Castle Rock Asylum

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I Antología de Relatos de Terror Castle Rock Asylum

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lunes, 31 de octubre de 2016

Reportaje: OUIJA



Con el reciente estreno de Ouija: El Origen del Mal y a punto de celebrar la festividad de Halloween (noche donde se dice que el velo que separa el mundo terrenal del Más Allá se difumina para dar a pie a increíbles sucesos sobrenaturales). Nos hemos tomado la libertad de dedicar una entrada en Castle Rock Asylum para hablar de ese fascinante objeto que muchos utilizan para tratar de coquetear con lo desconocido. Queremos arrojar algo de luz al asunto y, en caso de que alguno de vosotros se atreva a realizar una sesión nocturna de Halloween, informar de cómo se prepara y se usa debidamente un tablero de Ouija.





ORÍGENES


No se puede afirmar un origen preciso para la aparición de este objeto (se habla de que data de tiempos del antiguo Egipto). Pero sí que nos topamos a finales de S. XIX con un generalizado uso de este tablero coincidiendo, oportunamente, con la moda espiritista que se dio (sobre todo en las clases altas de la sociedad). El estadounidense Elijah Jefferson Bond figura como inventor en la patente registrada el 28 de Mayo de 1890. No tardó en vender las primeras tablas que circularon por Estados Unidos y Europa




Con el paso de los años, estas tablas siguieron vendiéndose como si de un Monopoly se tratase por empresas jugueteras como Parker Brothers o Hasbro.




Se dice que la palabra "Ouija" es una mezcla de los vocablos "Oui" y "Ja", que significan "Sí" en Francés y Alemán, respectivamente. 

Este tablero tiene como objetivo lograr que las personas que participen entren en contacto (con o sin entrar en trance) con entidades de naturaleza sobrenatural. 


LA SESIÓN


Lo primero es pensar es si vas a realizar la sesión solo o en compañía. Se suele decir que se necesitan más de dos integrantes porque una sola persona no puede reunir la fuerza suficiente para que el uso de la Ouija funcione o que es muy peligroso. A no ser que el individuo sea en exceso supersticioso o miedoso, se puede realizar una sesión en solitario sin problemas.

En caso de ser un grupo, puede que lo más ideal sean cuatro personas. A partir de ese número podrían entorpecer la reunión debido a que resultará más complicado controlar a los integrantes.

Conviene asegurarse que las personas con las que hagas la sesión sean serias, respetuosas y que, sencillamente, se tomen en serio esta práctica. Aunque sin llegar a extremos peligrosos. La objetividad debe de prevalecer siempre. 




En un principio, cualquiera puede utilizar una Ouija. No es necesario ser un medium ni contratar a esta clase de expertos ni realizar las sesiones con veteranos. Esta clase de individuos suelen acabar creyendo que si su dedo no está en el tablero nada surtirá efecto. Aunque es cierto que no se recomienda el uso de la Ouija a personas miedosas, depresivas, alcohólicas, drogadictas o que sufran desordenes mentales por su propio bien y de quienes los rodean.


EL TABLERO


La pieza clave para realizar esta práctica y el punto que ha dado más de qué hablar. A lo largo de los años se han dado miles de variantes del clásico tablero de madera. Ya hablamos que empresas especializadas ofertan sus propios tableros en tiendas o en internet realizados con diversos materiales (cartón, plástico, papel), con diversas imágenes y símbolos que, supuestamente, protegen a los participantes o con terroríficos motivos que hacen más mal que bien.




Se dice que hay tableros que son mejores para que de verdad funcione la conexión. Pero a la hora de la verdad cualquiera vale para nuestro objetivo. Hasta uno puramente "casero" realizado con una simple hoja de papel. Teniendo en cuenta de que muchos suelen quemar los tableros "por seguridad" tras la sesión. ¿De verdad conviene gastarnos un buen dinero en algo que acabaremos quemando al día siguiente?

En el tablero tienen que estar escritas las letras del abecedario y los números del 0 al 9. En la mayoría de tableros se le suele añadir el "Sí", "No" y el "Hola" y "Adiós". A partir de aquí puedes encontrar mil variantes: diferentes frases, dibujos, símbolos esotéricos... Pero lo indispensable son las letras del abecedario y esos números.




Tenemos que disponer de un objeto en el que los participantes puedan colocar sus dedos (da igual que sea el índice como si es el pulgar) y que recorra la tabla para formar los ansiados mensajes. Lo más utilizado suele ser un vaso de cristal, una arandela o una pieza especial. Aunque con lo extendidas que están esas ouijas caseras realizadas con papel, los asistentes acaban utilizando una simple moneda (que debe ser de las dimensiones ideales para poder identificar sin error la letra donde se detenga). Al igual que con el tablero, en este objeto tampoco hay una preferencia específica. Aunque al igual que con algunos casos, mucha gente también suele romper el vaso tras una sesión por temor a que la entidad con la que contactamos pueda permanecer en el objeto.


EL ESCENARIO


Otra de las incorrectas creencias populares es que la Ouija solo funciona si la sesión se realiza en lugares que se relacionan con la Muerte. Como cementerios, viviendas en los que se produjeron truculentos asesinatos, hospitales y demás... Esto no ayudará a nada y puede que acabe ocurriendo un accidente en el intento de los participantes por acceder a esos lugares.

Se puede realizar una sesión en cualquier lugar que no sea siniestro o oscuro. Pero se recomienda que sea en lugares poco transitados y tranquilos para que nadie ajeno pueda molestar. 




Es comprensible que muchos tengan reparos en realizar esta práctica en su propio hogar, Además del arraigado temor a que la presencia pueda permanecer entre las paredes. Si eres una de ellas, sí que puede resultar conveniente que traslades el escenario a otro lugar. Pero normalmente acaba resultando mejor estar en un entorno agradable en el que poder detener la sesión para tomar un refrigerio y descansar tranquilo que a la intemperie y temiendo que cualquier transeúnte se acerque a molestar.


LAS PREGUNTAS


El objetivo primordial de la Ouija es ofrecer una conversación que se compone de las respuesta de las preguntas que le formulamos con quien contactamos (para muchos se trata de "espíritus"). 

La mayoría de los integrantes de las sesiones formulan las preguntas de manera espontánea. Y conviene tener preparado un guión para asegurar mejores resultados en las sesiones aunque en un principio pueda parecer que es un proceso lento. 

Conviene no ser impacientes, puede que la primera vez no logréis realizar una exitosa sesión. Como en todo, la perseverancia es la clave.

En contra de lo que muchos piensan, no es necesario que uno del grupo sea el que lleve la voz cantante. Cualquiera puede formular las preguntas que deseé, aunque debería de ser de forma ordenada para evitar discusiones y problemas que lastren la sesión.

En un principio se podría preguntar cualquier cosa. Aunque conviene hacer algunas excepciones.

Suele comenzarse las sesiones preguntando "¿Hay alguien ahí?" (a lo que seguiría un esperado "Sí") y algunos se atreven a preguntar si la entidad con la que contactan es benévola o malvada (no se suele recomendar esto pues no se puede asegurar que no nos hayan mentido).




En grupos noveles, los "espíritus de la Ouija" normalmente no resultan muy parlanchines. Por lo que muchos acaban frustrándose y abandonando la sesión. Conviene saber que esto suele ser predominante en esta práctica y, como ya hemos dicho, todo se trata de perseverar.

Entrando en el terreno de las preguntas no recomendables que suelen justificar los participantes más jóvenes. Tenemos cuestiones académicas como preguntas sobre las cuestiones que puedan entrar en el próximo examen que les traiga de cabeza. O preguntar siquiera si necesitan estudiar para ese examen. La entidad podría mentir en las posibles preguntas que compondrían ese inminente examen o le puede asegurar que no necesita estudiar... Para al final acabar con una nueva mancha en su expediente académico.

Suelen predominar también cuestiones sobre su vida amorosa donde el tablero podría explicarle estrategias para conquistar a su amado/a practicadas en la Edad Media. O cuestiones sobre el propio futuro del participante o llegar a exigir a quien está respondiendo las preguntas que le explique qué hay en el Más Allá (si es el caso). En este punto suele darse un curioso hecho donde la entidad decide permanecer en silencio o cambiar de tema. Lo que puede resultar raro si estamos contactando con un difunto que puede relatar historias fantásticas pero no puede o quiere describir el lugar en el que se encuentra.

Toca hablar de las cuestiones que SÍ que NO deberían formularse al tablero. De ser el caso de que alguien de tus compañeros llegue a preguntar cosas como "¿Cuando voy a morir?" o "¿Alguno de los participantes morirá?", te recomendamos que quites el dedo del vaso y abandones la sesión sin temor. También se suele preguntar por otros trágicos sucesos como si "¿Voy a ser violada alguna vez en mi vida?" o "¿Me atropellarán al cruzar un paso de cebra?". Las respuestas suelen ser bastante siniestras y, curiosamente, muy cercanas. Y esto puede afectar bastante a participante jóvenes o temerosos. Llegando a encerrarse en sus hogares por temor de esas profecías que lo más seguro es que no ocurran.




No suele ocurrir que con quien contactamos hable en otro idioma que desconozcamos como francés o japonés. Pero en más de una ocasión las respuestas pueden ser inconexas o inacabadas. No debemos creer que se trate de un código o forma especial de comunicarse los "espíritus de la Ouija". De darse estas respuestas, lo mejor es abandonar o posponer la sesión.


CERRAR LA SESIÓN


Al igual que con la práctica de "Abrir" la sesión. A la hora de terminar una charla con "el Otro Lado", son bastantes las normas y habladurías que parece que se han convertido en OFICIALES. Y la mayoría acaban resultando en prácticas perjudiciales (sobre todo entre los jóvenes).  NUNCA hay que dejar que la Ouija decida que podamos abandonar la sesión. El posible gran respeto que le tengamos a la misteriosa entidad con la que hemos establecido contacto puede ser tal que llegue a ocurrirnos que, en un grupo que ha decidido realizar la sesión en un cementerio. El último integrante que pregunte si puede abandonar la sesión (y el recinto), reciba como respuesta un tajante "NO" al que le puedan seguir otros tantos. Y no nos podemos imaginar un escenario más aterrador que un cementerio donde estamos solos con un posible espíritu que nos impide volver con nuestros amigos. 

Para dar por finalizada una sesión de Ouija sencillamente muestres tu decisión de marcharte, levantar el dedo del objeto y listo. En ningún momento le debemos de preguntar a la entidad si uno o otro puede marcharse porque lo más seguro es que se niegue. Y muchas veces esos "espíritus" suelen mostrarse muy parlanchines cuando se teman que los vayamos a dejar. Recordad SIEMPRE que eres tú quién es el que lleva las riendas de la experiencia. Y olvídate de la mayoría de prácticas y advertencias del estilo de soplar el vaso tres veces para que el espíritu no quede encerrado, quemar el tablero...


¿QUIÉNES SON?


Hasta que los expertos puedan dictaminar con exactitud quiénes se esconden tras este tablero. La naturaleza de los que responden a nuestras preguntas seguirá siendo un verdadero misterio. Aunque la idea más generalizada es que hablamos con los muertos. Quienes desean mantener una conversación con un familiar o un ser querido que ya no está y realizan preguntas con su rostro en mente, se emocionarán en exceso al ver que pueden recibir una respuesta. 

Pero... ¿Es cierto que con la Ouija podemos mantener conversaciones con los difuntos? Pues quien ya tiene cierta experiencia suele alejar esta suposición.

Está claro que el principio lógico es que estas entidades se revelen como personas fallecidas, pues en su concepción este objeto se creó pensando en ello y los participantes suelen realizar las sesiones con este objetivo en mente. Pero no solo los espíritus se dejan caer por estas conversaciones.

¿Se imaginan descubrir los secretos tras el misterio del supuesto OVNI estrellado en Roswell? ¿O poder hablar con el mismísimo Jack el Destripador para que él mismo te revele su identidad? ¿O incluso decirle a Batman que es un personaje de ficción?

De ser así podríamos descubrir increíbles historias de cómo el ejército Estadounidense ha establecido contacto con una civilización alienígena. En el caso de Jack, como con todo personaje histórico, tenemos bastante material oficial al que la Ouija puede complementar al, supuestamente, hablar con el protagonista de ese truculento suceso y el propio Caballero Oscuro podría revelarte las mejores formas para atrapar al Joker.




Seguro que muchos estáis enarcando una ceja al leer sobre estas posibilidades. Pero... ¿no son menos increíbles que poder hablar con un difunto? El fenómeno es el mismo en los mismos casos: el objeto cruza las letras y números de un tablero para formar mensajes. ¿Por qué una suposición se acepta y la otra se niega?

Hay que dejar claro que uno NO puede creerse lo que está leyendo y que quien responde NO es quien dice ser. Se tiene que tomar la experiencia como un pasatiempo (que no un juego, cuidadito con esto). Del mismo modo que puedes hablar con tu abuelo/a fallecida podrías estar manteniendo una conversación con algo que se identifica como la gorra que te sueles poner todos los días.

Podéis preguntar: Si no son espíritus... ¿entonces qué son? Pues en la mayor parte de los casos queda claro que esto se trata de un fraude del inconsciente. Los propios participantes suelen conducir la experiencia mediante sus preguntas y la información dada incluso puede tener relación con hechos recientes. Por ejemplo: Una persona puede decir que ha mantenido contacto con el mismísimo Jesucristo quien le ha hablado bastante de la época en la que vivió y lo que hizo y resulta que hace poco que visionó La Pasión de Cristo. Así que en esta clase de casos no podemos asegurar que este contacto haya sido real.

Al estar en una conversación fluida con la Ouija prueba a pedir a tus compañeros que cierren los ojos. Descubrirás que la entidad con quien estabas hablando parece que se ha quedad también ciega. Y si quieres realizar más pruebas hazte con una Ouija con las letras desordenadas. Que no te extrañe recibir mensajes indescifrables.. 


CONCLUSIÓN


Hay que reconocer que sabemos MUY poco de la Ouija y la mayoría son rumores e hipótesis sin fundamento. Tenemos bastantes elementos para dudar de la intervención de espíritus y (sobre todo) de su identidad. Aunque no negaremos que suelen darse fenómenos y experiencias que escapan de toda lógica y que hacen cobrar sentido la funcionalidad de esta "vía de contacto" con lo desconocido. Pero conviene cuestionarse esto para evitar problemas cada vez que pongamos los dedos sobre el objeto pensando que este se moverá por voluntad de los Espíritus.

Si eres un habitual practicante no te extrañe que muchos vean en esta práctica una patraña. No te ofendas y trates de convencer a nadie sobre la realidad del fenómeno.

Aún si creemos o no en estas experiencias y si con el uso de este tablero podemos mantener conversaciones con los difuntos, con seres de otros mundos o hasta con personajes de dibujos animados, hay que admitir que esta práctica se da más de lo que creemos y conviene mantener a la gente informada para evitar ciertos riesgos y peligros que pueda causar esa práctica. No son pocas las muertes o lesiones al escoger lugares peligrosos donde realizar la sesión ni los suicidios y asesinatos provocados por demanda de los misteriosos mensajes. La Ouija NO es un juego. Pero tampoco conviene darle un poder que no tiene.

Con todo lo que hemos escrito aquí, internillos. Esperamos que permanezcáis informados y preparados si decidís realizar una sesión.





¡FELIZ HALLOWEEN!

¡Feliz Halloween 2016!


Halloween por unidcolor (DeviantArt)

En la noche del terror y las brujas, nos gustaría recordaros que tenéis varios especiales ideales para esta ocasión.

Cuidado con el Truco o Trato, no vaya a ser que vuestras chocolatinas estén envenenadas; y no olvidéis pasar por el manicomio una vez terminada la velada, puede que necesitéis alguno de nuestros terroríficos tratamientos...

¡¡Feliz Halloween, intenillos!!

domingo, 30 de octubre de 2016

Truco o trato, de Liss Evermore




—En esta casa no abren, vámonos a otro sitio.
—Espera, ¿has oído eso?
—Ya te he dicho que no hay nadie, ¡venga, larguémonos de aquí!
Entre la maleza del jardín se abrió una puerta secreta. Un muerto viviente salió de la tumba y comenzó a caminar hacia los niños, y con las manos extendidas ante sus cabezas les dijo: «No olvidéis vuestros caramelos, muchachos».

Para saber más:

viernes, 28 de octubre de 2016

Crítica El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares de Tim Burton



Películas como Ed Wood, Beetlejuice, Eduardo Manostijeras y Sleepy Hollow colocaron a Tim Burton en un puesto de honor en el mundo del cine. Está claro que el personal estilo que se gasta lo hizo destacar entre tantos y tantos directores. Labrándose, además, una buena legión de incondicionales fans enamorados de sus extravagantes y siniestramente exquisitos mundos y personajes. 


Pero Burton lleva desde principios de siglo siendo una sombra de lo que antaño fue. Está claro que el infecto remake de El Planeta de los Simios le afectó tanto como a nosotros, los espectadores. Desde entonces, apenas tenemos breves atisbos del genio que del que nos enamoramos como pueden ser La Novia Cadáver, Big Fish o Sweeney Todd. Por el contrario, son más las decepcionantes o pasables cintas que mantienen sus características señas de identidad. Como Frankenweenie, Sombras Tenebrosas o Alicia en el País de las Maravillas. A falta de saber en qué puesto puedo colocar el biopic Big Eyes (que aún no visioné), las esperanzas de volver a vislumbrar al antiguo Tim Burton se reavivan una vez más con esta El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares.

Tim vuelve a pasar de ofrecernos una historia original y adapta la primera entrega de esta trilogía literaria de Ramson Riggs a la que, por desgracia, aún no he podido echar el guante (así que no podré valorarla como adaptación sino como película en general). Pero que está claro que tiene elementos y personajes que podrían haber salido perfectamente de la mente del director de Beetlejuice o Sleepy Hollow. Por lo que podemos sentir como Burton se encuentra en su salsa. No suponiéndole mucha dificultad trasladar el mundo y personajes ideados por Riggs con su particular mano. El problema viene cuando tratamos de apreciar la película tras lo puramente estético. Es entonces cuando descubrimos que el film cojea bastante en lo argumental, en la construcción de personajes y en el desarrollo de la trama. 


El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares sigue los pasos de un adolescente que tras la misteriosa muerte de su abuelo se embarca en un viaje de autodescubrimiento que lo llevará a una isla donde encontrará una casa en la que se acogen a personas con ciertas extraordinarias particularidades. Pero las amenazas no tardan en emerger de las sombras y nuestro protagonista descubrirá que tiene el poder de salvar a sus nuevos compañeros.

Una trama que atufa a género juvenil y que parece una mezcla entre Harry Potter y los X-Men. Pero que acaba resultando que acaba teniendo voz propia (aunque sea tenue).


Entre sus manos, Burton tenía unos jugosos personajes y una trama con niños eternos que podría haber dado para que el director sacase su vena más emocional. Pero el guión está entregado al espectáculo y a la engrasada maquinaria para conseguir una cinta que, todo hay que decir, entretiene. 

Una lástima el no dedicarles apenas tiempo ni esfuerzo a los Niños Peculiares que cita el título. Aunque en su mera concepción son tan atractivos que no nos sentiremos tan estafados en este punto.

Tenemos al Burton siniestro en esta producción. Desconozco si el tema "Hueco" en el libro se parece, aunque sea un mínimo, a lo mostrado en el film. Pero desde luego al amante del terror y los monstruos estos personajes le harán salivar en abundancia. Y, aunque se trate de una obra juvenil, la película se guarda unas cuantas escenas en lo que lo siniestro y macabro alcanzan cotas bastante extremas (como la escena de la degustación ocular). Desde luego ha sido lo que más he disfrutado del film.


Asa Butterfield (El Niño con el Pijama de Rayas, El Juego de Ender) lleva bastante bien el papel protagónico. Y se agradece que su personaje sea más cauto y patoso de lo que se espera de un protagonista de una obra de fantasía juvenil.

Tras trabajar anteriormente con Tim Burton en la socarrona Sombras Tenebrosas, Eva Green (Penny Dreadful, 300: El Origen de un Imperio) apunta maneras para convertirse en la nueva musa del director tras su reciente ruptura con Helena Bonham Carter (El Club de la Lucha, Alicia en el País de las Maravillas). Aunque en esta película apenas se explote del todo la gran vena actoral de Green. El espectador apreciará cada minuto que su personaje esté en pantalla.


Como en toda producción en la que esté involucrado, Samuel L. Jackson (Los Vengadores, Los Odiosos Ocho) disfruta con cada papel. Y aunque su villano se muestre de lo más simple y decepcionante. El actor logra que su personaje destaque en cada secuencia en la que está implicado.

Por desgracia, el resto del reparto no logra que sus personajes brillen más a parte de por sus caracterizaciones (en algunos casos por el guión y en otros no).


El tercer acto se ve contagiado por ese "mal del cine de superhéroes" que hace que el ritmo y situaciones se sientan atropelladas. Por no hablar de un alargado epílogo que hacen que esta última parte no se sienta del todo natural. Porque... ¿qué ocurrirá ahora? ¿Continuarán esta historia? ¿Tim volverá a ejercer en labores de producción como en el caso de la secuela de Alicia? ¿Esto es todo lo que veremos en la gran pantalla de Miss Peregrine y sus Niños Peculiares?

Lo que está claro es que El Hogar de Miss Peregrine Para Niños Peculiares no ha supuesto la total redención de Burton. Tan solo nos ha ofrecido una entretenida película con su personal sello.


Lo Mejor: Su envoltorio "Burtoniano". Los Huecos.

Lo Peor: El tercer acto. Tim sigue viviendo de antaño.



jueves, 27 de octubre de 2016

Crítica Cuentos de Halloween, Varios Directores



Hoy os traemos la reseña de una película muy acorde a estas fechas. Creada por Axelle Carolyn (el cual también dirige uno de los relatos), reúne a un buen puñado de directores para crear diferentes historias, cuyo nexo de unión resulta ser que todo ocurre en la misma ciudad y que una locutora de radio enlaza presentando cada relato y que hace un genial guiño a las películas de terror ochenteras, ya que está interpretada ni más ni menos que por Adrienne Barbeau, que ya encarnó a éste personaje en La Niebla de John Carpenter.

Pero vamos a analizar un poco cada una de las historias que forman parte de esta antología cinematográfica.

 El Goloso, David Parker

Buen comienzo. Narra como a un niño le cuentan una leyenda urbana sobre un chico al que sus padres le quitan los dulces en Halloween. Enfadado, ve como sus progenitores se dan un festín por lo que los mata y se come hasta el último trozo de caramelo… aunque éste se encuentre en el estómago de su padre.
Una simple leyenda que se vuelve realidad, y un relato que me dejó un dulce sabor de boca.
En una de las escenas podemos ver como están viendo La noche de los muertos vivientes, de George A. Romero.

 La noche que Billy desató el infierno, Darren Lynn Bousman

Bueno… esta historia es interesante. Presenta a un niño vestido de demonio que va a la casa del vecino al que todos los niños molestan en Halloween como una especie de iniciación, y que resulta ser el mismísimo demonio. Tiene un giro final que no está mal, pero en sí lo encontré flojo.
Podemos ver a James Wan (director de Expediente Warren e Insidious) y a Mia Sara (Legend) haciendo sendos cameos.

 Truco, Adam Gierasch

Éste me gustó bastante. No sólo por la temática (unos niños que acechan y asesinan a adultos), si no por cambio que da al final. De mis favoritos.
De nuevo, podemos ver como los protagonistas están viendo La noche de los muertos vivientes, de George A. Romero, en la televisión.

 El débil y los malvados, Paul Solet

Con estética western, nos presenta a un adolescente perseguido por tres macarras. Pero no todo es lo que parece. Para mi gusto, desentona bastante con el conjunto, pero al menos es original.

 El fantasma de la sonrisa triste, Axelle Carolyn

Muy buena historia de fantasmas. En una reunión de Halloween, cuentan algunas historias de miedo, entre ellas, la del fantasma de la sonrisa triste, narrada por Lin Shaye, actriz que a aparecido en numerosas películas de terror.
Lo que nuestra protagonista no sabe es que esa noche los fantasmas se pasean por las calles… y puede que alguien o algo la acompañe a casa.

 Ding Dong, Lucky McKee

Para mí, el peor de todos. La historia no me acabó de convencer, y los personajes me cayeron mal desde el principio. Una vuelta de tuerca al cuento de Hansel y Gretel y a loas fábulas de brujas malvadas.

 Esto es la guerra, John Skipp & Andrew Kasch

Otro relato que desentona, pero que te hace pasar un buen rato. La batalla campal de dos vecinos por ver quien tiene la mejor decoración de Halloween resulta divertido, pero no aterra en absoluto.

 Viernes 31, Mike Mendez

Este es una auténtica gamberrada, un homenaje a los amantes del buen cine de terror. Mezcla elementos de Viernes 13 (como su buen nombre indica), cine slasher y Evil Dead (incluso de fondo podemos ver el Necronomicón). Todo esto acompañado de un pequeño alien de lo más travieso. Me encantó.

 El secuestro de Rusty Rex, Ryan Schifrin

Otra historia con toques de humor. El secuestro por parte de dos tipejos del hijo de un empresario acaba en tragedia cuando el angelical niño resulta ser otra cosa completamente diferente.

 La semilla del mal, Neil Marshall

Con toques al cine de serie B de experimentos fallidos, nos muestra a una calabaza malvada salida de un laboratorio que hace estragos en la ciudad. Entretenida, sin más.

Como veis, hay relatos para todos los gustos, por lo que la película en sí resulta ser algo regular, siendo la mayoría de ellos pasables.

¿La recomendaría?

Resulta entretenida, sin ser escalofriante. Si tengo que elegir, me quedaría con Truco o Trato, la encontré más interesante, pero es ideal para pasar una noche de Halloween con palomitas y un puñado de historias de todo tipo.

Además, por la de Viernes 31 y El fantasma de la sonrisa triste, merece la pena echarle un visionado.


lunes, 24 de octubre de 2016

El Círculo Bendito por Narciso Piñero



      El lugar, Croglin; un pequeño, gris y recóndito pueblo perdido entre montañas y bosques en algún frío lugar del norte de España.
      El año, 1910; un tiempo que las generaciones venideras recordaron por siempre como la fecha en que el lugar tuvo que ser abandonado a causa de un mal mayor e imparable. Algo que vino del infierno y condenó a todos los habitantes a morir o marcharse para siempre, dejando atrás una tierra maldita y pútrida que jamás volvió a ser pisada por ningún hombre cuerdo.
      El Sr. Azcona, un tipo alto y siempre bien vestido, afeitado y perfumado, fue un terrateniente que, por razones que nadie entendió en su momento pero que después se aclararon, decidió abandonar su acomodada vida de rico y marcharse con su esposa, Aurora, al bosque junto a Croglin, alejándose así de cualquier vestigio de sociedad. Allí, entre hayas, robles y el sonido de la fauna local, construyó su retiro espiritual, un caserón de piedra en el que vivió hasta el día de su muerte… si es que llegó a morir.
      Los habitantes del pueblo no llegaron a conocerle bien, pues Azcona rehusaba el trato con otras personas más allá de lo imprescindible, pero sabían que en ese caserón elevado en mitad del bosque se fraguaba algo oscuro, casi tanto como el terrateniente.
      Azcona concibió allí a tres hijos sin apenas dar tregua a su esposa entre embarazo y embarazo, como si quisiera tenerlos pronto para formar una familia numerosa y así obtener herederos que se hicieran cargo de las propiedades de su padre.
      Las gentes del lugar hablaban, pues en las contadas ocasiones que Azcona salía de su vivienda lo hacía en soledad y era habitual verle dando largos y desconcertantes paseos por el bosque, dejando en casa a su mujer e hijos. La vida familiar no parecía interesarle salvo como ornamento, como un mueble bonito que se tiene en casa acumulando polvo.
      La realidad de puertas adentro era que el terrateniente había tenido a sus hijos con una sola intención: matarlos de forma ritual en honor a una arcaica y olvidada deidad demoníaca con el propósito de obtener la vida eterna. De esta forma, una gélida madrugada de invierno sin luna, Azcona degolló a sus hijos frente al altar blasfemo construido en el sótano. Entre velas negras, la sangre de los tres inocentes encharcó el suelo que pisaba Azcona, quien empuñando un cuchillo ceremonial y ataviado con una túnica negra y una tosca máscara de piel de cordero, aulló una serie de cánticos e imploraciones indescifrables en un idioma extinto eones atrás.
      Aurora, tras descubrir que los niños habían muerto y que la afilada cuchilla ejecutora apuntaba ahora hacia su garganta, logró zafarse del desquiciado hombre para no ser la siguiente y escapó de la sangrienta orgía en que se había convertido su casa.
      Por motivos que nunca llegaron a esclarecerse, el caserón ardió aquella misma noche hasta quedar reducido a escombros, iluminando el bosque con sus bailarinas lenguas de fuego. Y aunque un grupo de vecinos intentó sofocar las llamas a base de cubos de agua, éstas sólo se apagaron cuando no quedó nada por consumir.
      Azcona fue capturado por las autoridades al amanecer. Lo encontraron en estado de catatonía, salpicado de sangre, desnudo y en posición fetal sobre unas musgosas rocas en el monte. Desde entonces y hasta el día de su muerte jamás volvió a articular palabra, ni siquiera un instante antes de que el garrote vil le segara la vida. 
      Entre los todavía humeantes escombros del Caserón Azcona, como se le empezó a llamar, del que sólo habían quedado cuatro carbonizados muros negros y un tejado moribundo, se encontraron unas antiguas runas y dos tablas de piedra con inscripciones y símbolos que nunca se descifraron, además de los restos óseos de los niños asesinados.


      Los habitantes de Croglin respiraron tranquilos al saber que se habían librado del monstruo que decidió convertirse en su vecino, y aunque como buenos seres humanos lamentaron la muerte de los niños y el incierto paradero de Aurora, quien las malas lenguas aseguraban que se había ahorcado poco tiempo después de lo sucedido, en su interior sintieron no poco alivio cuando conocieron la noticia referente a la ejecución de Azcona.
      Sin embargo, sesenta días después de su muerte, Croglin comenzó a sufrir unos desconcertantes ataques. Noche tras noche, algo se arrastraba hasta el pueblo y se llevaba consigo una vida, dejando tras de sí el cuerpo medio comido de un vecino, sin importar edad o sexo, y un reguero de gotas de sangre en las calles.
      Nadie atribuyó los crímenes a un loco suelto por los alrededores o a un vecino trastornado. No, nada de eso. Desde el primer asesinato, desde la aparición del primer cadáver, las gentes de Croglin tuvieron en mente al Sr. Azcona, y poco importó que llevase más de dos meses muerto y enterrado para sospechar que, de alguna forma, había vuelto.
      Los dos o tres escépticos hablaban de un animal salvaje fugado quizá de un circo, pero incluso ellos se vieron obligados a convertirse en creyentes cuando una tormentosa noche, algunos vecinos observaron desde sus ventanas, entre el resplandor de los rayos y el azote de los truenos, una figura encapuchada cruzando el pueblo hasta salir de él y adentrarse en el negro bosque. Aquellos que contemplaron la aparición, y no fueron pocos, juraron haber visto a alguien alto, con una túnica negra y paso firme pero muy lento. Al alba descubrieron que el hijo de un matrimonio había sido desangrado en su cama sin que los padres, que dormían en la misma habitación, se enterasen de nada.
      Fue el último asesinato que los habitantes de Croglin estuvieron dispuestos a soportar, de modo que esa misma mañana se reunieron en la plaza para llegar a una solución entre todos, siendo las conclusiones unánimes y resueltas con rapidez. Si el Sr. Azcona había jugado con la magia negra o el satanismo, cabría esperar que el asesino que los acosaba fuese algo invocado por el terrateniente, o quizá fuese el mismísimo Azcona quien hubiera regresado de entre los muertos para alimentarse de los vivos. Fue Aurora quien contó a las autoridades que su marido había pasado los últimos años leyendo extraños y viejos libros que versaban, entre otras cosas, acerca de la inmortalidad, y eso era justo lo que buscaba Azcona.
     La decisión final fue bendecir el lugar para que nada maligno pudiera cruzar sus límites. Convertir Croglin en una isla segura en mitad de un mar acechado por el tiburón más terrible. Los habitantes podrían hacer vida normal durante el día, pues el monstruo jamás había atacado a la luz del sol, pero durante la noche la gente permanecería dentro del pueblo, y pobre de aquél que decidiera poner un solo pie fuera de ella.

      Pasaron ocho años desde que Sebastián Atienza, el cura de Croglin, bendijera el lugar con oraciones y gotas de agua bendita. Rodeó el pueblo con un gigantesco muro invisible que sólo un engendro de origen demoníaco o esculpido en pura maldad podría ver y sufrir. Los asesinatos cesaron de inmediato y las buenas gentes volvieron a dormir en paz.
      Tan sólo un hombre, apodado dundún por motivos que ni él mismo recordaba, murió a causa de la bestia en ese transcurso de tiempo. Una noche el muy insensato se hartó de vino en la taberna, armó bronca y terminó dándole un navajazo al parroquiano a causa de una acequia. Vio que de la herida, más fea de lo que pretendía que fuese, salía mucha sangre, así que se asustó y, con la cabeza nublada por el efecto etílico, huyó del lugar pensando que el otro iba a morirse allí mismo. Huelga decir que osó salir de Croglin en plena madrugada, perdiéndose en la oscuridad del frío campo, y nadie lo impidió aun sabiéndose que no volvería a ser visto con vida.
      A la mañana siguiente lo encontraron a medio kilómetro del pueblo, abierto en canal y sin una sola víscera dentro.
      La muerte de dundún demostró de forma tajante y definitiva que al ponerse el sol, el único lugar seguro era Croglin. Mientras esto se respetase, nadie correría peligro.
      Durante ocho años todo marchó bien, el ambiente se relajó y los adultos comenzaron a contar a los niños malos y desobedientes historias sobre un hombre del saco que, bajo otras circunstancias, con la amenaza todavía palpable, jamás habrían narrado por temor y respeto.
      Fueron ocho años de tranquilidad, pues aunque supieran que en la noche eran rondados por un engendro, conocían la forma de evitarlo y mantenerlo alejado.
      Nadie imaginaba que esa tregua iba a romperse tras casi una década.
Una víspera de nochebuena, Ada, conocida por ser la dueña de la panadería del lugar, removió el estofado que burbujeaba en la olla sobre las brasas de la chimenea. Luego subió al dormitorio para ver si su hijo de diez meses estaba ya dormido en su cuna junto a la cama de matrimonio, alumbrándose con una oxidada lámpara de aceite.
      Le había dado el pecho hacía un par de horas, y como la noche anterior la criatura no pegó ojo, decidió acostarlo más temprano que de costumbre y dejar la cena preparada para cuando llegara su marido, que a esas horas debía estar terminando de limpiar el horno de la panadería y dejándolo a punto para la siguiente jornada. 
      La casa estaba en penumbra salvo por las velas y la fuente de luz que sostenía Ada, ayudándose de ella para iluminar el ascenso por las escaleras que llevaban al piso superior, donde se encontraba el dormitorio.
      Agarró el pomo de la puerta y tiró de él. Pasó al interior de la estancia y la bañó con la triste luz naranja, descubriendo que, frente a la cuna, una figura enclenque cubierta por una túnica le daba la espalda.
      Por una fracción de segundo, Ada pensó que podía tratarse de su esposo, pero en realidad eso era imposible. ¿Cómo iba éste a volver del trabajo y entrar en casa sin que ella se diese cuenta? Además, la habría avisado.
      La mujer, cuya frente se había perlado de sudor por el miedo, dio un paso hacia el intruso, que permanecía inmóvil y silencioso junto a la cuna, y levantó la lámpara hacia él. Observó así que los ropajes que portaba eran decrépitos y polvorientos.
      Al sentir la luz, el intruso comenzó a girarse con lentitud, emitiendo una especie de ronquido áspero, como un estertor. Poco a poco, conforme se daba la vuelta, fue mostrando su horrorosa fisionomía: una cara sin carne ni ojos, sólo piel seca y marrón adherida al hueso; una perpetua sonrisa provocada por la ausencia de labios y provista de piezas dentales comunes a excepción de los colmillos, mucho más largos de lo normal, y unas manos esqueléticas provistas de raquíticos dedos que no parecían lo suficientemente fuertes como para estrangular a alguien pero sí para sostener a un bebé devorado desde la cabeza hasta el vientre. Sólo quedaban sus piernas y la sangre que chorreaba por la boca del monstruo, la cual no paraba de moverse despacio masticando carne y huesos.
      <<Azcona>> –fue lo último que pensó la mujer antes de retroceder horrorizada, perder el conocimiento y rodar por las escaleras, rompiéndose el cuello a mitad del fatal trayecto.


      A la mañana siguiente, del mismo modo que hicieron ocho años atrás, convocaron una reunión en la plaza para discutir la situación, que había pasado de estar controlada y casi olvidada a regresar derramando más sangre que nunca. Aquella mañana fría e inundada de niebla se hicieron muchas preguntas, casi todas relacionadas con cómo era posible que el ser hubiera logrado cruzar la barrera de bendición que rodeaba el pueblo. ¿Por qué durante ocho años surtió efecto y de repente se volvió inútil? Nadie tenía una respuesta, como era de esperar, pero se pensó en la posibilidad de que el monstruo, ante la desesperación por comer, se hubiese hecho más fuerte para adaptarse al medio. Algo así como una forma de evolución pero a escala sobrenatural. ¿Podía ser? Nadie lo sabía con certeza, pero era una hipótesis.
      En realidad el cómo y el por qué daban igual, pues lo único que urgía era frenar los asesinatos de una vez por todas.
      Mientras los vecinos discutían y trataban de llegar a algo, el marido de Ada lloraba en casa por la pérdida de toda su familia, velando con sus allegados los cuerpos sin vida, siendo especialmente dramático el caso del bebé, pues sólo quedaba de él medio cuerpo al que dar sepultura. Su pequeño ataúd permanecía cerrado por motivos evidentes. 
      Tal era el dolor del hombre que ni siquiera deseaba vengarse del monstruo, porque con algo de suerte la próxima víctima sería él y así podría reunirse con los seres queridos que en una noche le habían sido arrebatados.
      —Yo propongo hacer guardia y meterle cuatro tiros nada más asomar el hocico. Me ofrezco voluntario –dijo alguien entre la multitud congregada en la plaza. Se trataba de Dámaso Carpio, un cazador que ganaba algún dinero extra eliminando a las bestias que mataban cabezas de ganado.
      La muchedumbre se volvió hacia la persona que había puesto sobre la mesa semejante locura. ¿Hacer guardia durante toda la noche a sabiendas de que el monstruo aparecería? Era necesario estar mal de la cabeza para ofrecerse a tal menester.
      —¿Por qué? Volvamos a bendecir el pueblo y sa´cabó –graznó un viejo.
      Dámaso caminó despacio hasta situarse en mitad de la congregación. Pensaba que su plan era tan necesario, y no sólo necesario, sino también el único viable si querían vivir con dignidad, que quiso recibir toda la atención.
      —El pueblo está bendecido desde hace mucho y a la vista queda que la magia ya no es efectiva. ¿Por qué antes sí y ahora no? No lo sé, y nadie lo sabe, pero la cuestión es que esa alimaña ha encontrado la forma de volver para alimentarse. Ocho años de hambre es mucha hambre, amigos, así que dad por hecho que esta noche va a volver.
      —A ti te van a matar como te quedes la noche ahí en esas calles –volvió a hablar el viejo de antes, esta vez con tono inquisitorio.
      El cazador se volvió hacia el viejo y contestó:
      —He dicho que me voy a vigilar yo, no que usted tenga que acompañarme. Si lo prefiere quédese en casa comiendo migas junto a la lumbre, que ya me encargo yo de asumir los riesgos. Al menos así, si me matan, será haciendo algo útil. En fin –Dámaso quedó en silencio reflexivo durante un momento, observando las caras de tristeza y agotamiento que le rodeaban-, ¿alguien se ofrece a acompañarme? El pueblo es pequeño, pero yo solo no puedo vigilarlo entero.
      El silencio general dejó constancia de la cobardía allí concentrada. Ni siquiera en una situación tan crítica eran capaces de hacer algo que no fuese vomitar quejas y lloriqueos.
      Tras esperar sin resultado a que algún vecino diese un paso al frente, Dámaso les deseó suerte, se despidió tocando el ala de su sombrero y se marchó a casa para prepararse y descansar de cara a la noche que se le venía encima.
      —Huele bien –comentó el cazador nada más entrar en casa, una humilde y pequeña pero acogedora, decorada con un par de cornamentas de venado y templada gracias al fuego del hogar, que en aquel momento hacía burbujear el guiso que Victoria, su esposa, estaba cocinando. Un estofado con más patatas, nabos y zanahorias que carne, eso sí, pero igualmente reconfortante.
      Su mujer lo recibió con un beso y le preguntó qué tal había ido la reunión, notando Dámaso un comprensible temor y nerviosismo en las palabras de ella. Peor se puso cuando le dijo que él mismo se había ofrecido voluntario para hacer las labores de vigilante y cazador. Victoria no entró en cólera, pero poco le faltó. No entendía cuál era la necesidad de hacerse el héroe ante semejante rebaño de cobardes, a lo que Dámaso respondió que si iba a llevar a cabo aquella osadía no era por la gente del pueblo, sino por ellos dos, que a fin de cuentas también eran víctimas potenciales.
      —Pues iré contigo –advirtió la mujer con tono tajante.
      —Ni lo pienses. No voy a poner en peligro a mí mujer sólo porque ninguno de esos animales de bellota haya tenido un miserable atisbo de valor. Tú te quedas en casa esta noche. Y tranquila, recuerda que no voy a ir solo –respondió Dámaso fijándose en la escopeta que descansaba en una esquina junto a la chimenea.
      Victoria era consciente que de poco servía tratar de variar el rumbo de los pensamientos de Dámaso cuando se trataba de hacer lo que había que hacer –sobre todo si nadie más estaba dispuesto a mover un dedo-, así que rehusó seguir discutiendo porque, bueno, ¿para qué? 
      Comieron en silencio envueltos por el enturbiado ambiente que se había generado por la latente preocupación ante la incertidumbre de no saber, ni él ni ella, qué pasaría esa noche. Victoria detestaba cuando su marido daba más de lo que recibía, y si además ponía su vida en riesgo, entonces hasta perdía las ganas de dirigirle la palabra durante un buen rato o incluso un día entero. Luego se le pasaba el enfado porque recordaba que en realidad era su actitud desinteresada, de dar sin esperar nada a cambio, lo que la había enamorado de él. Un tonto idealista quizá, pero cobarde y sin principios jamás.
      Ese día Victoria contó cada minuto que los separaba de la puesta de sol, y conforme éstos se iban consumiendo, la necesidad de arrodillarse ante su marido y suplicarle que abandonara el plan aumentaba. Gritarle que esos idiotas sin agallas no merecían que se arriesgase por ayudar al pueblo, pero prefirió mantenerse serena y fría aunque sólo fuese superficialmente. No quería transmitirle a Dámaso su nerviosismo; era mejor hacerle creer que estaba más o menos tranquila y confiada porque sabía que lograría su objetivo. Pero el cazador conocía de sobra los miedos que reconcomían a la mujer. Los mismos que a él, en realidad.


      Cuando el horizonte se puso rojo y el sol se ocultó, Dámaso, frente a la ventana del salón contemplando cómo el cielo se iba oscureciendo y el canto de los grillos comenzaba a hacer acto de presencia entre la hierba, pensó una vez más en si merecía la pena aquel sacrificio sabiendo que ni siquiera podría hacer gran cosa por defender el lugar. Croglin era pequeño, pero no lo suficiente como para que un único hombre pudiese vigilarlo de punta a punta, pues solo poseía dos ojos, dos piernas y dos brazos, todos ellos insuficientes para la tarea de evitar que un ser sobrenatural engendrado con pura maldad, cruzase los límites del lugar en busca de carne.
      Entonces una estampa grotesca se metió en su cabeza durante unos segundos y todas las dudas se disiparon. Vio a su esposa muerta en la cama sobre las mantas empapadas de sangre y con un ser esquelético y desnudo encima de ella, destrozándola a zarpazos.
      Dámaso cerró los ojos con fuerza para expulsar esos pensamientos que le aterraban y a la vez le daban fuerzas para seguir adelante, encarar a la bestia y destruirla. No por aquellos cobardes que poblaban Croglin, sino por él y Victoria. Nada más le importaba.
      Con las dudas y los miedos encerrados bajo llave, Dámaso se puso un deshilachado abrigo largo y grueso, unos guantes de cuero y un sombrero que se caló hasta las cejas. Ahí afuera no debía haber más de cero grados, y conforme avanzase la noche la temperatura seguiría descendiendo.
      Cogió su escopeta, una canana repleta de cartuchos y el puñal con el que remataba jabalíes. Pensó en llevar otra escopeta y un hacha, pero tantos bártulos serían más un incordio que una ayuda. Con la escopeta y el cuchillo bastaba. Por muy letal que fuese el monstruo, cuando le metiese el cañón en la boca y apretase el gatillo, su cabeza explotaría igual que la de cualquier bicho viviente con una cabeza que se pudiera reventar. Una cosa es que Azcona resultase aterrador, y otra muy distinta que no sucumbiese al plomo.
      Dámaso evitó la despedida emotiva porque si lo hacía parecería que iba directo al matadero, y ni quería dar esa sensación a Victoria ni él deseaba partir con ese temor mordiéndole las tripas. Se limitó a besar a su mujer, volver a rechazar su ayuda –Victoria insistió de nuevo en ir con él- y prometerle que para antes del amanecer estaría en casa, y que un buen desayuno a base de pan tostado, café y chacinas varias sería un gran recibimiento tras la larga y fría noche de cacería.
      Al poner primer pie fuera de casa, Dámaso lanzó un par de miradas a su alrededor. Las calles estaban desiertas, igual que cuando el monstruo atacó por primera vez casi diez años atrás.
      Luego alzó la vista hacia el cielo nocturno en busca de una querida compañera de fatigas: la luna, que lucía llena, espléndida y brillante. Para Dámaso era un alivio que esa noche, precisamente esa noche, la oscuridad no fuera total. El resplandor plateado de la luna serviría para complementar la luz temblorosa y algo triste de su lámpara de aceite.


      El cazador, con las heladas y negras calles de Croglin para él solo, hizo un par de rondas en las que recorrió el pueblo en su totalidad, pensando en la gente que gracias a él dormiría más tranquila esa noche. Y no es que le gustara echarse flores, pero era la realidad. Él fue el único dispuesto a ensuciarse las manos y hacer algo más que quedarse en casa temblando de miedo y rezando para que otro le sacase las castañas del fuego.
      ¿Todo pueblo aterrado por la presencia de un solo asesino? Qué absurdo. Eran muchos contra uno, ¿por qué estar asustado entonces? ¿Por qué no hacer algo?
      Tras patearse las calles dos o tres veces sin hallar nada anómalo, Dámaso se acercó al límite del pueblo, concretamente a la parte que daba al bosque. El cazador se detuvo allí, sujetando la escopeta con firmeza y fijó la mirada en el bosque, separado del pueblo por una llanura no demasiado extensa. Estaba casi convencido de que el monstruo vivía allí, entre las ruinas del Caserón Azcona.
      Todo el mundo evitaba entrar en el bosque, aunque fuese a plena luz del día. Si lo hacían procuraban no adentrarse demasiado y tener siempre una oración en los labios, y desde luego nadie se acercaba a la casa de Azcona.
      Dámaso se quedó un rato observando los árboles, esperando que en algún momento apareciese entre la oscuridad una silueta moviéndose lenta y torpemente en dirección al pueblo, pero no ocurrió nada.
      Echó la vista atrás, hacia el pueblo, y contempló las calles en penumbra, solitarias y silenciosas. De no ser por alguna que otra ventana iluminada, cualquiera pensaría que Croglin estaba abandonado.
      <<Que sea lo que Dios quiera>>, pensó Dámaso, y acto seguido se adentró en la llanura, con el canto de los grillos y el crujir de la hierba bajo sus pies como única compañía.
      Cuando estuvo frente a la entrada del bosque se sintió minúsculo y, por qué no reconocerlo, asustado. No se le ocurría un escenario menos agradable que el que se presentaba ante sus narices.
      Un momento de duda lo asaltó; pensó en dar media vuelta y correr a casa, alejándose lo antes posible de aquel templo del espanto. Él no era ningún héroe, sino un simple cazador haciendo lo que nadie quería hacer, así que podía permitirse el lujo sentir miedo y ser acosado por la duda, pero hizo un esfuerzo por dejar la mente en blanco, vaciar la cabeza de pensamientos y limitarse a comprobar si la escopeta estaba cargada y lista para abrir fuego.
      Tomó una bocanada de aire gélido y cruzó los límites del bosque, ayudándose de su lámpara para dar con las ruinas del Caserón Azcona, el cual no debía estar lejos.
      Dámaso no prestó atención a los lastimeros y ahogados murmullos que se oían en el bosque, cuya explicación carecía de lógica. Tampoco se preguntó –o no quiso preguntarse- por qué de repente varios fuegos fatuos brotaron del suelo, alzándose como difusas lenguas azules que se desvanecían tras una breve y vaporosa danza.
      No quería saber nada de cuanto le rodeaba, pues eso le habría hecho entrar en pánico y abandonar, así que, como un mulo que tira del carro sin cuestionar, siguió adelante deseando dar de una maldita vez con los restos de la casa.
      Y entonces el cazador llegó a su destino. De forma brusca, una ruinosa construcción apareció entre los robles en mitad del bosque, desentonando de manera intrusiva con el resto del paisaje. Ante Dámaso se presentaron cuatro grandes pareces de piedra y un tejado a medio caer, desafiándolo a continuar con su encomiable tarea. La luz de la luna se colaba por las ventanas, dando la sensación de que la casa poseía ojos brillantes que observaban al ridículo hombre que había osado presentarse allí con su escopeta.
      Dámaso mantuvo la distancia y prefirió no acercarse, optando por la más saludable opción de sentarse en una roca y esperar allí, a ver qué pasaba. La luna llena inundaba con su luz el lugar, lo cual tranquilizaba un poco a Dámaso; si algo salía de la casa, podría verlo sin dificultad. Otro punto a su favor era que había tomado una posición lateral en vez de frontal, de modo que si el monstruo decidía hacer acto de presencia no vería al cazador, convirtiéndose así en un objetivo fácil.
      Desde su improvisado y duro asiento, con la escopeta acomodada en el regazo pero sin apartar el dedo del gatillo ni la mano de la empuñadura, observó más fuegos fatuos surgiendo aleatoriamente alrededor de la casa, emitiendo un chasquido apenas perceptible al materializarse y otro al desaparecer. El onírico espectáculo parecía un baile de espectros sin forma ni rostro, tanto que Dámaso pensó que quizá aquellas llamaradas eran en realidad eso, fantasmas que por algún motivo se sentían atraídos hacia la casa de la misma forma que los tiburones acuden a una gota sangre en el mar. Quizá el Caserón Azcona, debido a su pasado de magia negra, estaba impregnado de algo que servía como reclamo para entidades del más allá.
      Entonces, sin que las efímeras danzas fantasmagóricas cesaran, un sonido de bisagras oxidadas como el de una puerta vieja y descuidada que se abre, surgió del interior de la casa. Dámaso, temblando y con la respiración acelerada, se puso en pie de un salto, apuntando con su arma a la entrada. Fue tan rápido y preciso como un acto reflejo, y se mantuvo firme y en silencio mientras trataba de serenarse para no errar el disparo en caso de que tuviese que abrir fuego.
      En cuestión de segundos supo que tendría que disparar.
      Una mano tan delgada y seca que no podía pertenecer a alguien vivo asomó por la puerta, agarrándose al marco de madera carbonizada para ayudarse a arrastrar el resto del cuerpo al exterior. De esa forma, tomándose su tiempo, el ser cruzó la puerta poco a poco, abandonando la negrura del caserón.
      Dámaso observaba boquiabierto desde su posición cómo salía de la casa aquella figura lenta y torpe, vestida con una túnica negra que arrastraba por el suelo, y que con gran parsimonia se encaminaba hacia el pueblo. Al moverse sonaba igual que un saco lleno de ramas, y de su boca brotaba un gorjeo enfermizo propio de alguien que está agonizando.
      El cazador dejó que el monstruo se alejase algunos metros de la casa, así tendría la oportunidad de examinarlo momentáneamente. Pero, por el amor de Dios, aquella cosa parecía poder ser derribada hasta por un niño de seis años. De no ser por el miedo que todo el mundo le tenía, el monstruo no habría logrado ni acercarse al pueblo sin que lo apedrearan hasta machacarlo, y ahí era donde residía su poder.
      Dámaso no se lo pensó más y disparó, pero cometió el error de hacerlo a demasiada distancia, por lo que los perdigones se dispersaron y sólo impactaron en Azcona los justos para tirarlo de rodillas. Mientras recargaba la escopeta se acercó a la criatura con paso decidido; le perdió el miedo y el respeto al ver que aquel montón de huesos y pellejos acartonados no era más que una fachada horrorosa e imponente, pero nada más.
      Cuando estuvo cara a cara frente al engendro, ya con la seguridad que le proporcionaba tener la escopeta cargada de nuevo, se tomó un instante para escudriñar sus rasgos, que no pasaban de ser los de una calavera recubierta de piel seca, con unos colmillos que le otorgaban más fiereza de la que en realidad podía gastar.
      Azcona había conseguido burlar a la muerte, pero no era aquella vida eterna la que esperaba obtener a cambio de sacrificar a sus hijos en nombre de la arcana deidad a la que ofreció sus vidas. Azcona debió pensar que se convertiría en alguien poderoso en vez de en una decrepita criatura con un hilo de vida tan nimio que no se podía permitir nada más allá de su movilidad patética y esa dieta caníbal a la que había sido condenado. ¿El terrateniente creyó que gracias al pacto sería fuerte y joven por toda la eternidad? Iluso.
      La huesuda cabeza del engendró se cubrió por una maya de venas negras y palpitantes, abrió la boca para rugir de rabia y clavó las cuencas vacías de sus ojos en Dámaso, pero al cazador no le impresionó el numerito intimidador. Su respuesta fue encajar el doble cañón de la escopeta entre las mandíbulas de Azcona; el sonido chirriante de los colmillos arañando el metal hizo que a Dámaso se le erizara el vello de los brazos. Luego disparó.  
      El cuerpo decapitado del monstruo cayó hacia atrás, desplomado frente al caserón que le vio nacer. Un par de fuegos fatuos crepitaron junto a él, tan cerca que lo incendiaron y en cuestión de minutos lo redujeron a cenizas. 
      Dámaso observó en cuclillas el espectáculo hasta el final.  Después abandonó el bosque para volver al pueblo y contar que el monstruo ya no existía, aunque no tenía demasiado interés en explicar lo fácil que había sido todo, ni tampoco que el ser resultó ser un pedazo de basura al que cualquiera que albergase un mínimo de valor podría haber encarado. Por un lado, entrar en esos detalles no resultaría beneficioso para Dámaso, puesto que su gesta sería devaluada hasta el extremo; y por otro, los vecinos considerarían que el cazador les estaba llamando cobardes, cosa que en realidad no debería ofenderlos porque eso es justo lo que eran… y lo sabían aunque no hablasen de ello por vergüenza.
      Sea como fuere, Dámaso pensaba adornar los hechos sucedidos. En fin, era un derecho que se había ganado. 


      El horizonte empezaba a teñirse con los cálidos colores del alba cuando Dámaso entró en su casa y Victoria, que había pasado la noche en vela junto a la chimenea, lo recibió con un abrazo tan fuerte que sintió cómo las costillas se le hundían en el tórax.
      —Pensaba que el desayuno ya estaría en la mesa –dijo Dámaso con tono burlón.
      Victoria, con los ojos húmedos, lo miró sonriendo, le quitó con el pulgar una mancha negra de tizne en su mejilla y lo besó.

EPÍLOGO

      A pensar de la destrucción del Sr. Azcona –o el engendro demoníaco en que se había transformado-, la calma nunca llegó a Croglin.
      Pocos días después de que Azcona mordiera el polvo, los santos de la iglesia amanecieron cubiertos de sangre. Todo el mundo se extrañó por el macabro incidente pero lo achacaron a un acto vandálico perpetrado por bromistas de dudoso gusto, sin embargo cambiaron de opinión cuando lavaron las tallas y tras unos minutos volvieron a cubrirse de una enigmática sangre sudada por las propias figuras.
      Nadie sabía qué estaba pasando, pero el nombre de Azcona comenzó a estar en boca de todos otra vez.
      Las noches se volvieron insoportables porque a raíz de lo ocurrido en la iglesia, unas abyectas pesadillas de corte blasfemo empezaron a atormentar a las gentes de Croglin de manera generalizada. De repente, buena parte de los vecinos soñaban con aberraciones tales como cruces invertidas en llamas, la Virgen María en actitud lasciva o Cristo retorciéndose y gritando de dolor a causa de sus heridas sangrantes.
      Tal fue la epidemia pesadillesca, que más de uno perdió la cabeza o tomó el camino rápido y se quitó la vida haciendo uso de una soga y un árbol.
      Cuando, sin un motivo lógico, las cabezas de ganado murieron y la tierra dejó de ser fértil, los vecinos de Croglin decidieron que la única manera de huir de Azcona era abandonando el lugar, porque aunque la forma física, la marioneta cuyos hilos manejaba Satán, hubiera sido destruida, la esencia del terrateniente maldito se había incrustado hasta la raíz, enfermando aquellas tierras para siempre.
      Tras analizar la situación como ya hicieron años atrás en la plaza, sólo encontraron una opción razonable: marcharse, dejar Croglin a su suerte y rezar por el alma de los pobres ignorantes que pasasen por allí cerca o se atrevieran a poner un pie dentro del pueblo muerto que una vez fue un remanso de paz entre montañas y bosques.


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