Castle Rock Asylum

Bienvenidos a la locura.

I Antología de Relatos de Terror Castle Rock Asylum

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viernes, 28 de septiembre de 2018

La Sala Común: (Des)encanto, T.1




Aunque hace años escuchar el nombre de Matt Groening era pensar en un genio del humor gracias a las primeras temporadas de Los Simpson y Futurama. De un tiempo a esta parte, esto ha ido decayendo con la calidad de los capítulos de la célebre familia amarilla y las continuas cancelaciones de su serial futurístico. Aún con todo es imposible no sentir curiosidad por este nuevo intento de Groening por seguir trabajando en terreno cómico.

Netflix no deja de rodearse de grandes nombres del entretenimiento. Y desde luego que contar con Matt Groening era una oportunidad que el gigante del streaming no iba a dejar pasar. Por su parte, el comediante decidió apostar por una historia de corte fantástico. Algo lógico si vemos que con Los Simpson Groening se ríe del mundo actual y con Futurama puede hacerlo del futuro y todos los tópicos del género sci-fi. (Des)encanto viene a hacer lo propio con el pasado y el género de fantasía en este entorno medieval. Pero... ¿Ha logrado su cometido de ser la nueva gran serie cómica del momento?




Desde hace unos años, la animación cómica y adulta ha visto un boom que ha hecho desmerecer a los trabajos de Groening: BoJack Horseman, F is For Family, Archer, Rick and Morty, Big Mouth... (sí, la mayor parte de la lista son creaciones de Netflix). Por lo que es imposible no mirar con más lupa a esta propuesta. Cosa que juega muy en su contra. Pues (Des)encanto falla bastante como comedia. Da la sensación de que Groening tan solo pensó en el trío protagonista y en el chiste que sería el título de su primer episodio (Una princesa, un elfo y un demonio entran en un bar).Trabajando sobre la marcha sin demasiado tino. Pues ni el chiste tiene tanta gracia ni Matt parece esforzarse en que lo tenga.

Puede que el problema sea la ambientación escogida. Pues Futurama no tarda ni su primer episodio en explotar el potencial de un mundo futurístico cómico. Pero (Des)encanto nunca termina de exponer del todo el humor en este mundo y sus particularidades. Apenas un par de apurados gags que no funcionan en el marco general.




En su contra también está la decisión de hacer que los capítulos duren media hora. Lo que descompensa bastante el ritmo.

Trabajando con diseños ya conocidos, se nos presenta al trío protagonista encabezado por la princesa Bean. Que pretende jugar con los tropos de este tipo de personajes convirtiéndola en una alocada pendenciera. El problema está cuando vemos que su problema con la bebida viene a ser un recurso cómico que actúa como desesperado seguro para tratar de arrancar la carcajada en el espectador y solo eso. No hay más como bien logra aprovechar series como BoJack Horseman.

Elfo es un personaje que entra bien en los primeros episodios con sus autodescubrimientos. Pero que después se amolda a ser el típico compañerillo de la prota sin poco más que ofrecer (ni siquiera su sub trama de cara el final de la temporada hace que importe más).




Luci es el personaje que más risas roba, pero no por ser innovador, precisamente. Es imposible no ver en este personaje a la versión luciferina de Bender de Futurama.

Curiosamente, los personajes secundarios resultan ser más interesantes y los que mejores escenas cómicas tienen.

Es cierto que como comedia falla bastante, pero resulta que (Des)encanto se guarda el último y desesperado as bajo la manga en los últimos episodios de la temporada. Cuando se presenta una trama que hace que la serie se antoje como un Juego de Tronos animado. Un buen camino a seguir y que puede salvar la serie por muchos intentos de humor con los que quieran perlar el conjunto.




Lo Mejor: Sus últimos episodios.

Lo Peor: Matt Groening sigue dejando en entredicho su actual sentido del humor.



miércoles, 26 de septiembre de 2018

El terror en la mochila: El Castillo de Glamis (Angus, Escocia)



Hoy  me voy de nuevo a Escocia, concretamente a Angus, a visitar uno de los castillos más embrujados de la historia. No es otro que el de Glamis, habitado por multitud de espíritus, pero hay uno que es el más conocido y terrorífico de todos.

En el año 1821, Lord Glamis y su esposa, dueños del castillo, tuvieron a su hijo Thomas. La dicha les duró poco, pues el heredero murió siendo un bebé. Las malas lenguas de la población decían que el niño no murió, sino que nació deformado y sus padres lo encerraron en las mazmorras del lugar para evitar la vergüenza de no tener un hijo "sano". Según la leyenda, cuando uno de los posibles herederos cumplía la mayoría de edad, tenía que superar una prueba: lo llevaban ante la criatura deforme que nació sin cuello y con el cuerpo cubierto de pelo, pero también con una fuerza sobrehumana.


Por supuesto, nadie de la familia Glamis reconoció nunca que el niño siguiese con vida, alejado a la fuerza del mundo exterior (aunque tampoco se recuerda que lo negasen). En 1870, una de las cuñadas del conde, escribió una carta en la que decía que él había reconocido el terrible  secreto de la familia Glamis. Al parecer, estas fueron las palabras textuales de la confesión:

«Querida mía, He estado en la sala; he oído el secreto; y si deseas complacerme, en el futuro no vuelvas jamás a mencionarme este tema».

Hoy en día, el lugar recibe visitas turísticas, sobre todo la noche de Halloween, en la que aprovechan tal festividad para guiar a los más morbosos y atrevidos por todas las estancias del castillo. Se cuenta que muchos de los visitantes han pasado un rato terroríficamente divertido, pero que muchos otros han sentido cosas paranormales al pasear por sus dependencias.

¿Os atrevéis a visitarlo en la próxima noche de Halloween?



lunes, 24 de septiembre de 2018

El Asilo del Horror, por Andrés José Olivar Arroyo


St. Kevins Mental Asylum (Rebrn.com)

Todo comenzó un día brumoso, un mes atrás había recibido una carta con respecto a mi petición de un puesto de trabajo tras terminar la carrera de psiquiatría en la universidad; había solicitado un puesto de psiquiatra en un asilo para personas deficientes mentales.

El asilo de Castle Rock se encontraba situado en un páramo de Inglaterra; cerca del condado de Devonshire; me llamo Alicia Marguello y tengo 35 años; soy una de las primeras mujeres que han estudiado psiquiatría en la España posterior a la Guerra Civil;  el mundo acababa de salir de la peor guerra que había asolado la Tierra. Al no tener posibilidad de ejercer en mi país decidí trasladarme a Inglaterra; donde gracias a una carta de mi mentor en la universidad de Alcalá de Henares pude obtener un puesto en este asilo.

Cuando llegue a Castle Rock ante mí se presentó un edificio imponente que más que un asilo se asemejaba a una prisión: altas verjas rodeaban su perímetro; cubiertas de enredaderas, cuando atravesé las puertas de acceso observe en toda su plenitud el edificio; un enorme caserón de estilo victoriano rodeado de una amplia foresta y cuyas puertas eran custodiadas por las estatuas de dos ángeles armados con espadas. El entorno del edificio lo hacía aún mas tétrico y cuando llamé a la puertas un escalofrió recorrió mi columna vertebral.

Una joven monja me recibió y tras presentarme me indico que la siguiera; atravesamos un largo pasillo que nos condujo hasta el despacho del director de la institución.  El lugar era una sala con una decoración bastante espartana y nada más entrar el doctor McCormick se levantó para estrecharme la mano.

:- Bienvenida a Castle Rock, doctora Marguello; su mentor el profesor Heredia me comentó en su carta que usted había sido la segunda de su promoción y es un honor que trabaje en esta nuestra institución. Espero que esté informada sobre los avances que ha tenido nuestra especialidad en Europa; por lo que tengo entendido en su país los avances están siendo más lentos.-

:- Lo primero Dr. McCormick agradecerle la oportunidad que me ha dado de trabajar en su institución; es para mí un honor poder trabajar con un gran amigo de mi mentor. Tiene razón que en mi país la ciencia psiquiátrica está menos avanzada que en el resto de Europa y espero aprender muchas cosas en este lugar y con mi pobre ayuda lograr aliviar el sufrimiento de las personas que están aquí ingresadas.-

:- De nuevo bienvenida, hermana Frances acompañe a la doctora a sus habitaciones.-

Si ya el exterior se asemejaba a una prisión, el interior me confirmo esa sensación; el edificio destilaba dolor y sufrimiento; desde este pasillo podía escuchar los gritos de los pacientes. Seguí a la hermana Frances hasta que llegamos a la puerta  de una habitación, ese lugar sería mi alojamiento mientras estuviera allí. Mi equipaje ya se encontraba en la habitación y me dispuse a asearme y prepararme ya que en dos horas conocería a mis futuros pacientes. 

Pasado ese tiempo el Dr. McCormick vino a buscarme para iniciar mi primera ronda en tan sombrío lugar; las habitaciones de los pacientes se encontraban en los sótanos del edificio y mientras caminábamos por el pasillo un hondo pesar se aferró a mi corazón. La primera paciente a la que conocí era una muchacha que no debía superar los 19 años; Claire Bishop; el diagnóstico asignado había sido histeria y lesbianismo. Esa pobre muchacha era hermosa y en otro entorno habría destacado bastante; más adelante iré comentando las terapias usadas para cada uno de los casos que me fueron presentados.

El siguiente paciente que me presentaron era un robusto hombre cuya sola presencia atemorizaba; Edgar Hayden; asesino múltiple de 41 años que había descuartizado a 19 mujeres, según sus propias palabras llevaba a cabo la obra de Dios castigando a fulanas.

Paul Richardson fue el paciente que más me entristeció ver allí, era un pobre muchacho de unos doce años que sufría idiotez congénita.

Hellen Nebrend, mujer de 26 años con un trastorno de personalidad múltiple, tenía dos personalidades; una infantil psicótica y otra adulta sobreprotectora.

Y por último Luke Helling, de 28 años, violador pedófilo reincidente.

Esas eran las personas que iban a estar bajo mi cuidado profesional; pero esa noche también conocí al paciente más extraño de la institución; un enfermo de porfiria en un estado avanzado de la enfermedad y que se encontraba aislado del resto de pacientes. El doctor me comentó que este paciente llevaba varios años residiendo en el asilo y que la policía le había encontrado vagando por los bosques.

Más tarde todo el personal del asilo coincidimos en el comedor y pude conocer al resto de mis compañeros. La mayoría de las enfermeras y asistentes eran religiosas, el personal de seguridad lo conformaban 15 hombres; todos por lo  que pude descubrir más tarde con experiencia militar y el personal médico lo conformábamos aparte de mí el doctor McCormick, el Dr. Peter Hannigan y el Dr. Klaus Gustaffson. En total 50 pacientes residían en el asilo en ese momento y yo al ser la última en llegar era de todos los psiquiatras quien menos residentes tenia a mi cargo.

Tras cenar y conversar un rato con mis compañeros de profesión decidí retirarme a mi cuarto para dormir; ya que debería levantarme temprano para comenzar mi trabajo de terapia con mis pacientes asignados.

A las 7 de la mañana me dirigí a la sala donde iba a hacer las terapias con mis cinco pacientes; al ir hacia ella pase frente la biblioteca del asilo y vi un cuadro representando la expulsión del paraíso; pero los expulsados eran Adán, Eva y Lucifer.

Continúe hacia la sala donde me esperaba Claire; como mujer ciertas terapias aún usadas me parecían aberrantes; por ejemplo la terapia que se usaba para los casos similares a los de Claire, para su lesbianismo se usaba terapia de aversión; consistente en  mostrara aquello que les gusta pero con medicamentos provocarle nauseas y descubrí algo mas aberrante ya que la obligaban a estar cerca de hombres desnudos para reorientar su condición sexual y la histeria se combatía con estimulación genital.

Cuando llegue a la sala la muchacha se encontraba cabizbaja y atemorizada; uno de los guardias la sujetaba en una silla; le pedí al guardia que la soltara y abandonara la habitación; cosa que hizo a regañadientes.

:- Hola Claire; me llamo Alicia y voy a ser tu nueva terapeuta; cuéntame tu vida hasta que llegaste aquí para conocer cosas y averiguar cómo lograr que llegues a abandonar tu internamiento completamente sana.-

:- Buenos días doctora; cuando cumplí 14 años fui plenamente consciente que me sentía atraída por las mujeres, mi padre cuando lo averiguó lo consideró un castigo divino y me obligó a mantener relaciones con un hombre; doctora casi fue una violación y yo no considero mi amor por las mujeres una enfermedad.-

:- Claire, la ciencia psiquiátrica aún debe avanzar mucho; yo no creo que sea una enfermedad pero estoy aquí para lograr que por fin logres salir de aquí.-
Me resultaban bárbaras y arcaicas algunas prácticas de mi profesión y siempre había jurado que lucharía por hacer avanzar esta especialidad médica a caminos menos aberrantes.
Tras una hora hablando con Claire me dirigí a ver a Hayden; dos de los guardas me acompañaban armados con porras; al entrar en su habilitación estaba encadenado a una silla y al entrar sonrió relamiéndose los labios, un escalofrío recorrió mi espalda.

:- Por fin traen un loquero que me atrae, doctora si no estuviera encadenado le haría pasar un buen rato como la zorra que es.-

Uno de los guardias avanzó hacia el dispuesto a golpearle pero le detuve antes de hacerlo.

:- Sr. Hayden, ese comportamiento no le ayudará a curarse y su curación es lo que me ha traído aquí; cuénteme por que asesinó a esas 19 mujeres.-

:- Así que la dulce doctora quiere saber por qué violé y abrí en canal a esas zorras, doctora; se lo merecían al haber atentado contra la ley de Dios. Las  pecadoras hijas de Sodoma  deben ser castigadas y yo he sido elegido por el Altísimo para ser el brazo ejecutor de su ira.-

:- ¿Abusaron de usted en su infancia?-

:- Doctora, la creía más inteligente que sus compañeros; no soy un pobre desvalido del que abusaron en la infancia; soy el elegido de Dios para llevar a cabo su justicia. Yo soy el león que aplica la ley divina.-

Tras nuestra primera entrevista confirmé que la cura de Hayden era algo casi imposible pero al menos lo intentaría.

Tras el descanso para la comida tanto de pacientes como de personal decidí visitar al pequeño Paul en su habitación.

Cuando entré el pequeño se hallaba concentrado dibujando, se asustó al verme entrar y se fue corriendo hacia la cama.

 :-Tranquilo Paul, me llamo Alicia y no voy a hacerte daño. Solamente quiero hablar contigo y que podamos ser amigos; ¿qué estás dibujando?-

El niño despacio bajó de la cama, se acercó al dibujo y me lo entregó. Paul había dibujado un perro y un niño, le sonreí y le devolví el dibujo; el muchacho sonrió y tras sentarse en el suelo me hizo señas para que le imitara, lo cual hice inmediatamente. 

El diagnóstico pude deducir que era erróneo ya que lo que sufría era autismo y no idiotez, Paul era muy inteligente aunque atravesar su coraza era muy complicado y me propuse lograrlo.
El muchacho fue poco a poco cogiendo confianza conmigo y me enseñó los dibujos que había ido haciendo, hasta que llegué a uno bastante oscuro; el dibujo representaba a una mujer agachada en el suelo y un ángel con astas en pie empuñando una espada. Le señalé el dibujo y comenzó a temblar con lo cual instintivamente me abrazó aterrorizado y correspondí a su abrazo, lo que me susurró al oído me heló la sangre.

:-Alice, no dejes que el demonio me lleve abajo; por favor.-

:- Paul, tranquilo; nadie va a hacerte daño mientras esté yo aquí.-

Cuando logré calmarle le llevé hasta la cama y esperé hasta que le vi tranquilo para continuar la ronda y decidida a hablar con el director para cambiar el tipo de terapia del pequeño.

Hellen Nebrend, era un caso curioso ya que ambas personalidades se compenetraban lo cual hacia más difícil saber en algunos momentos con quien estabas hablando. Un guardia armado me acompaño a su habitación por motivos de seguridad ya que Greta; la personalidad infantil era bastante violenta.

:- Hola Hellen; soy la doctora Marguello y soy tu nueva terapeuta.-

:-Doctora, Hellen no está aquí; puede hablar conmigo si quiere pero preferiría que ese animal saliera fuera.-

:- Greta, el se queda; cuéntame dónde está Hellen; me gustaría hablar primero con ella.-

:- Zorra, esa blandengue está muerta y no volverá; solo estoy yo.-

En contra de mis principios como profesional salí enfurecida y ni me volví al oír los gritos de la paciente mientras el guardia la golpeaba; continúe mi camino furiosa hacia la habitación de Helling.
Luke Helling, era lo que más aborrecía en este mundo; un violador pedófilo reincidente; así que espere en la puerta al guarda mientras me calmaba. 

Al entrar vi una mirada fría y calculadora que resaltaba sobre la camisa de fuerza que le sujetaba, sus ojos eran los de alguien sin conciencia; tome asiento frente a él a cierta distancia y comencé a hacerle preguntas.

:- Señor Helling según he leído en su historial usted tiene unos gustos sexuales bastante reprobables.-

:- Así que tú eres la nueva corderita del doctor McCormick; ¿ya has conocido al pequeño Paul?-

:- Aténgase a mis preguntas, ¿sufrió abusos de pequeño?-

:-Mi padre nunca me toco, mi gusto por los niños no tiene que ver con una infancia traumática; prefiero la carne fresca a la de las mujeres adultas; es más sabrosa.-

:-Si continua en esos términos creo que por hoy ha terminado nuestra charla; adiós.-

La rabia me consumía y me dirigí furiosa a la cocina para tomarme un té a ver si lograba relajarme, cuando caminaba por el pasillo vi una sombra torcer en un pasillo pero a causa de mi rabia no le di más importancia y continúe mi camino.

Encontré a la hermana Frances en la cocina, que me sirvió un té y tras estar charlando un rato decidí regresar a mis habitaciones; cuando me disponía a ir a dormir; algo en mi interior me hizo ir hacia la habitación de Paul.

Justo cuando doblaba el pasillo vi una sombra entrar en la habitación del pequeño y corrí alarmada; cuando entré vi a Paul gritando en un rincón y a Helling desabrochándose los pantalones; rápidamente cogí una jarra y le golpee en la cabeza.

A causa de los gritos aparecieron varios guardias y el director.

:-¿Qué ha sucedido aquí doctora?-

:- Que algún estúpido no ha cerrado con llave el cuarto de este animal y ha venido a abusar de Paul.-

:-Llevadle a su cuarto y cerrad con llave, mañana cuando despierte quiero que sea trasladado a la habitación de aislamiento:-

:- Doctor, si no hay problema querría que Paul pasara la noche conmigo para que se tranquilice ya que soy una de las pocas personas con las que se comunica y parece que confía en mí.-

:- De acuerdo doctora, Paul no es peligroso y si parece que confía en usted.-

Esa noche Paul durmió en mi cuarto y logró descansar; a la mañana siguiente decidí hacer una prueba, me dirigí con el niño a la biblioteca y le pregunté.

:-¿Sabes leer, te gustaría que leyéramos un libro?-

El muchacho miraba extasiado las estanterías, me cogió de la mano y señalo el cuadro diciéndome.
:-El vive aquí; le he visto, vive abajo.-

 Soltó mi mano, cogió un libro y se sentó a leer en silencio mientras yo le observaba pensativa y daba vueltas a sus palabras segura de que Paul jamás había entrado antes en la biblioteca ni había visto ese cuadro.

Mientras estaba metida en mis pensamientos una de las enfermeras vino corriendo a buscarme; Claire había sufrido una recaída y había intentado autolesionarse con una masiva pérdida de sangre, la habían trasladado a la enfermería del asilo.

Tras pedirle a la hermana que llevara a Paul a su habitación cuando terminara con el libro o él quisiera volver a su cuarto me dirigí corriendo hasta la enfermería; la muchacha tenía ambas muñecas vendadas y estaba aún inconsciente.

El doctor Hannigan estaba junto a la cama y me  dijo que la habían encontrado en el suelo con ambas muñecas abiertas y un pedazo de espejo junto a ella.

Por lo que había visto y hablado con Claire no me cuadraba un intento de suicidio; decidí hablar con ella en cuanto fuera posible; le dije al doctor que por favor me avisara cuando despertara.
Decidí dar una vuelta por el edificio y vi como trasladaban a uno de los pacientes en una camilla tras el doctor Gustaffson, caminé despacio detrás de ellos porque algo me daba mala espina y mientras observaba desde la puerta vi como ataban al paciente a una camilla pero lo que más me impresionó fue la bandera que vi en la pared; una bandera nazi.

Cuando el doctor Gustaffson comenzó a preparar el material quirúrgico deduje que iba a hacerle a ese pobre tendido en la camilla, una vivisección. 

Me alejé horrorizada y ya no sabía en quien confiar en la institución, regresé a mi habitación en espera de que Claire despertara y pudiese contarme porque había intentado suicidarse. Dos horas más tarde llamaron a la puerta de mi cuarto y cuando abrí descubrí a Paul en el pasillo.

:-Paul, ¿sucede algo?-

:- Alice, ¿Claire está bien?-

Le indique que pasará y me senté junto a él en la cama.

:- Claire esta herida, los doctores la están curando; cálmate va a ponerse bien.-

:-No quería matarse, ha sido el hombre que no ve la luz; hace daño a la gente; yo estoy seguro con esto.-

El niño se abrió la camisa del pijama y me enseñó un crucifijo de plata engarzado en una cadena, el instinto llevo mi propia mano a la cadena que colgaba de mi cuello.

Bajé a la cocina con el niño para buscar algo que comer y nos cruzamos con una hermana que corría a buscarme.

:-Doctora, Claire esta despierta y pregunta por usted.-

: Hermana, dele algo de comida a Paul mientras voy a la enfermería.-

El pequeño no quería soltar mi mano y su mirada de súplica me rompió el corazón por lo cual decidí que me acompañará a ver a nuestra enferma.

Cuando nos vio entrar la muchacha sonrió lánguidamente y nos acercamos a la cama, el niño le agarró la mano susurrando una canción.

:-Doctora le juro que no he intentado matarme, algo me atacó anoche.-

:-Claire, te creo; ¿pudiste ver quien era?-

El doctor Hannigan miraba compungido hacia mí y su gesto me indicaba lo que estaba pensando, que lo que decía la paciente eran sólo delirios; pero yo cada vez estaba más segura de que no eran delirios tras todo lo visto desde mi llegada.

Esa noche Paul junto a mi montamos guardia cerca de la cama, si ese animal volvía a atacar estaría preparada; la falta de sangre provocó pesadillas a la muchacha y estuvo delirando toda la noche.

Al alba fui a por algo de comida para los tres y al pasar cerca de las habitaciones de los internos oí un grito en la habitación de Hayden, llame a un guarda y cuando abrió la puerta el espectáculo era dantesco; el paciente se había ahorcado desnudo con las sábanas de la cama; por si alguien no ha visto jamás un ahorcamiento pasaré a describir la escena que nos encontramos al entrar. 

Hayden había hecho una soga con las sábanas, se hallaba desnudo y con una erección colgado sobre un charco de orina.

Fueron necesarios tres guardias para descolgar el cadáver y lo trasladaron a la enfermería hasta que incineraran su cuerpo ya que ningún familiar iba a reclamar el cuerpo.

Dos suicidios en menos de 24 horas ya eran demasiado raros, cada vez pensaba más que en ese lugar pasaba algo extraño.

Mientras hacía recuento de todo lo extraño que había sucedido: dos suicidios sospechosos, un pedófilo libre, un nazi trabajando en el asilo y experimentando con los pacientes, la obsesión de Paul con presencia demoníaca en el edificio y por último la posibilidad de que el paciente con porfiria fuera un vampiro.

Todo eso parecería una locura si no lo estuviera viviendo pero era totalmente real ya que yo tenía una mente racional pero no todo lo que sucedía allí podía explicarlo.

Regresé con la comida a la enfermería habiendo recomendado a los guardias que no pasarán con el cadáver por la sala donde se encontraban mis pacientes y no comenté nada de lo sucedido a ninguno aunque Claire notó en mi mirada que algo había sucedido.

:-Paul, ¿puedes traerme agua?; a la doctora se le ha olvidado.-

El muchacho me miró y asentí, Paul fue a por una jarra y vasos; cuando nos dejó solas la joven se incorporó y me preguntó.

:-Alicia, ¿qué ha sucedido?-

:-Hemos encontrado a Hayden ahorcado en su habitación, pero yo no creo que se halla suicidado; ese animal podía matar sin remordimientos pero jamás se habría matado siendo tan egocéntrico.-

:-Opino lo mismo, nunca se habría matado; ¿faltaba sangre en el cuerpo?-

:-Dudo que haya sido la misma persona que te atacó a ti.-

En ese preciso instante regresó el niño con el agua y guardamos silencio. Repartí la comida y el agua, para disponernos a recuperar fuerzas.

Los dos días siguientes compatibilice mi trabajo con cuidar a Claire y continuar con las lecciones del niño, que avanzaba prodigiosamente en su aprendizaje; hizo varios retratos de ambas juntas o por separado. 

Quise comprobar una cosa y me dirigí a la habitación del paciente de porfiria ahora que aún había luz solar. Al entrar en su habitación pude verle tumbado en la más completa oscuridad y lo primero que vi cuando mi vista se acostumbró a las tinieblas fue unos ojos rojos mirándome fijamente desde el jergón donde estaba tumbado.

:- Buenas tardes doctora, veo que me ha traído el desayuno; espero que la señorita Bishop se haya recuperado de sus heridas; me odiaría por matar a alguien con una sangre tan deliciosa.-

:-Eres un maldito monstruo, lograre que no vuelvas a ver un anochecer más.-

El vampiro se levantó de un salto y me agarró de ambos brazos y cuando fue a destrozarme la garganta la luz de fuera se reflejo en mi crucifijo y se apartó aceleradamente lo que me permitió salir de la habitación y poder ponerme a salvo gracias a la luz solar que se filtraba por los ventanales; justo cuando se asomó y la luz solar tocó su piel comenzó a chillar de dolor y huyó de nuevo hacia la oscuridad.

Sabía que debía eliminar de la faz de la Tierra a esa bestia y decidí hacerlo lo antes posible, antes del anochecer esa criatura infernal sería devuelta al lugar del que provenía.

Después de la comida decidí preparar todo para eliminarlo de una vez por todas antes de que volviera a atacar a alguien más; me dirigí a la biblioteca para ver si encontraba algo que me ayudara a cumplir esta misión auto impuesta.

Comencé a rebuscar algún libro en el que pudiera hallar información sobre cómo eliminar a esa abominación, con la idea que si no encontraba nada entre los libros recurría al método más clásico; cortarle la cabeza.

Tras varias horas leyendo libros y manuscritos en la biblioteca comprendí muy bien a lo que me enfrentaba.

Esa bestia alguna vez había sido humano pero había sido infectado y tras morir despertó a un estado de no muerte, su organismo no funcionaba como el de un vivo. No necesitaba respirar, ni alimentarse de algo ajeno a la sangre aunque para camuflarse entre sus presas no le estaba vedada la comida ordinaria. El fuego y la luz solar podían destruirlo; al igual que la decapitación.

Armada con un crucifijo y varios cuchillos grandes que cogí de la cocina me dirigí a devolver a ese monstruo al infierno del que procedía; caminé deprisa hacía su habitación y cuando me vio entrar en el cuarto sonrió mostrando sus colmillos; cuando le mostré el crucifijo y saqué el cuchillo su rostro cambio de expresión y se levantó dispuesto a atacarme; sus ojos en ese instante me recordaron más los de una bestia rabiosa que la mirada de un ser humano. Cuando se abalanzó sobre mí acerqué el crucifijo a su rostro y comenzó a gritar de dolor. 

Me empujó y antes de que me apartara de él clavé uno de los cuchillos en su vientre e intenté arrancarle las entrañas, pero logró zafarse y mientras intentaba arrancarse el cuchillo lancé un golpe mortífero a su cuello; aún no se de donde saqué tanta fuerza pero su cabeza se separó de su cuerpo y rodó por la habitación mientras su cuerpo se desplomaba en el suelo.

Rematé mi obra arrancando ese inmundo corazón maldecido por el Altísimo del pecho de esa criatura infernal.

Su sangre encharcó el suelo y al intentar salir de la habitación casi caigo de bruces al resbalar por la sangre viscosa vertida; Abandoné la habilitación sudorosa y decidí darme un baño para limpiar la sangre que me cubría  por que me sentía sucia. Tras terminar  me arreglé para bajar a cenar tranquila ya que tardarían en encontrar el cuerpo de esa aberración; ya que había cerrado la puerta con llave.

Tras una cena tranquila fui a visitar a Paul y a Claire sin encontrarlos en sus habitaciones, un mal presentimiento se agarró a mi pecho y decidí mirar en las habitaciones de mis otros dos pacientes; Hellen no estaba en la suya y cuando entré en la de Luke se abalanzó sobre mí, logré esquivarlo y al girar le golpee; lo que le hizo caer contra la mesa y golpearse el cuello rompiéndoselo.

Al continuar mi búsqueda escuché cánticos en los sótanos y como no encontraba a Paul ni a Claire haciendo de tripas corazón me dirigí a la sala de los guardias y cogiendo varios revólveres seguí el sonido de las voces. En el sótano hallé una puerta oculta que descendía aún más abajo.

Al final de las escaleras de piedra que parecían conducir al mismísimo averno desemboqué a un pasillo en el extremo del cual se escuchaban claramente los cánticos, atravesé una nueva puerta revólver en mano y vi algo que me paralizó; todas las mujeres del personal y Hellen giraban desnudas por una gran sala alrededor de dos altares donde se encontraban atados mis amigos. Los guardias estaban armados con espadas alrededor del cuarto y en el centro se hallaban los tres médicos cubiertos con túnicas negras; McCormick y Gustaffson empuñaban dagas, cada uno situado junto a uno de los altares.

Al fondo de la sala iluminada con candelabros podía distinguirse una estatua de un hermoso ángel cuya frente estaba coronada por unas astas de carnero.

Sin hacer ruido me arrastre tras una columna para observar oculta que sucedía dispuesta a actuar a la menor señal de peligro para mis amigos.

McCormick avanzó hacia el altar donde estaba atada Claire levantando la daga y abrí fuego, el director se desplomó con un tiro en el pecho y corrí a desatar a mi paciente.

Mientras apuntaba a todos lados con el revólver la muchacha desató a Paul y corrimos los tres dispuestos a huir de allí. Cuando salíamos un hermoso ángel idéntico al de la estatua se manifestó en el centro de la sala provocando con el batir de sus alas que varios de los candelabros cayeran prendiendo fuego a lo que había cerca inflamable.

Varios cortinajes y la alfombra con motivos satanistas que cubría todo el suelo de la sala ardieron como una tea y la cámara se convirtió en un caos de gritos, sorpresa y carreras.

Corrimos como si el diablo nos persiguiera sin mirar atrás y logré abatir a varios guardias disparando las pocas balas que quedaban en mi arma, Claire abatió a otros tantos con el revólver que le entregué; cuando salimos de aquel infame edificio bloqueamos las puertas con varios postes para que nada  ni nadie escapara mientras el fuego se propagaba dentro devorando el edificio y todas las almas impuras que se hallaban en su interior.

Mientras las llamas purificaban aquel edificio sacrílego una sombra alada escapó por uno de los ventanales, mientras se alejaba y desaparecía pudimos escuchar una risa que nos heló la sangre en las venas.

Claire, Paul y yo observábamos a cierta distancia como el edificio era pasto de las llamas y el fuego consumía aquel lugar de horror y sufrimiento; devolviéndoselo a sus legítimos propietarios en las profundidades del infierno. Mientras el fuego lo consumía hasta los cimientos nos alejamos en busca de una nueva vida para los tres tras los horrores sufridos allí.

Post escriptum.

Nos trasladamos a mi país y varias semanas después leímos en los periódicos la noticia del incendio que había arrasado el asilo para dementes de Castle Rock donde tantas cosas nos habían ocurrido, no hubo ningún superviviente en el fuego y aliviados nos miramos los tres sonriendo.

viernes, 21 de septiembre de 2018

Stephen King: La Parálisis del Miedo (Movistar)




Sinopsis:

La candidata al Goya y al Feroz por "Verónica", Sandra Escacena, "Stephen King: La parálisis del miedo". A través de los sueños de Escacena, el programa recorre las principales adaptaciones al cine del prolífico escritor norteamericano. El escritor Santiago Rocagliolo, el director Jaume Balagueró, el crítico cinematográfico Fausto Fernández y el actor y admirador milennial de King Teo Planell, nos dan su visión sobre este rey del best seller y también de las taquillas de cine y las audiencias en televisión.

Opinión de Rain Cross:

Buscando una película, me topé con este reportaje sobre el maestro Stephen King, por lo que no dudé en echarle un ojo.

Stephen King: La Parálisis del Miedo nos muestra la obra del escritor de Maine a través de sus adaptaciones y nos habla un poco de su vida y sus influencias, aunque no es lo más importante del reportaje.

La actriz Sandra Escacena (Verónica) es la encargada de presentar las diferentes partes uniéndolas con la parálisis del sueño, trastorno en el cual las personas que las padecen se muestran paralizadas mientras sienten que algo les acecha y nos cuenta la evolución del escritor. También remarca su obsesión por mostrar a los adultos como villanos de sus historias o, en el mejor de los casos, meros espectadores que hacen la vista gorda ante las crueldades humanas. IT sería un buen ejemplo de eso.


Jaume Balagueró, Fausto Fernández, Santiago Rocagliolo y Teo Planell nos cuentan sus opiniones sobre el maestro del terror y sus impresiones respecto a sus diferentes trabajos.

El reportaje me ha resultado entretenido, aunque me esperaba más datos sobre Stephen King, ya que es más una tertulia entre seguidores del escritor norteamericano que un documental al uso. No os equivoques, ya en la sinopsis pone que es un programa sobre las adaptaciones cinematográficas de King, pero igualmente esperaba encontrarme más debate sobre justo eso, las diferencias entre las novelas y sus versiones al cine y/o televisión.

A pesar de ello, Stephen King: La Parálisis del Miedo me ha resultado ameno y nada pesado, y siempre es curioso descubrir las opiniones de otros adeptos sobre el que es, para mí, uno de los mejores escritores de terror.

Lo Mejor: Sandra Escacena. La opinión de Balagueró sobre Cementerio de Animales, la cual comparto al 100%.

Lo Peor: Ir con la idea preconcebida de que será un documental sobre King (error mío por no leer primero la sinopsis y centrarme en el nombre del escritor).



miércoles, 19 de septiembre de 2018

La Sala Común: Buffy, cazavampiros, T.5



(Contiene spoilers)

Imagino que a todos nos pasó al empezar esta temporada y descubrir a Dawn, la hermanita de Buffy. ¿Pero de dónde narices ha salido esta niña? ¿Es una hija perdida de su padre? ¿La han adoptado durante el verano? Pero pronto descubrimos que no, que esa niña lleva ahí desde que nació... O no. La trama de Dawn es, sin duda, la protagonista de la temporada. Es verdad que la niña a veces es un poco insoportable, pero nunca llega a la altura de Buffy, así que le acabé cogiendo hasta cariño. Por supuesto, en seguida nos damos cuenta de lo que pasa y nos da hasta pena.

En esta temporada es donde empieza el drama, siendo lo más duro el fallecimiento de Joyce. Buffy tiene que aprender, de repente, a vivir sin su madre, encargándose ella de la casa y de Dawn, por lo que tiene que dejar la universidad. Cómo no, como todos sus anteriores novios, Riley la deja, abandonando a la vez la ciudad. Lástima, con lo que me gustaba este chico... Eso sí, Spike no dejará pasar la oportunidad y arrimará cebolleta. Por supuesto, Buffy no se hará mucho de rogar. A todos estos líos, le sumamos la aparición de la villana de la temporada, Glory.


Pese a que me cuesta trabajo reconocerlo, porque pensé que nunca lo haría... Me gusta Spike. Sí, mierda, la verdad es que el chico tiene lo suyo y se ha vuelto muy leal a Buffy. Como dije en la anterior reseña, me sigue encantando Xander, creo que se ha convertido en un pilar fundamental y en el más maduro de la pandilla de Scoobies. Y sí, me ha dado una pena horrible la marcha de Riley, pero todos sabemos ya que a Buffy le duran menos los novios que a mí un tupper de macarrones.

Ya me ha advertido mi marido que el drama ya va a ser un no parar, y eso que esta temporada ha tenido altas dosis. Dejando a un lado la dramática muerte de Joyce, nos encontramos con un final desolador que, en un principio, iba a ser el final de la serie, aunque luego decidieron renovarla por dos temporadas más. 

No puedo contar mucho más, porque ya me estoy pasando de spoilers, pero sí os diré que lo bueno que tiene esta serie es que va evolucionando temporada tras temporada, y que cada vez me gusta más. Por supuesto, muy pronto os hablaré de las siguientes.

Lo mejor: Mecagoenmismuelas... Spike.

Lo peor: Willow, que cada vez me parece más tonta.





domingo, 16 de septiembre de 2018

Pesadilla sobre negro, por María Delgado


Imagen Google

A veces los recuerdos son poco más que mosquitos que zumban en tu oído. Les intuyes por el rabillo del ojo cuando estás distraído, pero si te vuelves a encontrarlos, desaparecen como el vaho del cristal un día de lluvia. Se mezclan y se funden resbalando como gotas en caída libre. Son un run run sordo apenas audible que te cosquillea los rincones más alejados de tu mente. Piezas de un puzzle incompleto, azules sin nubes que no son más que motas y destellos en tu ojo al mirar el cielo. Recordar se hace entonces una tarea tediosa y desagradable que te provoca migraña. Parpadeas confuso y apenas atisbas algún resquicio de una imagen incompleta como un sueño del que te despiertas demasiado pronto.

No sé cuánto tiempo ha pasado. Ni siquiera estoy seguro de si ha pasado. Tal vez mi mente rota en fragmentos ha perdido los pedazos de aquel hecho y los rellena con mentiras. Cuando tomo la decisión firme de recordar, solo puedo intuir una densa neblina y retazos de historia desperdigados sin orden ni concierto. Estoy loco. Eso dicen ellos al menos. Mi celda acolchada atestigua que al menos debe ser cierto, o lo fue en algún momento. Ya no estoy seguro. El tiempo y la memoria aquí pierden su significado. Ayer o mañana fue o ha sido mi fin. Qué más da eso ya. Sin embargo, algo te contaré pues me debo a mí mismo coser los fragmentos de esa historia desperdigada como piezas de loza rota por mi cabeza. Si consigo recordar al menos entenderé por qué estoy aquí. Aunque puede ser que lleve aquí toda la vida y no me haya dado cuenta.

Empecemos por el principio. O tal vez sea algún momento de la mitad de la historia. No pongas esa cara, ¿acaso no te diste cuenta ya con quién hablas? Mi nombre no es importante y si lo es, lo olvidé hace tiempo, pero en aras de darte algo de coherencia en esta historia digamos que me llamo Ernesto.

Parte I.

El teléfono sonó tres veces antes de que Ernesto lograra desasirse de los brazos de Morfeo y levantara el auricular.
»¿Diga? —ahogó un bostezo.
»Espero que no te hayas dormido, pedazo de capullo, o ya te puedes ir olvidando de recibir la paga este mes.

Ernesto se despejó de golpe. ¿Qué hora era? Buscó sin éxito el móvil en los pantalones de un traje muy arrugado. Tenía seca la garganta y al tragar se le pegó la lengua al paladar. Carraspeó y contestó a la voz impaciente del otro lado de la línea.
—Señor Ramírez. Por supuesto que no, ya estoy saliendo de la oficina para ir a su encuentro. Tardaré veinte minutos a lo sumo.
»Diez, y no te olvides la documentación del coche como la última vez ladró la voz.

Antes de que Ernesto pudiera murmurar una palabra de disculpa, la comunicación terminó abrupta. Soltó el teléfono con una maldición y se frotó los ojos malhumorado. Idiota, otra vez te has quedado dormido. De esta no te libras, ese imbécil de Ramírez te hará despedir.
Ya no tenía arreglo la cosa, así que se dio una ducha rápida, se cambió de traje y salió despedido a su cita con aquel cliente.

Llegó, como había supuesto, veinte minutos después. En la rotonda a la salida del aeropuerto, le esperaban Alberto Ramírez, contratista para servirle a usted, y la pareja austriaca que no hablaba ni papa de español y que entendían un inglés un tanto peculiar, salpicado de palabras en alemán. Alberto hablaba animadamente con la pareja que le miraba como si les hablara un marciano de color rosa chicle. El hombre sonría sin parar mientras su mujer no dejaba de mirar la montaña de maletas tras de sí, como si quisiera cerciorarse de que no iba a bajar la nave nodriza del tipo que tenían enfrente para robarles hasta el pasaporte.
Ernesto bajó del coche con los papeles bajo el brazo y su mejor sonrisa puesta. La mujer le miró como si de repente un ángel hubiese bajado del cielo a recogerles.

—Señores Bricks, me alegro de conocerles por fin les saludó Ernesto en un alemán muy correcto y neutro—. Les pido me disculpen el retraso, el tráfico es horrible a estas horas de la noche.
El señor Brick asintió con una sonrisa tan ancha que podría saltar las costuras de sus comisuras y darle vuelta a la cabeza. La señora Brick estuvo a un tris de tirársele al cuello para darle un beso en un arranque de inmenso alivio. Por fin podrían coger el coche alquilado e irse a comer “tapas typical spanish”.
Alberto le miró con una mezcla de alivio y furia en su rostro rojo como un tomate por el esfuerzo de chapurrear un inglés más cercano al balbuceo de un niño de año y medio que a un verdadero idioma. Los Bricks firmaron los papeles, cogieron el coche y se largaron a una velocidad que superaba claramente las normas de circulación. Pero eso ya no era problema de Ernesto.



La mirada de enajenado mental que le echó Alberto Ramírez, “señor Ramírez para ti pequeño mierdecilla”, sí que era un problema. Alberto y Ernesto estarían en igualdad de condiciones el día que la empresa de alquiler de coches para la que ambos trabajaban decidiera que Ernesto había superado los seis meses de prueba. Hasta que ese momento llegara, Alberto Ramírez “señor Ramírez para ti” seguiría siendo su superior directo y el responsable en última instancia frente a la junta directiva. Esta situación, junto con el hecho de que Alberto Ramírez veía amenazado su puesto y sueldo como contratista, hacía que no guardase muy buenos pensamientos hacia su nuevo compañero.
—¡Dónde coño estabas joder!, se suponía que habíamos quedado a las 9 en punto. Ya no sabía que más decirles a esos dos guiris para que no me fusilaran. ¡Te lo dije la última vez, no pienso poner mi culo para que me den por ti ni una vez más! —rugió Alberto alzando tanto la voz que un par de viajeros se le quedaron mirando.
—De veras que lo siento, señor Ramírez dijo Ernesto tragándose las ganas de escupirle en su rojo careto de pezpero el tráfico...
—¡A mí no me la pegas capullo!, te has quedado dormido en el sofá y se te había olvidado la cita que teníamos con esos dos alemanes.
—Austriacos empezó a decir Ernesto, pero la furibunda mirada que le lanzó Ramírez hizo que cerrara la boca al instante.
—Sólo por eso te vas a ir a tomar por culo a recoger el Opel Corsa negro que dejó el inglés ese patizambo tirado en el polígono sur en la calle Bertín “nosecuantos” y lo llevas al concesionario. Ese gilipollas perderá la fianza y estoy seguro que podremos cargarle también abandono del vehículo. Va a ser el único punto bueno de este jodido día.
Mientras Ramírez seguía parloteando a gruñido limpio, Ernesto notó como un nudo corredizo le bajaba por la garganta y se instalaba cual fardo lleno de piedras en la boca de su estómago dándole ganas de vomitar. Un sudor frío y pegajoso le cubrió todo el cuerpo llevándose el poco color de sus mejillas.

El Opel Corsa negro del año 2013, era un coche fuerte y robusto, de impecable tapicería de terciopelo negro a juego con la chapa impoluta sin ralladuras visibles, con un motor tan silencioso que más que rodar se deslizaba a escasos centímetros del suelo. Aquel coche le producía a Ernesto una sensación de vértigo y malestar solo comparables a estar expuesto a una fuente de radiación de baja frecuencia. Su sola presencia ya le daba náuseas, pero cuando estaba dentro la cosa iba a peor. Se sentía mareado, desorientado y confuso como si el coche hubiera dado diez vueltas de campana con él dentro. Un latido sordo, pausado y doloroso le palpitaba en las sienes mientras conducía aquel vehículo que parecía levitar sobre el asfalto.
Estar dentro de ese coche era como estar caminando por un campo de minas, con la certidumbre de que en cualquier momento algo va a salir mal y una de esas condenadas bombas te pagará el pasaporte al otro barrio. Solo que, en vez de pisar una pelota de sangre y muerte, pisaba un embrague que siempre estaba tan frío que le calaba a través del zapato hasta llegar a lo más profundo de su alma.
Lo último que quería Ernesto era tener que ir a recoger aquel coche a un punto oscuro y solitario como quería Alberto y tener que rodar los 15 kilómetros que les separaban del concesionario. Pero no se le ocurrían más excusas que le salvasen de verse de patitas en la calle si se negaba.
No tuvo más remedio que aceptar.

Parte II

El taxi le dejó en la rotonda de entrada al polígono a escasos metros de donde comenzaba la calle Bertín Osborne. Era una calle de subida y Ernesto, que había tenido que pagar de su bolsillo el trayecto, no quería pagar para que el taxista le diera una vuelta a medio polígono, luego girar y entrar por aquella calle de un solo sentido. La callejuela estaba poblada por almacenes de chinos, cerrados a cal y canto a esas horas de la noche. Una iluminación escasa y parpadeante parecía sugerir que estaba adentrándose en una película de terror de serie B.

Sudaba copiosamente a pesar de la brisa fresca de la noche. Estaba nervioso y por qué no decirlo, asustado. Hubiera preferido meter el brazo en la boca de un dóberman rabioso a tener que ir hasta allí a recoger el maldito coche.
Cuando llevaba alrededor de diez minutos de caminata vislumbró la silueta del Opel Corsa abandonado en mitad de la calle con la puerta del conductor abierta. A escasos metros del vehículo, una farola corroída por la herrumbre y el paso de los años derramaba sobre él una mortecina luz parpadeante de color blancuzco. El coche sin embargo estaba envuelto en una negrura absoluta. La luz de la farola le eludía como si los fotones adivinaran que aquel coche era malas noticias y no osaran horadarlo. Un escalofrío violento hizo que Ernesto diera un respingo. No quería subirse allí, ni siquiera quería acercarse. Su mente gritaba enloquecida que diera media vuelta y dejase en paz aquel trozo de metal en su silencio.

Se paró a escasos metros del coche para serenarse y alejar de su cabeza todos aquellos funestos pensamientos. Reconocía que odiaba a aquel coche, pero solo era un trozo de maquinaria, nada más. No podía hacerle físicamente daño. No había nada mal con él. Ya lo había comprobado a costa de su bolsillo. El coche estaba perfectamente, más que eso, estaba como nuevo. Y él no era un niño de teta que se dejase llevar por todas aquellas historias de viejas y terrores supersticiosos. Era un hombre adulto. Un hombre adulto a punto de quedarse sin trabajo en plena crisis económica, por el amor de dios.

Fue directo hacia el coche relegando las advertencias de su mente a la parte más alejada y comprobó que todo estaba en orden. Arrancó el motor con las llaves de emergencia y esto se puso en marcha con un suave ronroneo. Pisó el acelerador y salió del polígono sin percances. Pensó con acierto que lo más rápido sería tomar la autovía en vez de atravesar la ciudad plagada de semáforos, aunque para ello el trayecto se alargara un poco más.
La idea racional de que el coche no era más que un trozo de maquinaria dispuesta a doblegarse a su mano de conductor experto le relajó bastante. Lo suficiente para que no cayese en la cuenta del zumbido que provenía de las entrañas del vehículo hasta que pasaron unos diez minutos y tres kilómetros de travesía. Una sensación de malestar se alojó en la boca del estómago. Una idea absurda se coló por un resquicio de su mente. Alguien le estaba siguiendo.
Déjate de tonterías joder se dijo a sí mismo muy enfadado—. Esto es una autovía, idiota, si hubiera alguien siguiéndote le habrías visto.
Miró por el retrovisor varias veces. La noche era más oscura pero no vio ningún faro que delatara la presencia de otro vehículo ni siquiera en la lejanía. No había nadie a su alrededor. Estaba solo. ¿De dónde venía entonces aquella delirante idea de que no lo estaba?, era una sensación sólida, un hecho físico, como un pellizco en el antebrazo. Alguien le estaba siguiendo. El miedo, como tentáculos de niebla gélida se adhirió a su cuerpo haciendo que sus dientes castañetearan. El interior del coche estaba helado. Sentía sus dedos entumecerse aferrados con terror reverencial a aquel volante de cuero negro como la pez. Había alguien allí con él. Alguien le acechaba. Alguien que quería hacerle daño. De forma instintiva aceleró aún más, iba por encima del límite de velocidad, aunque Ernesto ni se dio cuenta. El Opel Corsa parecía suspendido sobre el pavimento, estático.
Otra idea peregrina se coló en las tinieblas de su terror. Una idea que iluminó la negrura en la que se movía a tientas. Todo aquello era culpa de Ramírez. Sí, Ramírez. Aquel lameculos era el culpable de todas sus desgracias. Desde el primer día que entró a trabajar para los jefes, aquel tipejo de cara de pez había buscado su ruina, mandándole a hacer los recados más tediosos o los clientes más complicados y luego él se había llevado los laureles de los tratos que Ernesto había cerrado. Maldito hijo de perra. Apuesto que hiciste lo impensable para que el cabronazo que alquiló esta chatarra lo abandonase en el culo del mundo para obligarme a venir a por él a las tantas de la noche.

La rabia crecía en su interior. Oh si, seguro que había sido Ramírez el que lo orquestó todo para dejarle a él aquel muerto y decir que toda la culpa la tenía él, Ernesto Pedrazo Gómez. Él y solo él se había buscado el despido mientras Ramírez ascendía al monte Olimpo a recoger su merecido premio de trabajador entregado del mes. La velocidad aumentaba conforme Ernesto se iba enfureciendo más y más. No sentía ya aquel gélido frío que empañaba de pequeños cristales los elevalunas del vehículo. Un punto blanco como el brillo de una estrella lejana apareció en la oscuridad. La voz de su cerebro volvió sibilina. Deberías matarlo. Matarlo bien muerto. Si ese estúpido desapareciera de la faz de la tierra, nadie le echaría en falta. Nadie, piénsalo. Y tú, serías libre para que los jefes te vieran de verdad.

—pensó—. Nadie le echará de menos. Ojalá, ojalá se fuera al infierno donde pertenece ese asqueroso. Si tuviera…
La palabra “muerto” rebotaba por su cabeza como una pelota de tenis en un frontón. Si tuviera las agallas para limpiarme ese pedazo de mierda de la suela del zapato, todo sería más fácil. A la palabra muerto se le había agregado otra más inquietante aún, “asesinato”. Un muerto que no hayan no es asesinato. Un muerto que nadie encuentra no es asesinato. Un tipo que desaparece no es un muerto. Un tipo asqueroso no es un asesinato. Un mierdas no es asesinato. Un muerto no es un muerto si merece morir…
La retahíla de palabras cada vez rebotaba con mayor fuerza y velocidad por su cabeza. Empezó a agobiarse al darse cuenta de que era incapaz de pensar en otra cosa. Muerto, muerte, asesinato, muerte, mierdas, tipo de mierda, muerto de mierda, muerto, asesitipo de muerto, muertipo de asesimierdas, matalo, matalo, mataló matalomatalomatalomatalomatalomata…

Se tapó los oídos intentando acallar el coro de palabras que vociferaban aquella cacofonía infernal dentro de su cabeza y soltó el volante justo cuando una luz blanca más brillante que el día le envolvió por completo en el silencio que precede a la explosión.
El camión chocó frontalmente contra el Opel corsa negro tragándoselo como a un insecto.

Parte III
Cuando despertó, Ernesto tenía la madre de todas las resacas. Le palpitaban las sienes, la boca le sabía a perros muertos y veía destellos tras los párpados cerrados. Un lacerante dolor de cabeza se había instalado entre sus hombros trayendo el martillo taladrador con él. Sentía como si se hubiera estampado contra un camión. ¡El camión! Repentinamente recordó y abrió los ojos.

No vio nada. Todo estaba demasiado luminoso para su mareado organismo. Cerró los ojos con fuerza mientras sentía que le subía una arcada caliente y las náuseas hicieron acto de presencia. Haciendo un esfuerzo por no vomitar, decidió seguir unos instantes con los ojos cerrados mientras su cuerpo se iba haciendo a la luz y a la consciencia. Palpó suavemente a su alrededor, parecía que estaba aún sentado en el coche. Por alguna razón que no logró dilucidar el asiento estaba muy húmedo. Ernesto pensó que se había orinado encima sin darse cuenta. Su propio aliento le daba arcadas, olía a bicho muerto, bajo la lengua tenía un regusto dulzón a comida pasada. No recordaba haber almorzado ni bebido. A decir verdad no recordaba nada de nada.
En su mente todo era algodón. Blanco como la cegadora luz que le aguijoneaba tras los párpados cerrados. Pensó en lo último que recordaba, pero el esfuerzo sólo consiguió que le estallase de dolor el ojo derecho por el dolor de cabeza. Inspiró con profundidad para calmarse, pero un olor a podredumbre le hizo devolver el aire con brusquedad. Pero qué demonios… se estaba empezando a asustar de verdad.

Una horrible y malsana sensación de peligro se instaló en la base de su columna. Tenía escalofríos y temblaba de incertidumbre. Debía abrir los ojos pero le aterraba lo que pudiera encontrar. ¿Y si estaba herido? ¿Y si estaba atrapado entre los amasijos retorcidos del Opel Corsa negro mientras en la cabina del camión había un tipo despanzurrado con los sesos manchando el cristal delantero del coche?— pensó. El corazón de Ernesto latía desbocado como un corcel asustado en estampida. ¡Abre los ojos joder! se increpó cruelmente, pero no lo hizo. Había empezado a hiperventilar y las ganas de vomitar volvieron con saña. Se obligó a eliminar de su dolorida cabeza los olores y la hiriente luz que le rodeaba y abrir lentamente los ojos. Todo estaba borroso. Creyó que se había quedado ciego pero la bruma se fue disipando. Varios rayos de sol incidían sobre el coche haciendo que todo brillase más de lo esperado. Así que cuando vio toda aquella sangre no fue capaz de aguantar la nueva arcada que le sobrevino y el contenido de su estómago se mezcló con la sangre del salpicadero.

No recordaba haber salido del coche ni haberse desmayado pero se despertó en un suelo de barro y matojos a medio metro de la puerta abierta del Opel Corsa negro. Se puso en pie lentamente sin dejar de mirar aterrado aquel vehículo infernal. El coche aparecía cubierto de sangre, ambos asientos delanteros estaban empapados hasta el punto de que el del conductor goteaba incesante sobre la alfombrilla llena de vómito y tierra. La chapa del coche sin embargo estaba perfecta, no había señales de choque y rastro de ningún camión por mucho que Ernesto rebuscó por los alrededores. Su cuerpo, al igual que la carrocería del vehículo, estaba intacto. Tenía aún puesto el traje de chaqueta de la noche anterior pero ahora estaba totalmente arruinado. Aparte de las salpicaduras de sangre y vómito, presentaba rasgaduras en hombros rodillas como si él se hubiera enganchado con algo y al tirar la tela, esta hubiese cedido.

La migraña amenazaba con sumirle en un estado de dolor desquiciante. Ernesto logró a duras penas sobreponerse. Se acercó al coche, aunque la sensación de horror era tan vívida que pensó que se moriría allí mismo. ¿De dónde ha salido la sangre? No llegaba a entender, su cerebro era incapaz de entender. Tan ofuscado estaba que su cabeza puso el piloto automático y la parte racional de Ernesto se dejó hacer hundiéndose blandamente en la semi consciencia.
Miró en derredor y comprobó que estaba en una especie de solar lleno de rastrojos y maleza, perfecto para tapar el coche y que no se viera desde la carretera. No estaba seguro de su ubicación exacta pero no creía encontrarse muy lejos de algún núcleo urbano.
Cuando subió el pequeño terraplén por donde el Opel corsa debía haberse despeñado ya eran las cuatro o las cinco de la tarde. Una luz anaranjada sucia y plomiza lo teñía todo con un cariz de irrealidad. Se cerró el traje para que no se viera su camisa manchada por la sangre y comenzó a andar por el asfalto. Cuando encontró la cabina telefónica, las primeras gotas de lluvia salpicaron el atardecer de tormenta.

El taxista que le recogió, ya calado hasta los huesos, charló animadamente sobre lo rápido que había cambiado el clima hasta que se fijó casi por casualidad en una mancha rojiza que se extendía con celeridad por la manga de Ernesto, tras lo cual puso ojos de sorpresa y cerró la boca al momento. Ernesto estaba tan aturdido por los destellos que lanzaban los faros de los coches con los que se cruzaban que la cabeza le iba a estallar de un momento a otro. El taxista balbuceó un “¿se encuentra bien?” tan bajo que casi no lo oyó. Un lacónico fue su respuesta, tras lo cual ambos se sumieron en un silencio incómodo.

Llegaron a la casa de Ernesto cuando ya había anochecido por completo y la llovizna se hubo transformado en una tormenta tropical con ventisca y relámpagos incluidos. El taxista recibió su dinero y no vio la hora de alejarse de aquel tipo tan extraño. Fueron veinte minutos de mutismo en los que por el rabillo del ojo pudo examinar a aquel hombre. La inquietud crecía a punto de transformarse en verdadero miedo cuanto más lo miraba. El individuo que al subirse al taxi le había parecido azorado y cansado estaba maltrecho de veras, tenía la tez cerosa y grasienta, ojos hundidos y mirada perdida. Se le vino a la cabeza que parecía un ahogado. Ese pensamiento horrible le estremeció.

Ernesto entró como una exhalación en su apartamento y cerró la puerta con llave. En la más completa oscuridad llegó hasta el baño, se quitó toda la ropa dejándola tirada en el suelo y se metió en la ducha donde estuvo restregándose con la esponja durante al menos media hora con saña para eliminar cualquier vestigio de sangre. Aprovechó aquel rato para palpar a fondo su cuerpo pero no encontró ninguna herida que originase la pérdida masiva de sangre que manchaba su ropa, el coche y a él mismo. Calculaba que por lo menos debía haberse derramado dos litros y medio de sangre para encharcar los asientos que estos gotearan sobre las alfombrillas, amén de la que había en el salpicadero y en su propia persona.

Estaba aturdido y muy asustado. No recordaba nada aparte de conducir el coche de vuelta al concesionario. Entonces todo se volvía borroso y punzante en su mente. Algo de estar muy enfadado, algo de un camión que se le echaba encima pero nada más. Un gran vacío denso y asfixiante se derramaba por los resquicios de su mente enfebrecida. ¿Qué había pasado el resto de la noche? Un enorme agujero negro que se lo tragaba todo.

Todavía a oscuras entró en el salón. Ernesto vivía en un estudio no demasiado grande. Cama, armario, mesa, sofá y en una esquina una pequeña cocina y una nevera completaba su exiguo ajuar. La luz de la farola de enfrente se colaba por las rendijas de la persiana bañándolo todo con una luz mortecina y parpadeante. Rumbo a echarse en el sofá, se fijó casi por casualidad que sobre la encimera puesta el fuego apagado había un gran perolo tapado. El dolor de cabeza se había cronificado en algún lugar por encima de los párpados y ahí pinchaba con saña sus cansados ojos, provocándole estallidos de dolor y destellos brillantes que iban y venían. La visión de la olla sobre la encimera empezó a palpitar como una sorda advertencia en su mente. ¿Qué puñetas hace eso ahí? —pensó alarmado. No recordaba haberla puesto antes de irse, ¿para qué iba a hacerlo? además, llevaba más de 24 horas fuera de casa. ¿Había vuelto en algún momento de la noche para poner la olla aquella sobre el fuego?

Le aterraba la idea de mirar dentro de la olla. Era una tontería por supuesto. Tenía ropa manchada de sangre, un coche lleno de la misma sustancia oculto entre la maleza en un solar a las afueras de la ciudad, más de 7 horas de absoluto vacío en su cabeza y le preocupaba ¿una olla? Pero había algo perturbador en la presencia de aquel perolo sobre la encimera, algo tan fuera de lugar que hacía que mirar hacia la cocina le provocaba mareos y taquicardia. Ernesto observaba la olla con repugnancia, como una cucaracha que encuentras en mitad de la cocina y no te da asco matar pero no quieres que se escape. Se acercó a la cocina con el corazón latiéndole desbocado en la garganta. Levantó la tapa con cuidado y miró el interior.

Un aullido rasgó la oscuridad. Ernesto trastabilló y cayó hacia atrás mientras la olla caía con él esparciendo su contenido en el suelo. La puerta de su apartamento se rompió en un millar de astillas cuando los antidisturbios entraron en tropel a través del marco destrozado y le apuntaron con sus armas semi automáticas, gritándole que no se moviera ni hiciera ninguna tontería. Uno de ellos encendió la luz y todos vieron horrorizados que en el suelo en medio de un charco de agua había una cabeza cercenada. La policía detuvo a un Ernesto catatónico que no dijo ni una palabra ni se opuso a ser esposado.

« Nota de Prensa “El caso del caníbal español” 18 de Marzo de 1998 ».
La policía de investigación requisó cuatro tuppers llenos de sangre y vísceras, parte de un brazo y una pierna metidas en el congelador y tres cubos llenos de restos humanos y huesos troceados que habían sido ocultos dentro del armario entre la ropa. Se encontró a tres kilómetros de la ciudad, un Opel Corsa negro totalmente empapado en sangre y restos tanto de la víctima como huellas y restos orgánicos del presunto asesino.

La víctima identificada como Alberto Ramírez, fue hallada descuartizada en el piso del asesino que después de matarle, le cortó la cabeza y la puso a hervir dentro de una olla. Se encontraron un montón de vísceras en botes pero el corazón y parte del cerebro nunca fueron halladas. La policía sospecha que el presunto asesino pudo haberlas ingerido en un intento de acabar con las pruebas. El juicio ha comenzado empañado por la querella interpuesta, por los abogados de la empresa para la que trabajaban asesino y víctima, contra el periódico local por difamación. Dicho periódico publicó que el asesino fue inducido a acabar con su víctima debido a que ambos estaban en periodo de prueba de tres meses para el mismo puesto dentro de la empresa.

« Nota de prensa 22 de Diciembre de 2001, encontrada en la celda del recluso número 34 parcialmente masticada ».
... y lo más delirante llegó cuando el asesino dijo que el Opel Corsa donde supuestamente había acabado con la víctima a martillazos le había obligado a matarlo. El coche maldito me ordenó que lo matara, eso dijo sin pestañear. Aquel coche negro tenía un alma negra, estaba poseído por el diablo. ¿Te imaginas? Al final el abogado de oficio le consiguió enajenación mental por estrés y le metieron en un psiquiátrico de máxima seguridad. Veinte años le cayeron y aquí sigue en el manicomio de Castle Rock. Metido en una celda acolchada, riendo y gritando incoherencias. Claro que sí. Después de todo está más loco que una mochila de grillos. No encontraron nada malo con el coche por supuesto. No. Ni un solo rasguño en su carrocería negra y suave, no señor, ni uno solo. Toda aquella historia hilarante que contó el asesino sobre un camión fantasma, o voces que susurran odio puro al oído, o un flamante coche de carrocería negra, asientos de terciopelo y aviesas intenciones, eran solo eso, palabrería de un asesino demente.

Y qué si de vez en cuando un tipo se vuelve loco y mata a toda su familia tapando el tubo de escape de un coche alquilado o si se matan tres adolescentes en una carrera ilegal con un coche que no era suyo, o si un niño muere atropellado por un tipo que se suicida lanzándose al vacío con su coche negro.

Todo eso no son más que desvaríos de un perturbado.
Fin de la nota de prensa.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Crítica Ghost Stories, de Jeremy Dyson y Andy Nyman



Esta película es, digamos, una especie de antología, ya que dentro de ella encontramos varias historias de terror. Philip es un hombre escéptico que se dedica a desmontar las historias sobrenaturales que se va encontrando, intentando demostrar (y consiguiéndolo) que todo tiene una explicación real y racional. Todo cambia cuando le dan una carpeta con tres casos sin resolver para que él mismo compruebe que hay algo más allá de lo que nosotros podemos ver.

El primer caso cuenta cómo un guardia de seguridad de un hospital psiquiátrico abandonado tiene que enfrentarse a ruidos, presencias sobrenaturales y burlas de un ente que habita el lugar. El segundo caso, mi favorito, está protagonizado magistralmente por Alex Lawther (The End of the fucking world), un joven actor al que conocí en el capítulo Cállate y baila de la exitosa serie Black Mirror y que me fascina cada vez más. El chico va por una carretera que cruza el bosque y, sin querer, atropella a una especie de demonio que, a partir de ahí, no se lo pondrá nada fácil. La verdad es que el terror del chico me ha parecido completamente real, he sentido su pánico, su miedo y su impotencia, por lo que se merece un sonoro aplauso. El tercer caso sin resolver es sobre un poltergeist que se ceba con el cuarto de un bebé que aun no ha nacido. El padre sufrirá esta presencia mientras su mujer embarazada está en el hospital.


Hasta ahí la película me estaba gustando. Y digo hasta ahí porque, de repente, cuando acaban de explicar los tres casos, la trama da un giro innecesario que termina en un final, para mi gusto, pésimo. Hubiese ganado mucho más por el camino que llevaba, sin el quiero y no puedo que finalmente nos ofrece. Por otro lado, igual es que yo soy muy sensible con el tema, pero tiene una broma hacia un judío que no me hizo ni puñetera gracia. Ahí va la perlita:

"No tengas miedo, no es una cámara de gas".

JA, que me parto. En fin, cosas personales aparte, es una película muy disfrutable e interesante hasta el giro que la manda por completo al cajón de pasable y el inevitable "la han cagado". Los amantes del terror disfrutarán, sobre todo, la primera parte, pues los casos son muy diferentes y están muy bien llevados. El final... ya es otra historia.

Lo mejor: Alex Lawther. Los tres casos.

Lo peor: la bromita de muy mal gusto. El giro final.




lunes, 10 de septiembre de 2018

Crítica La monja, de Corin Hardy



Como buena amante de la saga de los Warren, estaba deseando ver esta película que, en línea temporal, ocurre mucho antes que las otras. La trama esta vez nos traslada a Rumanía, cuando una joven monja de clausura se suicida ahorcándose en la abadía. Hasta allí, el Vaticano envía a un sacerdote y una novicia a punto de tomar sus votos para que intenten descubrir qué es lo que ha pasado y por qué esa monja ha cometido el mayor de los pecados. Lo que no se imaginan es que dentro de la abadía encontrarán el mismísimo infierno.

La ambientación me ha parecido alucinante, sobre todo por la abadía que es impresionante y maravillosa. Sobre todo me han fascinado la escenas aéreas donde la podemos disfrutar al completo. No obstante, el interior también es un lugar que deja con la boca abierta, sobre todo por su grandeza. El cementerio con sus campanas logró ponerme los pelos de punta, así como el pasillo de las cruces.


El ambiente oscuro consiguió arrancarme más de un susto, incluyendo uno que me hizo saltar de la butaca. Los actores están muy bien, tanto el cura como la novicia. Taissa Farmiga es una actriz a la que auguro un futuro espléndido, y tan parecida físicamente a su hermana Vera, que a veces creía estar viéndola a ella. El personaje de Maurice por una parte me ha encantado, ya que es el protagonista del nexo que tanto me ha gustado en el final pero, por otra, es el típico graciosillo que ponen en las pelis de terror para "destensar" el ambiente. Nunca me ha gustado eso, si voy a ver un film de terror es porque quiero estar tensa, no sé, creo que este tipo de personajes sobran. 

Como he adelantado, todos los fans de esta saga de películas esperábamos con ansia el nexo que la uniese a las otras y, por supuesto, lo hemos tenido. A mí me ha encantado, sobre todo porque no lo vi venir durante todo el metraje y ha logrado sorprenderme.


Quizá la trama pueda resultar predecible en algunos aspectos, pero hoy en día son pocas las pelis que no pecan de esto. Es entretenida, oscura, con un reparto muy bueno de actores y con una magnífica ambientación. La recomiendo para los amantes del terror pero, sobre todo, para los que le tienen tanto cariño como yo a Ed y Lorraine Warren

Lo mejor: la ambientación,  la abadía es magnífica. Taissa Farmiga.

Lo peor: el toque de humor con calzador de Maurice.