—Salgo
de la habitación y voy al pasillo. Para entrar en el aseo. Ya os echo de menos.
En vuestros tronos o rincones. Inocentes. Retransmisión en directo.
Una
puerta se abre, las cerradas son pistas; indican que alguien las clausuró tras
de sí. Que pasó por ahí. Es un juego de lógica ilógica.
—¿Hay
alguien aquí? ¿En la bañera quizá? ¿Tras la cortina?
Un
órgano dentro de esa bañera late demasiado alto, demasiado asustado. La escasa
tela que protegía el cuerpo dueño de ese corazón se descubre. La Criatura
sonríe. Ella está paralizada.
—No
quisiste irte muy lejos, ¿verdad? Me estabas esperando.
Un
solo grito después de esas palabras rompe la atmósfera. No hace falta
imaginación. Sabes que la ha matado. Todos sabéis.
El
ser limpia el acero, y sigue hablando.
—Una
menos. Ocho restan. ¿Dónde dónde estáis? Vuelvo al pasillo, iré puerta por
puerta. Actualizaciones constantes. Ahora otra habitación. Vacía. Una más,
¿nadie debajo de la cama? No me lo creo. Seguro que alguien habrá, pero no en
esta. Lo estáis haciendo muy bien. Me gusta. Habrá premio para el vencedor.
Se
le escucha con claridad, no sabes cómo. Da igual la distancia que haya por
medio, lo suave que penetre su filo. El estertor convertido en susurro. Cada
palabra y gesto. Las paredes, alturas, techos o suelos. Parece cerca, hasta que
parece más cerca. Te pasó cuando te capturó.
—Creo
que voy a subir a la buhardilla. ¿Me tenéis una sorpresa preparada allí? No
puedo esperar. Qué buen grupo. ¡Vaya que sí!
El
chirrido de una escalera plegable bajando, que no se había escuchado al ser
recogida. No debiera haber nadie allí. No debería.
Sus
pies suben. Llegan. Son pasos largos y ligeros. Sonoros. Inconfundibles.
Intencionados.
—¡Qué
oscuro! ¿Importará si enciendo una luz? Ya tengo una edad. Mucho mejor ahora. ¿Qué
veo? Algo parece haberse movido tras el espejo. ¿Quién está ahí?
La
persona tras el reflejo no puede contenerse más. ¿Cómo le ha encontrado? No
hizo ruido. Era perfecto. Tiemblas. Tiemblan todos. Se percibe y huele. La
caída de la esperanza. Agazapados. Mudos. Horrorizados.
Desde
el resto de guaridas son conscientes que un espejo cae quebrado en la parte más
alta. Y que, a continuación, un cuerpo cae muerto junto a
los cristales quebrados. También roto.
—Niños
y niñas, quedan siete. Hermoso número. No durará.
Y
ríe. Como el mejor villano de película.
—Vuelvo
a bajar, queridos y queridas mías. Voy a entrar en la biblioteca. Quizá algún
ratoncillo de campo este agazapado en el interior de un libro… ¿Quién sabe?
Sois muy listos, ¿verdad?
El
caminar espeso de nuevo. Con cadencia concreta. Rudo.
—¿No
hay nadie aquí? Qué profunda decepción. Os tomaba por verdaderos intelectuales.
Ahora
se burla de todos ellos. Vosotros. No los conoces. ¿Por qué tú? ¿Por qué esto?
Te haces más pequeño e inmóvil en tu caja de horas. Apenas respiras, apenas
palpitas.
—Veamos
qué nos depara el comedor. Estamos juntos en esto, ¿cierto? Luego, descenderé a
la planta baja, a por el resto. ¿Estáis bien escondidos? ¿Seguro? ¿No queréis
cambiar? Hay tiempo. Siempre existe tiempo y oportunidad.
Oyes
como un o una imprudente responde a la provocación. Sale desde donde quiera que
estuviere y corre, con segura desesperación, buscando un lugar mejor.
Descubriéndose. No te muevas. ¡Tú no te muevas!
—No
puede ser que no haya nadie en el comedor. Es pura estadística. Mitad arriba,
mitad abajo. Al menos uno más. ¿Me lo ponéis difícil? Mejor. Así es más
divertido.
Ruido.
Más. Sillas arrastrarse. Muebles moverse. Escándalo premeditado.
—No
me lo puedo creer. ¿Acaso es Santa Claus uno de los participantes? ¿Qué aguarda
en la chimenea? Veamos…
El
joven, sujeto a cuatro extremidades por la estrecha cavidad, no da crédito.
Menos aún cuando una mano aparece y sujeta su tobillo, sacándole de forma
violenta. Golpeándose al paso que abandona su refugio de tan forzosa manera.
—Muy
bien jugado. Mereces un premio. Puedes ver mi verdadera cara antes de morir.
Y
otro grito. De puro terror, no de apuñalamiento ni de muerte inminente. Pánico
extremo. Luego, el fino sonido de penetración, de piel rasgada por instrumento
filoso. Durante segundos que son horas.
“¿Cómo
puedo oírlo todo?” Te sigues preguntando. “¿Cómo me llegan estás imágenes? “¿¡¿Cómo?!?”
—He
terminado aquí. Voy a bajar. Seis pajaritos por cazar. ¿Recordáis las reglas
para sobrevivir?
Las
normas. Las malditas reglas. Eso que explicó la criatura, ese monstruo
disfrazado de humanidad. “Hay dos maneras
de salvarse” contó. “Si paso dos
veces por la misma sala o recinto, ya no puedo entrar una tercera. Y, si no os
he encontrado para el amanecer, también podréis marcharos.”
“Hijo
de puta.”
La
escalera siente su peso, y lo transmite a los seis restantes. Supervivientes.
¿Por cuánto? Se acerca.
—Me
decepcionaría que no hubiese nadie en el cuarto bajo los escalones, ese pequeño
reducto para fantasía de niños y mayores. La casa de los castigos. Siempre en
las películas de magia y fantasía. El lugar seguro. No me falléis.
No
lo hacen. Esa puerta sólo para personas diminutas. Sin cerrar, simulando
dejadez, abandono. La cosa la abre del todo, de par en par. Mucha oscuridad.
—Sé
que estás aquí. ¿Acaso eres contorsionista, muchacha? ¿Cómo puedes estar dentro
si no te veo…?
“¿Lo
han engañado?”
Una
pizca de ilusión te recorre el cuerpo. Casi una descarga de adrenalina. No te
confíes. Sigue quieto.
—¿Me
obligarás a entrar?
Esa
pregunta contiene todas las amenazas.
—Muy
bien. A su deseo. Allá voy, pequeña.
La
Cosa se desliza, parece que reduciendo su tamaño, para entrar en el cuarto,
donde no hay espacio para uno, menos para dos. Lo ves. ¡Lo estás viendo!
—No
no no no no. ¡POR FAVOR! ¡NOOOOOOOO…..!
Así
acaba otra vida. El Ser sale del cuartucho, del espacio mínimo.
—Os
estáis esforzando mucho esta noche. Habéis sido una gran elección. Me hacéis
muy feliz. Gracias por ello. Pero quedan cinco. Muy cerca. Que sea la cocina
ahora. Sé que algo me espera, que vais a tomar la iniciativa. Os leo…
Y
sigue su recorrido. Su búsqueda. Por lo que has entendido, ahora la sorpresa se
la llevará él. Aunque no confías en ello, es difícil no aferrase a la
esperanza.
—De
verdad quiero que os salvéis, que me ganéis. De verdad. En mis muchos fondos
soy buena gente. Os tomo cariño noche tras noche.
“Entra
cabrón. Entra en la cocina.”
—Tengo
un poco de hambre…
Y,
por primera vez, le cortan las palabras. Dos chicos y una mujer le atacan,
emboscados tras la puerta. Con cuchillos, con objeto contundente. Con lo más
peligroso que han encontrado.
Se
suceden los golpes. Los gritos de euforia, de furor. De triunfo. Pero a él no
se le escucha. Ni quejarse, ni rendirse, ni defenderse.
Los
tres, poseídos por la furia, siguen ensañándose, con sarna, sin desenfreno.
Otro corte. Otra patada al Ser caído.
—Darle
en la cabeza, joder. ¡En la cabeza!¡NOPARÉIS!
Sigues
los sonidos de combate unidireccional. Hasta que vuelve la calma. Pero tú no te
muevas. Aún no.
—¿Está
muerto?
Eso
pregunta una segunda voz, respondida por la primera.
—Es
imposible que esté vivo. ¿Quieres rematarlo más?
Y
carcajean. Desahogados. Euforia desatada tras salvar la vida. Han ganado.
Habéis ganado. Pero tú no te fíes. Sigue escondido. Un poco más. Hasta que todo
termine. Hasta que se abra la puerta de salida.
Los
tres héroes, caballeros y dama, continúan celebrando sobre el enemigo
derrotado.
—Vaya,
esto no me lo esperaba ―parece que haya hablado el mismo suelo. Una caverna con
voz.
La
silueta, deforme por los golpes, cortada, troceada incluso, se incorpora. Se
recompone. Fragmento a pieza, cobrando volumen, creciendo. Se vuelve sombra y
después luz. Recupera su apariencia. Se borra todo rastro de contusión o
mutilación. Puedes verlo. ¿Por qué puedes verlo?
—¿De
verdad pensabais que eso bastaría para acabar conmigo?
Te
pones en su piel. El horror les domina. Estaba muerto. Le han matado. Estaba
muerto. Ese es el mantra que se repiten mientras Eso se acerca. Lento.
Decidido. Sin armas.
—Esto
va a ser muy especial. Lo habéis merecido.
Reconoces
un cuello roto en la distancia. Puedes fácilmente imaginar la escena. Le ha
cogido en vilo y le ha quebrado.
—Cinco.
Y sigo.
No
hay tanta sorna, tanta diversión, tanta piedad, tanta condescendencia ahora.
Algo
se rasga entonces. No algo cualquiera. Es la carne cuando una mano se introduce
dentro. Es el torso y el pecho, para horadar y albergar una nueva cavidad
corporal. Por donde sale un órgano, sin importancia. Está muerto casi antes de
caer.
—Cuatro.
Y a ti, bonita, que tanto daño has intentado hacerme, ¿cómo te ajusticio?
Ella
intenta darse la vuelta, correr. Lo escuchas, vibra el suelo y la casa entera.
Eres todo ojos y oídos. Él la coge por los hombros. La retiene. Sujeta sus
sienes. Aprieta. Los huesos pierden su forma original, crujen, empiezan a
juntarse, conforman una estructura craneal nueva. La masa informe que albergaba
su interior se derrama por donde puede. La aplana. Estruja. No emite sonido de
queja. La tiende en el suelo; suave, dulce, amoroso. Sin cara.
—Tres.
Amigos míos. Tres sois. Queda poco. Muy poco. Tened paciencia. Ya llego.
Sabías
que no era humano. No podía serlo. Pero, confirmarlo, es mucho peor. No te
muevas. ¡No te muevas!
—Voy
al salón. Ya casi terminamos.
Se
sigue moviendo, cada vez más próximo a tu posición. Cada vez más cerca del
final.
—¿Quién
hay aq………
“¿Qué
ha pasado? ¿Por qué no ha terminado la frase…?”
—
¡Trampa! —exclama en voz viva,
furibunda—. Esto es trampa. Va contra las reglas. Nadie puede suicidarse. Nadie
puede quitarse la vida. Atenta contra el espíritu del juego. ¡Tramposo de
mierda!
Es
la primera vez que parece perder el control.
Supurando
ira. Babeando rabia.
—Bien.
Si vosotros no seguís las reglas, yo tampoco lo haré. Quedáis dos.
Y
tú eres uno de esos dos.
De
repente, la voz suena al otro extremo de la planta baja. ¿Cómo ha llegado tan
rápido?
—Despacho
vacío. Voy al sótano.
Parece
que corre. Que vuela. Que atraviesa paredes. Antinatural. ¿Por qué tú? No dejas
de preguntarte: “¿por qué tú?”
—Sótano
desocupado.
Llegó.
Y volvió a marchar. A ritmo imposible.
—La
habitación. Aquí. Bajo la cama. Siempre hay uno bajo la cama.
Un
hombre, ya entrado en años, se resigna. Sale de su escondite de forma
voluntaria para recibir su penitencia. Con la mirada baja. Para terminar la
agonía. Lo ves en directo. El reloj tiene vistas a cada cuarto. Sentidos.
—Esto
es valor. Afrontar el destino. Me quitas el mal sabor de boca anterior.
Agradecido quedo. No dolerá.
Si
acaba con él, y lo hace, ninguna huella sonora lo registra. Es Criatura de
palabra.
—
Queda uno. Travieso. ¿Dónde dónde? —la emoción domina su entonación musical.
Sólo
tú.
“¿Cuándo
amanece? ¿Cuándo va a pasar por aquí dos veces? ¿A fallar en su búsqueda?”
¿Tienes
alguna oportunidad? Quieres pensar que sí. Sabes que no.
—Voy
al comedor. Luego, si no estás aquí, que estarás, vendrá la segunda ronda. La
diversión nunca se acaba.
Se
acerca. Ha recuperado la velocidad normal. Parece más calmado, relajado. Por la
voz. Por los movimientos. Lo notas entrando en la estancia. Su sombra. Su
figura retorcida.
Quieres
cerrar los ojos y no puedes. Quieres dejar de respirar, y casi lo haces. Ni un
movimiento. No Falles. ¡NO FALLES!
Eso
se desplaza lento, admirando la habitación y cada detalle. Cuadros, tapices,
artesanía, ebanistería. Todo antiguo para tu edad. Todo moderno para él. Enreda
una telaraña en su uña y la dueña escapa. Ella que puede. Que la dejan.
Acaricia
con los dedos por incontable polvo. Si no lo ves, lo escuchas. Lo intuyes.
Cruza una vez delante del reloj, se detiene. Mira arriba, a la hora.
Pasa
de largo.
Suspiras
de forma muda. Deja de temblar. ¡Deja de temblar!
Cuando
todo arranca.
¡CU-CU!
¡CU-CU! ¡CU-CU!
¡CU-CU!
¡CU-CU! ¡CU-CU!
El
mecanismo. La estridencia. Todo tu mundo, ese mundo rectangular donde te
agazapas, estalla en actividad. Los engranajes se mueven. El cuco sale a cantar
sus tiempos. El habitáculo trepida. El Ser sonríe. Tú, con la impresión, con la
sorpresa, crees que has contenido una exclamación, que sólo ha sido interna.
Que no te ha oído… Quieres creer…
—Increíble.
No dejo de sorprenderme esta noche. Es la primera vez. Esta ha sido una partida
realmente estimulante.
Desanda
sus pasos para situarse frente a ti. Se agacha. Mira entre la madera. Te haces
más y más pequeño. Invisible. Intangible. Quieres y debes. Lo intentas de
verdad. Rezas ateo y mudo. Una oportunidad.
No.
Ves
unos ojos que no deberías ver, que no debieran existir. Que no son posibles.
El
pequeño cierre que saltó solo cuando entraste se descorre. La puertita se abre.
Te mira y le miras.
Lloras,
una lágrima. Luego otra. Sin escándalos. Sin “por favores”. Estas agotado. Al
menos, la tensión acabará.
—¿Sabes?
–no sólo le escuchas. Ves su boca, el interior, los dientes. El abismo profundo
de su interior. Hueles su aliento pútrido— Al último superviviente siempre le
guardo un premio. Lo prometí.
“No
hay esperanza” te dices. “No le creas”. Te gustaría tener el valor para correr,
atacar, defenderte. No serviría. “Qué sea rápido, por favor, qué sea rápido” te
suplicas a ti mismo.
—Pero
tú… amigo, tú, eres especial. ¿Sabes por qué?
No
sabes. No quieres saber. No necesitas saber.
“Mátame
hijo de puta. Mátame de una vez y cierra la boca…”.
—Porque
te has escondido en mi verdadera casa. Y ahora, vendrás, a verla por dentro. A
vivir conmigo.
Entra.
Os apretáis. Cierra tras de sí. Te abraza. Ya no hay fondo. Hay camino.
Descenso. Oscuridades y terrores.
Te
lleva con Él Eso Ello Ser Criatura Monstruo…
“¿Por
qué no me mata?”
—
Y, allí dónde vamos, hay muchos… muchos… muchos… juegos…
2 comentarios:
Gran y perturbador relato. Excelente trabajo :)
Gracias.
Le tengo mucho cariño y miedo.
Publicar un comentario